En un lugar de La Mancha

No es fácil explicar en pocas líneas los errores en la fundamentación y metodología del estudio del profesor Parra (un estudio académico de 369 páginas para resolver un supuesto «acertijo» que Cervantes habría dejado a los sencillos lectores del siglo XVII). No obstante, vamos a exponer muy brevemente alguno de nuestros argumentos.

1.Los juicios de intenciones no pueden fundamentar los estudios científicos. El profesor Parra hace el siguiente juicio de intenciones a Cervantes: interpreta de forma «incontrovertible» y «taxativa» una frase del último capítulo de la novela en la que se invita a que todos los pueblos de la Mancha contiendan por ahijar y tener por suyo a Don Quijote, «como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero», atribuyendo a don Miguel la intención de dejar un «acertijo-desafío» para que se descubra cuál es «el lugar». El profesor Parra no aporta prueba empírica alguna (documento testamentario del autor, testimonio escrito de algún confidente de Cervantes, etc.) sobre esa supuesta intención del novelista. Confunde así su juicio de intenciones, su hipótesis, con un hecho comprobado, y fundamenta sobre esta «gran premisa» la objetividad de los «datos» del Quijote sobre tardanzas y distancias. ¡Como si fuesen datos empíricos!

2. Veamos otras posibles intenciones de Cervantes: 1) homenajear en la primera frase a toda la Mancha como hizo Amadís de Gaula (comparación que el propio don Miguel hace en el primer capítulo); 2) hacer en la última frase una «gran ironía», igualando al loco hidalgo manchego, Don Quijote, con la fama y grandeza de Homero (registro irónico que, salvo al profesor Parra, a casi todo el mundo le resulta bastante evidente); 3) dar intencionadamente datos de varios pueblos para provocar una cómica contienda entre Ayuntamientos y entre eruditos; 4) elegir un nombre sonoro y musical para el afamado caballero; 5) fundir en un «crisol literario» información de varios lugares; etc. Apuntamos algunas, pero no es posible saber con certeza las intenciones que realmente pudo haber tenido Cervantes. Creer que sí es posible conocerlas mediante la interpretación literal de una frase es precisamente el «gran error» del estudio del profesor Parra. Un error que invalida ya en origen su conclusión.

3. El gran «arma» dialéctica del trabajo del profesor Parra son los Anexos Técnicos. No debe ser pequeño el problema que se origina en un académico «de letras» enfrentarse a páginas con cientos, tal vez miles de cifras. Los matemáticos son el mayor baluarte de la hipótesis de Villanueva de los Infantes como «el lugar» de la Mancha. Pero esos Anexos Técnicos están condicionados por el carácter no empírico de los «datos» que se manejan. El catedrático de Matemáticas, Prof. Montero, afirma que: «la discusión sobre las localizaciones exactas de los puntos de referencia [...] y las tardanzas lingüísticas [...] no pertenecen en principio al ámbito del que suscribe estas líneas» (2009, 317). Está claro. ¡Los matemáticos no trabajan con el texto de Cervantes, trabajan con los «datos» que elabora el Prof. Parra!

4. El profesor Parra Luna se viene mostrando últimamente muy cerrado en su sistema de ideas, casi como si se tratase de un sistema de «ideas fijas». Parece que no escucha las razones de los demás. No rebate al profesor Morón Arroyo cuando dice que: «en la ficción del Siglo de Oro no hay en general verosimilitud de espacio y tiempo...». Tampoco le hemos visto rebatir la sabia idea del profesor Canavaggio cuando afirma que: «el «lugar de la Mancha»... es una construcción verbal, una ficción elaborada a partir de los datos dispersos de múltiples experiencias». Ni ha respondido a uno de los matemáticos de su equipo, el profesor Pla-López, que en un reciente correo electrónico manifestaba: «Ciertamente, hablar de ‘tesis científica verificada’ en ese contexto es epistemológicamente incorrecto, dado que no puede haber verificación experimental.»

5. En efecto, no hay posibilidad de verificación experimental de la hipótesis del Prof. Parra, pero sí de falsación experimental. La cueva de Montesinos permite una fácil falsación empírica respecto del supuesto carácter realista de la geografía quijotesca a todo interesado lector que quiera ir allí (Ossa de Montiel, Albacete) y pretenda descolgarse con una soga. Quien vaya a esa cueva, puede verificar que su realidad física es incompatible con las aventuras relatadas por Cervantes. Esta falsación debiera bastar a un científico para descartar la creencia de que Cervantes es fiel a una realidad geográfica. Por muchos cálculos de probabilidad matemática que se hagan, todos los supuestos «mapas mentales de la Mancha» en la cabeza de don Miguel son meras teorías.

La supuesta «tesis científica verificada» del profesor Parra Luna sobre «el lugar» de la Mancha de cuyo nombre Cervantes (uno de los más grandes ironistas de la historia de la Literatura) no quiso acordarse, en realidad no es más que una hopótesis. Su Dulcinea es una humilde lugareña. Afortunadamente Don Quijote seguirá viviendo… en un lugar de la Mancha.