Discurso de Ignacio Camacho en el XXV Premio periodístico Joaquín Romero Murube
El articulista realizó la presentación del ganador del premio, el periodista Raúl del Pozo, en el acto de entrega del galardón celebrado este jueves en la Casa de ABC de Sevilla
Discurso del premiado, Raúl del Pozo
Raúl del Pozo recibe el XXV Romero Murube, un premio al periodismo libre frente al sectarismo
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Iniciar sesiónReproducimos a continuación el discurso íntegro de Ignacio Camacho en el acto de entrega del XXV Premio periodístico Joaquín Romero Murubem concedido a Raúl del Pozo.
CUANDO ABC de Sevilla creó hace 25 años el Premio Joaquín Romero Murube, el jurado decidió otorgar su primera ... edición a un articulista de la competencia. (A la sazón un servidor de ustedes, que trabajaba en El Mundo en ésa época). Así ha ocurrido también muchas veces con el Mariano de Cavia, homenaje a un periodista que nunca escribió en esta Casa, con el Mingote o con el Luca de Tena, instituido en memoria de una dinastía de editores cuyo nombre figura en letras de oro en la historia de la prensa. Y así sigue y seguirá siendo porque esa tradición de pluralidad constituye el santo y seña de una cabecera que tiene por irrenunciable principio de identidad el del respeto a las ideas y opiniones ajenas. El liberalismo no es sólo una doctrina política o económica; es una actitud ante la vida que entiende la tolerancia, la apertura a lo distinto, la flexibilidad intelectual, como bases esenciales de la convivencia.
La otra divisa enarbolada por ABC desde su nacimiento es la búsqueda incansable de la excelencia literaria, que durante más de un siglo han reflejado en sus páginas los más señeros escritores en lengua castellana, de Azorín a Alberti, de Ruano a Cela, de D`Ors a Madariaga, de Pemán a Campmany, de Delibes a Camba: un río de excelencia en cuyas aguas se ha reflejado la historia de España. Joaquín Romero Murube encarna en su figura esa doble bandera identitaria, como héroe civil de la Sevilla contemporánea y como inolvidable creador que en su prosa poética supo captar a través de las palabras el espíritu de la ciudad como alma viva, depositaria de valores sentimentales inmunes al estrago del tiempo y a las transformaciones de la piel urbana.
El fue el observador intuitivo, el paseante solitario que identificó el código genético de la sevillanía profunda en la belleza del paisaje cotidiano, en la atmósfera memorial de esas casas que huelen a relojes parados, en el perfume callejero de jazmines o de nardos, en las veladuras misteriosas al otro lado de las tapias conventuales o de las celosías de balcones cerrados. Y levantó una cartografía emocional capaz de convertir a Sevilla en una ensoñación, en un mito de cielos perdidos como el edén cernudiano; en un paradigma nostálgico plasmado en ese intermezzo minimalista, bello y conmovedor como un adagio veneciano, que se llama «Sevilla en los labios».
Hubo un momento, sin embargo, allá por años sesenta, en que Joaquín dejó de estar cómodo en esta su casa porque no se sentía comprendido en su cruzada contra la especulación inmobiliaria. Y este premio viene de algún modo a saldar esa deuda como un tributo de reconocimiento a su imborrable legado. Su huella está patente en muchos de los galardonados, consciente o inconscientemente imbuidos de su compromiso cívico en defensa del mapa moral y estético que levantó para rescatar del olvido las claves de nuestro ADN íntimo. Déjenme hacer a este respecto mención especial de Antonio Burgos, su más preclaro albacea literario, cuyo magisterio se ha abierto paso en la percepción colectiva con la fuerza y de un símbolo y la legitimidad de un canon.
Pero Romero Murube fue también un ejemplo de independencia que nos interpela en la crisis de polarización y sectarismo que vive hoy la prensa. Miren, en el fondo no hay más que dos clases de periodistas: los que son independientes y los que no. Independencia no significa neutralidad ni tibieza en la defensa de los valores propios; significa autonomía de criterio, libertad intelectual frente a la intervención externa, coraje para resistir la presión de los poderes y mandarinatos políticos o financieros y también la de las audiencias, la de la clientela, convertida por la sociedad digital en un mecanismo más de interferencia que intenta alistar a la profesión en una guerra de trincheras.
Y es en este punto donde toca destacar la trayectoria de nuestro protagonista de esta noche, el maestro Raúl del Pozo Page, hermano mayor de la cofradía de la Sagrada Columna y leyenda viva del periodismo español que cada día enaltece e ilumina con el fulgor de su lenguaje relampagueante, con la impronta de su talento inmarcesible y con la gallardía de su arrojo indomable. Raúl es nuestro Tom Wolfe, capaz de sumergirse con su alma de reportero en la complejidad del mundo posmoderno, y nuestro Dreyfus, el valeroso debelador de la corrupción política, institucional y ética de este tiempo. Durante más de medio siglo ha encendido en las páginas de los diarios la hoguera de un estilo que es a la vez literatura y testimonio, belleza y arrebato, pasión y distancia, remanso y abismo, displicencia de observador cosmopolita y acecho de cazador furtivo. Y todo envuelto en el mejor español del mundo, como le dijo Dámaso Alonso una vez que se lo encontró por Cuenca, el idioma pulido y limpio que aprendió en su niñez de los pastores y de los resineros de su tierra para enriquecerlo después con los modismos chelis de la movida, las voces populares surgidas de la espontaneidad callejera, la insurgencia dialéctica de las redes sociales, la jerga canalla de la bohemia o la sentenciosa sabiduría de su estudiada filosofía griega.
Gitano de la literatura lo llamó Umbral, el dios olímpico del articulismo cuyo sitio le tocó ocupar a su muerte. Raúl, aquel niño que nació junto al Júcar en una central eléctrica y creció desollando liebres y pelando palomos bajo el frío mordiente de la sierra, ha hecho estragos con su amigo Paco Rabal en las noches romanas y madrileñas; ha visto lanzar el cohete Apolo en Cabo Cañaveral, ha conocido a Fidel y al Che en la calima habanera, ha saludado a Sartre en los cafés de París, ha estado en el festival hippie de la isla de Wigth y se ha bebido el whisky de las fiestas palaciegas, el champán de las rutilantes cenas de Marbella, el machadiano vino de las tabernas y hasta el agua de los floreros de los casinos donde gira el vértigo fatal de la ruleta y los tahúres despluman a los pardillos con un solo movimiento de cejas. Ha frecuentado actores de fama, artistas, gobernantes, duquesas, estrellas, golfos de gomina, gogós de discoteca, incluso se ha tenido que esconder de algún sicario dispuesto a cobrar su cabeza, pero nunca, nunca, ni antes ni ahora, ha permitido que la cercanía de los personajes que ha tratado se entrometiese en su soberano albedrío para contar las cosas a su manera. Ni los gobiernos, ni las empresas, ni las mujeres siquiera, a las que ha amado tanto como a las palabras, sobre todo a una, han torcido su letra. Ésa es su gran lección de vida y de oficio, la que lo convierte en el jefe de la tribu, en el referente más respetado y admirado por la profesión entera: la libertad como norma suprema, la dignidad y la firmeza ante cualquier intento de mediatización o de injerencia.
El artículo distinguido con el Romero Murube de este año glosa las figuras de los hermanos Machado a propósito de la reciente exposición con que la Academia de Buenas Letras ha reivindicado su testamento cultural, su raigambre familiar y su común itinerario que la guerra incivil separó con un bucle trágico y la manipulación histórica convirtió después en arquetipo de las dos Españas que ellos jamás representaron. El texto es una reivindicación de la verdad objetiva frente a la interesada mitología de una desavenencia ficticia alimentada durante mucho tiempo por la tergiversación cainita.
Luce en él el espíritu clarividente y la distancia elegante que le son características, y también un lamento dolorido, un cierto pálpito pesimista por el futuro de una nación arrastrada al cisma civil y a la continua reapertura de sus peores heridas. El Raúl de siempre, lúcido y valiente, el viejo león bizarro apenas remansado a quien esta noche rendimos honores con el cariño que de vez en cuando, y sólo con quien lo merece, sabemos expresar los sevillanos.
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