En Sevilla las fiestas grandes siempre se viven con grandes vísperas, y la Inmaculada no es una excepción. Al contrario. El ambiente de júbilo se palpaba a plena luz del día con las calles repletas de gente. Desde primera hora de la tarde eran pocos ... los rincones del Casco Antiguo de la ciudad en los que no había tunos, grandes protagonistas de una jornada en la que Sevilla hace realidad su tópico y tradición su leyenda. Las grandes reuniones de personas que se sentaban a comer en cualquier bar se llevaban la grata sorpresa de contar con amenizaciones musicales como la de los veteranos —pues todos peinaban canas— tunos de Aparejadores en el mercado de Triana. Les quedaba un largo día por delante.
A la llamativa pero reconocible indumentaria de los tunos por las calles del Centro se unió por la tarde la del casi centenar y medio de personas que integraban el desfile del Tercio de Olivares, cada vez más familiar para los viandantes al celebrar ya su séptimo año consecutivo. La colorida comitiva que incluía desde rodeleros, arcabuceros, piqueros y abanderados hasta 'civiles' ataviados con ropajes del siglo XVI recreaba el conocido como Milagro de Empel, hecho ocurrido durante la Guerra de los Ochenta Años.
Sus entusiastas integrantes conmemoran la gesta del Tercio Viejo de Zamora comandado por el maestre de campo Francisco Arias de Bobadilla, que se enfrentó y derrotó contra todo pronóstico a una flotilla de cien barcos de los rebeldes de los Estados Generales de los Países Bajos. El Tercio comenzó y terminó su desfile en la plaza de Jesús de la Pasión, y tuvo como punto destacado de su recorrido la del Triunfo. Allí se realizó a eso de las ocho y media una ofrenda floral ante el monumento de la Inmaculada, sin duda el epicentro de la tarde noche del 7 de diciembre.
El barrio de Santa Cruz «con su mágica luz», como cantaron los tunos de Peritos Industriales en la plaza de la Alianza, fue como cada año otro de los enclaves más concurridos de la víspera de la Purísima. Todas sus calles y plazas, e incluso su iglesia parroquial, eran escenario de la actuación de unas y otras tunas antes y durante la vigilia ante el vecino monumento de Coullaut Valera. Los sones de las tunas bajo el azulejo del Cristo de las Misericordias solamente se vieron interrumpidos por el repique triunfal de las campanas de la Giralda a las nueve y media, al término de la vigilia de la Inmaculada presidida en la Catedral por el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses.
Mucho público con los tunos
En esta ocasión se han notado particularmente los frutos del adelanto horario establecido hace unos años para que las tunas se vieran más arropadas de público en una época de progresiva desbandada por el frío y otras razones. Lejos de aquello, las multitudes congregadas este año tanto en la plaza del Triunfo como en el resto de puntos donde cantaron los tunos refrendó lo acertada de aquella decisión y el interés que Sevilla sigue teniendo por esta tradición de la Inmaculada. En la angosta plaza de Santa Marta no cabía un alfiler a las diez de la noche y los sesenta integrantes de la Tuna de Magisterio lo habrían tenido más fácil para entrar en helicóptero que a través del callejón de acceso a la bucólica plazoleta en la que cada año deleitan al personal con su interpretación de 'Sevilla', de Arturo Pareja-Obregón, minutos después de haber animado el cotarro con el 'Corazón contento' de Marisol.
El horario más temprano de la vigilia y el menor frío atraen más gente a la noche de las tunas
Más amplio es el espacio de la plaza del Triunfo en el que, una tras otra, fueron pasando cada una de las quince tunas —una más que el año pasado con la incorporación de Arquitectura al Consejo de Tunas— a ofrecer sus sones y sus flores a la Pureza de María. Monseñor Saiz, que llegó junto a Ingenieros, la tuna organizadora de esta edición de la vigilia, las acompañó con un rezo en los primeros compases de la noche ante una gran expectación de amantes de la tuna y curiosos varios. El arzobispo, experto en mimetizarse con todas las tradiciones sevillanas, se colocó la capa llena de cintas de uno de los tunos y disfrutó desde dentro de una agradable velada musical bajo el cielo murillesco de la noche de la Inmaculada.
Grupos de personas de todas las edades fluían entre los bares de Mateos Gago, el monumento y las calles adyacentes durante toda la noche a pesar del frío, que sin embargo fue menos duro que otras veces. En algunas fachadas relucían las balconeras estrenadas este año a iniciativa de la Tuna de Ingenieros, que tan buena acogida han tenido. Los tunos seguían cantando y aclarando sus gargantas y Sevilla no los dejaba solos. Tras siglos defendiendo el dogma de la Inmaculada, los sevillanos se aferran al 8 de diciembre como hacía tiempo que no lo hacían. Y a muchos les queda aún una larga noche de vigilia que terminará en un estallido de gozo en la Resolana.
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