Flamenco sincejilla
Esperanza Fernández: «Me subí al escenario para bailar y llevo cuarenta años cantando»
entrevista
La artista de Triana celebra cuatro décadas en la música en el Festival de Jerez el próximo 25 de febrero
Luis Ybarra
Su vida se cimenta en un cúmulo de impresiones. De niña escuchó en primicia los discos de Lole y Manuel, que antes de salir al mercado llegaban a casa de manos de su padre, el cantaor Curro Fernández. Y con el eco meloso de Lole ... Montoya sufrió una relevación: existía otra forma de cantar. Ella quiso ser bailaora, pero sus cualidades le condujeron hacia otra dirección. Y en su debut, en el Lope de Vega con sus hermanos, también artistas, le impresionó sentarse al lado de la cuerda frotada y de la guitarra. «Y menos mal que me dediqué a esto», ríe.
Más impresiones: su padre viajó por todo el mundo junto a las principales figuras de la danza flamenca. De cada tourneé se trajo discos para Triana y La Pañoleta. Por eso Esperanza Fernández apenas sabía hablar cuando ya estaba recibiendo música clásica, mexicana, boleros, copla y hasta sonidos africanos para sus oídos, resultado de una gira con el bailaor madrileño Luisillo. «Todo eso se traduce en que siempre he tenido facilidad para encarar proyectos más allá del flamenco. Tengo naturalizado lo diferente desde antes de debutar. Soy una cantaora de directo. En los 90, antes de tener mi propio disco, yo había hecho de todo. Tenía ya, sin que suene pretencioso, una obra. O al menos, trabajo».
Le impresionó conocer a Camarón de la Isla en los festivales y colaborar con él en los tangos 'Eres como un laberinto', del disco 'Potro de rabia y miel', el último del de San Fernando, del 92. Le impresionó que Enrique Morente fuera a verla a sus recitales. Que la llamara, definitivamente, para adaptar con él poemas escritos por mujeres para interpretarlos en el teatro de la Maestranza, en el 94. «Siempre se fijó en la juventud, tan inteligente que era. Cantar delante de aquel hombre unas letras tan difíciles, con José Miguel Évora e Isidro Múñoz, fue todo un reto», comenta. Pero es que los retos, a lo largo de estas cuatro décadas de carrera que celebra en el Festival de Jerez el día 25 de febrero, al que seguirán otros cuarenta espectáculos y que desembocará en un nuevo álbum, han sido variados, mayúsculos y, a veces, ásperos: «He tenido críticas geniales y pésimas. Me han dolido en algún momento, porque hubo quien me dijo que yo tenía una voz privilegiada y después escribió que yo no sabía ni afinar. Oye, que me dedico a esto. Algo sé».
Le impresionó cantar 'El amor brujo' con orquesta. Quedó impactada con Saramago cuando lo descubrió a través de la proyección de su documental. «Salí del teatro preguntando por su obra en verso. En la puerta del Maestranza estaba yo investigando. Y de ahí salió el disco 'Mi voz en tu palabra', que fue pionero, porque no se había hecho nada con el escritor portugués de estas características».
Todo responde, en realidad, a un sistema de reacción frente al estímulo. Se prendó del piano de Gonzalo Rubalcaba y cogió un vuelo hasta Miami para conocerlo y plantear aquello de 'Oh, vida', una obra en la que unió en compañía del compositor cubano las figuras de Manolo Caracol y Benny Moré. Sorpresa y acción, en eso se ha basado su trayectoria. En convertir rápidamente la idea en proyecto, como sugiere el pensador Trías de Bes. En emocionar. «Me subí a un escenario para bailar y llevo 40 años cantando».
Ezequiel Montoya y El Tremendo Hijo: dos formas de doler
Será el flamenco el único resorte en el que la palabra viejo no es un adjetivo despectivo, sino todo lo contrario: un reclamo para elevarlo a la altura de la faja. 'Nuevo cante viejo' no tiene, en realidad, nada de nuevo ni tampoco de viejo; su misterio es el propio de la carne que se reinventa. Una mudanza de pieles hacia ningún lugar. La consecución de una serie de eslabones que únicamente tratan de aportar una expresividad diferente sobre una música previamente creada. Ezequiel Montoya es una delicia laína que acomete la malagueña de Chacón desde un torno de miel. El Tremendo Hijo, en la cara afillada de la misma moneda, un salvaje superdotado de ritmo. La velocidad de su voz, que en la seguirilla del Marrurro coquetea con los precipicios y en la bulería del Chozas no halla escondite, le hace cabalgar con holgura por los cantes.
Este recital, con Fernando María al toque, se grabó en directo desde el Espacio Turina. Está, por tanto, contextualizado en la imperfección que posibilita el arte. Montoya, de la Tres Mil, ha encandilado a Farruquito y otros tantos artistas por detalles como los que derrocha en su homenaje a La Susi: «Sol, levántate», clama de puntillas por Levante. El hermano de La Tremendita, de otra familia de amplio abolengo, va con las garras por delante. Quebrándolo todo en la toná. Aportando un bello contraste que, en sí, es una forma de crear al juntarse con su némesis en un mismo trabajo.
Hay aquí dos formas dispares de doler dentro de una misma cultura. Atávicas, pero construidas con naturalidad desde un tiempo presente. Con unas pocas fiestas encima, afición y el talento de contar otro relato a partir de un canasto con idénticos mimbres.
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