Bajo la lluvia de fuego ruso
«Fuimos quinientos hombres y volvimos ochenta. Yo soy de la Unidad Batumi, cuerpo de elite, y estábamos en primera línea luchando en Tskhinvali. Primero llegó la infantería rusa y luego los aviones, parecía que había un avión por cada soldado georgiano. Permanecí dos días ... entre los cadáveres de mis compañeros, sin comer, ni beber. Tenían francotiradores por todas las esquinas y al menor movimiento estabas muerto». George se recupera en el hospital psiquiátrico Asatiani de Tiflis. Los hospitales civiles de la ciudad se colapsaron los primeros días de heridos que venían del frente y muchos de ellos siguen aún internados. Civiles y militares comparten habitaciones en unos centros a medio camino entre el pasado soviético del país y el futuro occidental que persiguen los nuevos mandatarios.
«¡Quiero desertar!»
George logró llegar a Gori huyendo de noche y allí se subió al primer coche que vio gritando «¡quiero desertar!». Su testimonio contrasta con los datos del Gobierno georgiano que habla de tan solo 175 bajas entre civiles y militares. Un vistazo a los hospitales arroja bastantes dudas sobre estos números.
Luka era integrante de la Cuarta División y no duró más de diez horas en combate. Una submunición de una bomba de fragmentación le segó la pierna y permanece ingresado en el Hospital Nacional Gudushanri. Tiene 25 años y lleva dos como soldado profesional, el pasado 31 de julio terminó las maniobras «Reacción Inmediata», junto a expertos estadounidenses, en la base de Vaziani, cerca de la capital. Fue justo una semana antes de la ofensiva sobre Osetia del Sur. «No pensamos que fuéramos a tener a los rusos delante, nosotros íbamos a luchar contra la milicia oseta. Fue increíble cuando vimos que empezaban a llegar rusos en masa», recuerda.
Desde 2002, los americanos entrenan y equipan a los militares georgianos en diferentes partes del país y el Gobierno de Tiflis mantiene un Ejército de 32.000 hombres, que en los próximos meses llegarán a los 37.000, muy lejos del millón largo del antiguo Ejército Rojo al que se tuvieron que enfrentar en Osetia del Sur.
El doctor Nicholas Kipshidze abandonó su consulta en Estados Unidos y regresó a Tiflis por petición expresa del presidente Saakashvili, que le encomendó la tarea de modernizar el Hospital Universitario de la ciudad. En este centro se recuperan la mayoría de los heridos por bombas de fragmentación. Kipshidze guarda las fotos en un sobre y «aunque no soy un experto en heridas de guerra, las he enviado a colegas extranjeros y no hay duda, son bombas de racimo». Este cardiólogo opina que tras atender a los heridos y desplazados por la guerra aun les queda lo peor por llegar, que será «el trauma por lo sufrido allí. Vamos a necesitar de un buen regimiento de psicólogos».
La ONG Human Rights Watch denunció el uso de este tipo de armamento por parte de Rusia y aportó pruebas de un bombardeo con bombas RBK-250, que se produjo en Ruisi, muy cerca de Gori, el 12 de agosto. «Es todo lo que se ha podido comprobar porque a Tskhinvali nadie tiene acceso, habrá que esperar a que los rusos permitan la entrada para hacer una valoración», lamenta Kipshidze. Según las autoridades de Osetia del Sur, sólo en su capital hubo 1.492 muertos, y el temor de las organizaciones internacionales es que tras el uso de este tipo de armamento la zona haya quedado minada.
«¿Vamos a sobrevivir o crees que borrarán Georgia del mapa?». Levan, como la mayoría, cayó en Tsjinvali bajo el fuego de la artillería y sigue las noticias de la crisis por la televisión local. Esposas, madres, hermanas, abuelas... las mujeres de cada familia están al pie de cada cama cuidando de los heridos. Con las mesillas repletas de estampitas y crucifijos, rezan para ahuyentar el fantasma de una nueva guerra.
Aún les queda pasar lo peor. «Necesitaremos un regimiento de psicólogos para ayudarles»
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