Reloj de arena
Jon Urquijo Alonso: Petrarca bebe ron cola
Nació en Bilbao. Pero se hizo hombre en Sevilla, cerca de la academia de Enrique El Cojo, por la calle Espíritu Santo
Félix Machuca
Fue allí, donde el tabloncillo repicaba con los taconazos de las niñas que querían ser aristas y las aristócratas que querían ser flamencas. Con la chavalería de la calle Feria , como un personaje de Mark Twain , se iba a la ... Barqueta , la cruzaba a nado y recolectaba, en la orilla más salvaje, jaramagos para los canarios y palodú para venderlos. En aquel tiempo feliz, Jon Urquijo , descubrió que el mundo no era para lentos. Por el contrario, te pedía, para salir sin muchas rozaduras del camino, paso ligero y decidido, tras la bandera del triunfo.
A ese empuje natural de su ADN vasco le cosió la divisa de la picardía local para, a lo largo de su vida, arruinarse dos veces, levantarse sin dar muchas voces de donde lo tiró la canina, sin importarle ser vendedor de libros, encargado de obra en Marbella , cocinero, recepcionista, conserje y el hombre que le enseñó a Petrarca a beber ron cola. Esto, lo sé, necesita una explicación. A eso vamos.
Pero antes hay que ver a Jon desenvolverse en París , en el lujoso café de La Paix , al lado de la ópera, joven y lleno de sueños juveniles, poniéndole la mesa a Josefina Baker, a Vittorio de Sica, a Nureyev y a un matrimonio surrealista y extravagante, de modales altaneros y fama mundial, Dalí y Gala .
El de Cadaqués, con el bigote erizado, tiró con desdén sobre la mesa un fajo de francos para pagar, según él, la impuntualidad de una comida que no le llegó en hora. Quizás la hora imposible que marcaban sus relojes derretidos. Jon aprendió en Francia lo que quería: un idioma que le apasionaba y unas formas de restauración que por aquí se llevaban poco. Y que, años después, trasladaría a su propio negocio en la calle Monte Carmelo .
Infancia
«Con los amigos de la calle Feria cruzaba a nado el río por la Barqueta y recogía jaramagos y palodú para venderlos»
Pero antes se dedicó a escuchar otras voces. Como las que en el estudio de grabación de Playsur, con Felipe, Alfonso y Rafael Escuredo in situ, se grabó el «Compañero únete» que tanto poder de convocatoria tendría. También se grabó en Playsur, en un alarde de improvisación y divertimento el «Vente pa España, tío», de Josele Moreno , que aquella misma noche llegaría hasta la colina del Loco Quintero en Radio Nacional de España .
Para hacerse, como se diría hoy, viral. Entonces se era más castizo y el éxito inmediato se definía como pelotazo. Les debo la explicación del título. Y es verdad que Jon, cuando abrió la discoteca más elegante de la Sevilla de su época, Petrarca, enseñó a beber ron cola al poeta, filósofo y humanista florentino.
Si el puente de Triana respiraba aires parisinos en su ingeniería, Petrarca era cien por cien un replay de lo que aprendió en el café La Paix. Una discoteca con guardarropas, con portero, con carné personal, con exigencia de traje y corbata para menearse en la pista, con un maître que anotaba la comanda y un camarero que te la servía.
Se pasaba por caja solo y exclusivamente cuando el cliente daba por finalizada la jornada con Juanito el caminante o con la negrita de Bacardí. Algunos decían que era una discoteca de niños pijos, de remeros del Náutico y de jóvenes emprendedores con la cartera rebosante de salud.
Petrarca
«A principios de los setenta abrió en Monte Carmelo una de las discotecas más elegantes de su época, a la moda de París»
Otros sostienen que era una discoteca para todos los públicos, siempre y cuando el público no tuviera los pelos alborotados, las medias de color y un tajo canallesco en la cara. Petrarca solo bebía y bailaba con gente elegante y educada. Pero si un loco fue capaz de colarse en la habitación de la reina Isabel II en el palacio de Buckingham , en Petrarca también te encontrabas con majaretas que le daban martillazos al inodoro porque allí lo dejó su novia y allí había que romper el maleficio. O señoras persiguiendo a sus esposos que estaban muy encima de su trabajo extra... O el que se hacía pasar por policía con placa de plástico y se la enseñaba en la barra a dos guripas de verdad que se lo llevaban a comisaria por tontolaba. También estaba el que pedía la hoja de reclamaciones para no pagar y le salía caro el cubata. O los que querían saldar la cuenta con décimos de lotería…
Jon Urquijo fue propietario de Petrarca, del 3,80 y de Plató. Sin dudas uno de los hombres más reconocidos de la noche sevillana de entonces. En el 3,80, abierto frente al hotel Colón, lugar frecuentado por toreros y futbolistas, Curro Romero tuvo una clamorosa despedida tras pasar un rato con Jesús Quintero. Sobre la barra del pub bebían felices don grandes empresarios taurinos de la época. Uno de ellos, cuando el Faraón abandonaba el local, dejó escapar por el colmillo la guasa de que aquel año no iba a torear ninguna corrida en Sevilla.
Éxito
«Abrió en Punta Umbría una réplica del 3,80 sevillano, con Pepe Luis Siete Revueltas como socio, que puso a cantar la vaca lechera al irlandés»
Curro dejó la montera en el centro de la plaza, brindó al público asistente y mató a la primera con el acero de su respuesta. El 3,80 tuvo réplica de verano en Punta Umbría. Donde Pepe Luís Siete Revueltas , socio de Jon, puso al cantautor irlandés más aburrido del mundo a cantar Sandokán y la Vaca lechera, con tanto éxito que las colas llegaban a Cartaya. Aquel chaval que vendía palodú en su infancia y que enseñó a beber ron con cola a Petrarca, sigue convencido de que la cigüeña de su éxito vino de París…
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