Iglesia hispalense
Veinte años de caridad a la intemperie
El programa de atención a personas sin hogar de la parroquia de San Vicente cumple dos décadas
Más de sesenta voluntarios participan en los turnos de ruta por el Centro de la ciudad
Todos los días del año peinan su zona de influencia para proveer bebida y charla
Sevilla
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Iniciar sesiónSe echa al coleto, con la avidez de quien no ha probado bocado en todo el día, un caldo caliente que le tienda una mano amiga y enseguida vuelve a extender el vaso de plástico para el reenganche. Más allá, alguien está preparando un camastro ... sobre cartones encima del bordillo de los jardines de la Gavidia y en la calle O'Donnell, un tercero distrae las horas muertas con el wi-fi abierto de un comercio antes de irse a pernoctar por el mercado de Triana, que la noche está muy húmeda. Son muchos más, casi una docena por tarde, pero detrás de cada número hay una historia, una vida a la intemperie, pendientes de un hilo tan frágil que siempre se rompe por su lado.
La escena se repite cada jornada en una ruta cuyo contorno dibujan las calles Goles, Torneo, Marqués de Paradas, Julio César, San Pablo, Murillo, la Campana y la Gavidia hasta volver al punto de partida, en la parroquia de San Vicente. Hace dos semanas, el 25 de noviembre, celebraba el vigésimo aniversario de su programa de atención a personas sin hogar 'Levántate y anda' que se mantiene de forma ininterrumpida todas las noches del año a partir de las ocho y media.
La ruta, como ellos le llaman, es el azogue en el que se refleja la sociedad, por más que ignore verlos: jóvenes con problemas de adicción, enfermos mentales, extranjeros recién llegados, hombres maduros que se han rendido y ya ni intentan salir de la calle, parejas desahuciadas, veinteañeros migrantes a los que se atendió cuando eran menores no acompañados arrojados a la vida sin recursos al día siguiente de cumplir los 18… el catálogo de casos entre los que están en la calle es inagotable.
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Los voluntarios -siempre, como mínimo, un binomio- sirven caldo caliente en invierno y gazpacho en verano además de agua y zumos. Pero el reparto entre los que vivaquean en soportales, guardando coches o mendigando no es el fin último, sino acercarse y entablar conversación para facilitarles la ayuda que puedan necesitar en el despacho de Cáritas de la parroquia.
Y necesitan tanta ayuda… Revisiones médicas, atención odontológica, papeleo burocrático, renovación de carnés, formación ocupacional, tramitación de ayudas, contratos de trabajo, contacto con los familiares, transporte, defensa legal… todo cuanto se convierte en un Everest inalcanzable cuando no se tiene un domicilio fijo desde el que sentirse a cubierto de las inclemencias: el sol implacable, el viento arrebatador, la lluvia que empapa inmisericorde, el frío húmedo hasta los tuétanos... Reparten mantas cuando llega el frío y caridad en cualquier época del año.
En estas dos décadas han pasado muchos usuarios por el programa de ayuda a las personas sin hogar. Y muchos voluntarios también que han entretejido sus vidas de un lado y del otro de la caprichosa fortuna.
En la actualidad, son unos sesenta voluntarios que atienden a una media de once personas cada noche, según la estadística que ellos mismos levantan al final de cada recorrido para saber calibrar las necesidades. Casi mitad por mitad, españoles y extranjeros. Otra cosa es que tengan papeles, pero a nadie se le piden para caldear el ánimo y entonar el cuerpo.
También reparten tarjetas (escritas en árabe o en español) para que los atendidos acudan los miércoles a la acogida de Cáritas y empiecen a encauzar su vida conforme a la filosofía que inspira el programa: 'Levántate y anda'. En uno y en otro sentido: todavía no se ha inventado repartir zumos dándole a ningún botón de ninguna red social. Hay que levantarse y andar en vez de mirar la vida -otra clase de tortura mental estos días de consumo despendolado y dispendio desproporcionado- desde el andén del apartadero donde quedan los personas sin hogar.
Trabajan coordinados con entidades públicas y privadas que se ocupan del fenómeno del sinhogarismo. La ruta es una excusa para trabar conocimiento y empujar a personas sin hogar a plantearse un futuro lejos de la calle. El caldo que reparten es en sí una sopa de letras (CAM, CAT, COIS, ES) de los organismos municipales a los que derivan los casos que acompañan.
Mil historias que contar
Su testimonio interpela al vecindario y relatan casos de generosidad entre quienes los ven repartiendo charla y bebidas en su carrito rosa: quien se decide a bajar un plato de comida, quien regaló un chaquetón casi por estrenar, quien se apunta al voluntariado… El proyecto se replicó, con diferentes nombres, en otras parroquias como San Sebastián, los redentoristas o Triana.
Cada uno de los voluntarios tiene mil historias que contar, pero prefieren guardarlas en lo secreto del corazón. Sí cuentan las veces que se van con un pellizco en el estómago porque a alguno de los visitados no le sale la voz del cuerpo y sospechan de una enfermedad o una dolencia; o de la frustración que se resignan a sentir cuando los que habían logrado sacar de la calle desandan el camino por no dejar atrás a un amigo, a un compatriota, a un perrillo faldero…
O la pena -sí, dolor fraterno- por la muerte de alguien al que han servido cada semana, como sucedió con Andrzej, que pernoctaba en la antigua biblioteca de la calle Alfonso XII. El envés de esa realidad lo representan quienes lograron reconstruir su relato vital y encontrar un sentido nuevo a la vida como hicieron Carmen, Luis, Paco, Sergio o Javier.
Cada ruta se inicia y se remata a los pies del sagrario, para mirar «al más solo y abandonado para que Él nos ilumine para llevar, sin ofender, lo que compartimos», como dijo el párroco
La parroquia ha editado un libro conmemorativo con ocasión del aniversario y el 25 de noviembre, cuando la Iglesia proclama en el Evangelio las obras corporales de misericordia, el párroco, Carlos Coloma, invitaba en la homilía a «aprender a llorar con los pobres porque las lágrimas limpian los ojos para reconocer al Señor».
Cada ruta se inicia y se remata a los pies del sagrario, para mirar «al más solo y abandonado para que Él nos ilumine para llevar, sin ofender, lo que compartimos», como dijo el párroco. En ese volumen sorprende la cantidad de testimonios anónimos, de voluntarios que ni siquiera desean que su nombre se conozca. Es el caso del padre de un costalero de las Siete Palabras que se involucró, a su muerte prematura, todavía joven, como «cirineo» para que los indigentes desahoguen su frustración.
Quizá el mejor resumen de estos veinte años de atención a pie de calle lo firme Juan Carlos García, responsable del área de Inclusión de Cáritas Diocesana cuando se puso en marcha el proyecto: «Me ayudó a superar mi visión paternalista y verticalista sobre la actuación con las personas sin hogar. Sentir, a pesar de tanta embriaguez de sufrimiento, que la persona tiene necesidades, capacidades, para determinar y decidir lo que es necesario hacer».
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