Danza
Farruquito y Manuel Liñán, los colores dispares de la danza flamenca
Ambos artistas, que presentaron sus últimas propuestas en la Suma Flamenca y volverán a coincidir en el Festival de Jerez, reflexionan delante de las cámaras de ABC
Luis Ybarra Ramírez
Decía Baudelaire que «el baile puede revelar todo el misterio que la música concede». Por eso las personalidades de dos artistas, al penetrar en unos mismos pentagramas, toman derroteros bien distintos. Desde fuera, nada tienen que ver, pero, en realidad, parten de lo mismo. Reunir ... a dos bailaores de flamenco, casi opuestos, y ahondar en sus discursos es hablar del amplio abanico de posibilidades que el arte, la escena y el movimiento nos ofrece. Con los mimbres del cuerpo salen canastos desiguales. Así, si acudimos a los ensayos y las actuaciones de Manuel Liñán y Farruquito en la Suma Flamenca y tenemos, además, ocasión de charlar con ellos en los camerinos , caemos ante el retablo mayor de la danza y decimos, sin complejo, que la vida entera se esparce por el espacio que separa a ambos. El mundo puede contarse desde una seguirilla que en uno toma un tono barnizado y en el otro, más bien, mate; decidan cuál es cuál.
El bailaor de Granada, más vinculado a la vanguardia, estrenó 'Pie de hierro'. El nieto de Farruco, a quien todos quieren ver plantarse como un clavo por soleá, conquistó un nuevo escenario con 'Íntimo' justo un día después. En el Festival de Jerez, estarán presentes los días 26 y 27 de febrero .
La tradición que avanza y sus opuestos . El baile cortado de perfil. Sus disecciones. Sus miradas y arterias. El éxtasis explotando por los entresijos de un mismo teatro, uno de los del Canal de Madrid. Las muñecas hablando. Los pies, la cadera, el vestuario, la luz... Un sinfín de atributos que en su conjunto narran dos vertientes de una cultura en la que caben todas las demás. Eso es lo que ha sucedido. Un juego azaroso de espejos donde se proyecta una sombra que alcanza el universo.
'Pie de hierro', la aventura en la que se embarca Liñán tras el exitoso '¡Viva!', surge de una reflexión personal: «Me di cuenta de que tenía unos vínculos familiares muy tradicionales que debía romper . La libertad que yo creía vivir no era real. Mi padre quiso ser torero, pero no pudo por un accidente de tráfico. Ser hijo de tu padre no te tiene que dejar a ti la responsabilidad de cumplir con el sueño que él no pudo. Yo no soy así. Y de ese amor/odio parto ahora para cortar ciertos lazos con los que no me siento identificado». Emocionado, cuenta que sus últimas propuestas, donde baila con bata de cola, han conseguido que muchas escuelas se interesen por ella, incluyéndola en los programas de formación masculinos. «Antes de salir al escenario no quiero pensar mucho en esto de la repercusión, disculpa. Me produce vértigo». Faltan dos horas para que comience la función.
Pruebas de sonido opuestas
Ya en la prueba de sonido, cada cual levanta sus cartas sobre la mesa. Quienes acompañan a Manuel Liñán ensayan hasta el saludo al público . Se guardan, unos minutos, para esto. Farruquito, sin embargo, pide un micrófono, deja bien atado el sonido pertinente de sus pies y el de los instrumentos de sus compañeros y matiza con pequeños apuntes: este remate mejor aquí que allá, aquí alarga algo más la falseta, en este punto saldré por ahí y esta luz la quiero más cálida... Que nadie se confunda. La varita mágica, en su caso, no existe. Que está tocado por la gracia resulta evidente. Que el trabajo físico e intelectual sobre el que cimenta su obra es enorme, también. Está detrás de la música, aunque muchos no lo sepan, porque él no se ha preocupado por firmarla. Sobre el compás que parece que él ha inventado y en el origen de los numerosos detalles. La improvisación, eso de bailar in situ al cante, se muestra como otra de las partes esenciales de su búsqueda. Y quienes le acusan de ofrecer siempre montajes similares son, seguramente, los que esperan la próxima película de terror de Woody Allen .
En la danza siempre han convivido estéticas equidistantes. Por ejemplo, Farruco bailaba junto a Rafael El Negro y Matilde Coral en el Café de Chinitas mientras Mario Maya, El Güito y Carmen Mora actuaban en Torres Bermejas. Hoy sucede algo parecido, entendiendo las distancias. También se está produciendo un fenómeno propio de este tiempo: el gusto por las reivindicaciones más allá de la propia cultura. Liñán, en su 'Pie de hierro', lanza mensajes que están en la calle: sobre género, sobre moda, sobre sexualidad y familia . Debates que brotan de su experiencia personal. Lo de Farruquito, más bien, pertenece a la batalla del alma. Es una catarsis espiritual junto al ritmo, sobre lo que orbita todo. Un derroche donde no entra el exceso. «Sin el baile yo sería Juan, a secas, un tipo con poco que hacer. Es curioso que en España todos quieren verme bailar por soleá como lo hacía mi abuelo. En el extranjero, se me permite hacer cosas más novedosas. Las he hecho, y tengo más en mente. No puedo más que ser contemporáneo de lo que estoy viviendo».
Artistas en convivencia
A lo que están haciendo ambos habríamos de sumar lo que desde hace varias décadas traen entre manos Eva Yerbabuena , tan influyente entre sus coetáneas, María Pagés, Sara Baras, Israel Galván , quien clausuró la Suma Flamenca con 'La edad de oro', Andrés Marín y Joaquín Grilo, lleno de hondura y sal, por citar algunos artistas de generaciones parecidas que no tengan demasiados puntos en común. La danza, sin Antonio Gades, Carmen Amaya ni Antonio El Bailarín, sigue viva, mutando. Tiene corrientes dominantes. Así podríamos concluir que la que de forma natural, y sin quererlo, se ha impuesto entre los hombres es la de Farruquito, la más copiada: «Hay jovencitos que hacen mis cosas mejor que yo , pero deberían tener más referentes, porque eso no vale nada». Pero hay, por suerte, mayor variedad: Patricia Guerrero, último Premio Nacional de Danza, Rocío Molina, Olga Pericet, Javier Barón...
En los camerinos, charlando con unos y otros, las disputas de afuera se acallan. La admiración que entre algunos se procesan no se confiesa a menudo de cara al público, pero existe. Se ven, de cerca y de lejos. Comparten, como colegas de oficio, pero jamás, eso nunca, tratan de abandonar su terreno para explorar con la careta quitada el del otro. «Yo puedo bailar cualquier música», dice Farruquito , «pero sin renunciar a mi lenguaje, que para ser bailaor de flamenco hace falta una vida entera y es muy difícil». Liñán, por su parte, continúa volcando ideas con afán disruptivo en la palestra, siendo honesto a sí mismo y manifestándose tal y como le viene. Lo miro, desde el patio de butacas, ya en la actuación, golpeando una pared imaginaria con un corset de cuero y falda, y entiendo la riqueza en la que nos movemos. En el flamenco, con conocimiento y una razón de ser de por medio, se puede intentar todo. Blanco y negro a veces coexisten. Hay incluso quien sabe disfrutar de ambos. Y quien se anime a hacerlo en Jerez.
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