Marcelo Sousa, lección magistral de cante

Con el eco orondo impartió una lección magistral con la complicidad del toque de Antonio Gámez en memoria del gestor cultural Manuel Herrera Rodas. Trae palos y estilos áridos y en desuso, como la alboreá en este formato de recital. Por cantiñas recoge aromas dispares. Rastrea el litoral con la fruición de un pescador lanzando su atarraya por los cantes. Pero los tientos y la soleá, a falta de una seguidilla que no llega, son su verdadero lugar de recreo, muy por encima de la guajira e incluso de la malagueña del Mellizo que paladea junto al fandango de Lucena. Escúchenlo en discos como 'Contra viento y marea' (1992), 'De viva llama' (1997), 'Navegando' (2016) y 'Por los caminos cantando' (2018). Pero reclamen, sobre todo, su voz en directo, pues solo por pura coincidencia se nos ha colado en este tiempo.

Tres voces distintas se han unido para cantar a los compositores venezolanos de referencia de las últimas cuatro décadas. Yo, sin embargo, les quiero acercar solo una: la de Ezequiel Montoya. Un gitano de las Tres Mil que a sus poco más de veinte años ha sido llamado para poner esto patas arriba. Con anterioridad han podido conocer su eco en el disco 'Nuevo cante viejo' o en algunos de los espectáculos de Farruquito, a quien a menudo acompaña. Canta con la garganta hecha de briznas, en un tono laíno y vibrante. Además, con una capacidad innata de contar la letra. De decirla. Como María Jiménez, Chavela Vargas o cualquiera que haya sabido darle un sentido emocional a cada palabra.

De entre el rosario de canciones que se incluyen, en las que Mara Cruz y Merxy Olivo también sellan su impronta en unos versos henchidos de amor, 'Perla negra' es un lugar a habitar. Esta composición del autor ítalo-venezonalo Yordano se adentra en un bar nocturno para descubrir entre el humo una mirada cómplice. Lo hace inmersa en una atmósfera bulliciosa de instrumentos: la trompeta, el piano, el contrabajo... Y Montoya, a media voz, con un equilibrio fruto de su alarde rítmico, lo que le permite una cuadratura perfecta, explora todas las delicias.

Empieza con un dictado sideral como si de un guion cinematográfico se tratara: «Noche de luna llena/la hora es la del puñal». Y la 'l' con la que cierra el tercio penetra con la anchura de un cuchillo. El texto se hace melodía. Se cuenta lo que se canta, así que solo cuando el cliente «Paga y se va» la afinación sale también por la puerta. Es una lección magistral en lo que a la interpretación se refiere. Una fachada de miel que por dentro presume de cuartos y estancias que encierran otras sustancias, las de un joven que viene a decir algo a través de la música.