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No es Rancapino Chico, es Rancapino Grande

El cantaor chiclanero, hijo de uno de los maestros históricos, abre su propio camino en la Bienal para agrandar su dinastía

Rancapino en la Bienal de Flamenco Raúl Doblado
Alberto García Reyes

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Lo más difícil del mundo es ser el hijo de un maestro histórico y no parecerte a él. El niño de Rancapino es al menos tan bueno como su padre . Tiene la garra del viejo porque eso viene en la sangre, pero no ... suena a lo mismo. Ha sabido respetar su dinastía, dejarla colgada en el museo del flamenco, y salir por otra vereda que no es de nadie, nada más que suya, aunque se vaya cruzando por ella con los pilares históricos. En las familias jondas se ha dado casi siempre el endemismo. Y Alonso también ha roto esa tradición . Sale con una guitarra vertical para sostenerse en la escuela de Manuel Molina , a quien le arranca una frase que es el santo y seña de la pureza: «Lo que más me irrita de la vida es la monotonía». Por eso el de Chiclana entra en la bulería lenta, en tono de taranto, con un preludio de tanguillo. Y en el hilo de voz que tiene de cuna ensarta dos o tres gañafones en honor al gitano de las barbas que de momento me ponen hirviendo. Cantar por derecho es exactamente eso. Es para adentro, no para fuera. Es el ay de la seguiriya del Viejo de la Isla en la versión de Manuel Torre que Alonso susurra. Porque el dolor verdadero no se grita. Los días «señalaítos» de Santiago y Santa Ana se dicen echándole miel a la herida de Curro Durse. Esa es la verdad del cante. No es una exhibición de poder. El cante no está en la garganta, está en el pecho, en el estómago, en los huesos, en algún sitio al que hay que ir a escarbar. Por eso no está al alcance de cualquiera. Y por eso voy a levantar la bandera de Rancapino Chico hasta lo alto de la cumbre. Porque pudiendo haberse quedado en el salón de su casa, o como mucho haber cogido aires camaroneros por mera cercanía personal y geográfica, se ha ido a buscar a todos los grandes para encontrarse a sí mismo.

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