«Consuelito», una institución para el comercio de Utrera que se ha jubilado con 85 años de edad

Consuelo Vázquez García ha bajado la persiana de su negocio y se ha jubilado con la friolera de 85 años, lo que supone que le ha dedicado prácticamente toda su vida al negocio, aunque para ella yo no ha sido ni mucho menos un drama jubilarse a una edad tan avanzada. De hecho, desde que está disfrutando de este nuevo periodo, se siente rara, y echa de menos las largas jornadas detrás del mostrador. Es una persona activa , que confiesa que no puede estar parada, hasta el punto de que ella misma afirma que «a mí no me gusta nada el sofá, el secreto para mantenerte bien con mi edad es moverse, comer sano y hacer ejercicio».

Consuelito es una auténtica fuerza de la naturaleza, una mujer que en tiempos en los que principalmente mandaban los hombres, no tuvo ningún miedo a la hora de abrir su negocio, situado en toda una encrucijada de calles y barriadas en Utrera, y que muy pronto se convirtió en toda una referencia. Aprendió el oficio de la mano de su padre, Andrés Vázquez, con quien trabajó desde los 13 años en su tienda de comestibles, para más tarde, con 26 años, abrir las puertas de la droguería que ahora ha cerrado. Madre de cuatro hijos, su energía vital le ha ayudado a la hora de protagonizar siempre una trayectoria profesional frenética.

«Dejé de estudiar cuando tenía 13 años y comencé aprender el oficio de comerciante, algo que siempre me ha encantado y hasta hoy», explica «Consuelito», quien asegura que «nunca he olvidado de mi padre las enseñanzas y los valores que hay que tener para trabajar detrás de un mostrador».

Esta querida mujer, que cuando era sólo una niña jugaba a la «tiendencita» con sus muñecas, es la definición perfecta del valor añadido que tiene el comercio tradicional de proximidad, donde además de la venta del artículo en cuestión, también se ofrecen muchos valores intangibles. Acompañada siempre por su marido, José Ramos, 'Consuelito' se ha convertido en una persona entrañable en la ciudad , que recuerda como «a la tienda venían muchos utreranos a pedirme que les buscara un trabajo, y yo siempre he hecho lo que he podido para ayudar a quien haga falta».

Cada vez que un comercio tradicional cierra definitivamente, acaba un capítulo irrepetible de la historia de una ciudad, porque con estos comercios y sus impulsores desaparecen muchas historias , momentos inolvidables y una forma de atender a la clientela que desgraciadamente está en peligro de extinción.