Plácido Fernández Viagas: retrato de verdad con justicia
El primer presidente de la Junta de Andalucía aparece retratado, en su independencia de carácter y en su libertad de conciencia, en una biografía política que firma la doctora en Historia Lola Villar Lama
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Iniciar sesión«¿Quién es Plácido Fernández Viagas como hombre y como político?« Es el tenor literal de la cuestión que se le trasladó al que fuera primer presidente de la Junta de Andalucía cuando, en septiembre de 1978, había curiosidad por conocer ... al exjuez y senador socialista que había tomado sobre los hombros la pesada carga de construir el autogobierno andaluz. La respuesta, cuyo original consta en el archivo de ABC , debió ser tan desconcertante entonces como ahora: «Como político, muy malo. Porque Plácido Fernández Viagas cree en la verdad, cree en la autenticidad , cree que las cosas deben de presentarse como son y a veces son bastante detestables, como es el caso presente».
Aunque profesora de Filosofía, Lola Villar Lama dedicó su tesis para doctorarse en Historia Contemporánea siguiendo las indicaciones del catedrático Manuel Moreno Alonso a responder esa pregunta hasta construir una monumental biografía política que ahora ha publicado, resumida, el Centro de Estudios Andaluces dependiente de la Consejería de Presidencia. En ella puede leerse la semblanza que de Plácido Fernández Viagas hace su hermana menor, Olga , acaso la más completa caracterización del personaje contenida en la obra: «Creo honradamente que Plácido no hubiese sido, posiblemente, ese niño, ese joven, ese hombre íntegro, cabal, honrado, enamorado de la Justicia y la Verdad , seguro de sí mismo, digno, orgulloso e incluso soberbio pero nunca engreído, ni vanidoso, ni advenedizo, ni interesado , ni aprovechado, ni trepa; capaz de arrastrar con su palabra convincente y fácil, gran conversador, lector, escritor (desde muy pequeño escribía poesía), con sentido del humor, pero también soñador, melancólico a veces, nada rencoroso, algo despistado, cabezota, discutidor , nervioso, rebelde, cariñoso, con gran atractivo pero nada de presumido e, incluso abandonado…; leal, veraz, apasionado en todo y (¡ay!) gran fumador, si no hubiese sido hijo de don Plácido y doña Dorila, que además nos inculcaron que el dinero era necesario, por supuesto, pero no lo más importante en la vida, y que nunca actuásemos por la ambición de lo material».
Como presidente de la Junta, había renunciado desde el primer momento a recibir una asignación económica . No era por dinero por lo que se movía, sino por tres cualidades que su biógrafa destaca por encima de cualesquiera otras: «Compromiso, rebeldía y honradez» .
Con ese punto de orgullo herido y su irrenunciable defensa de lo que creía justo soportó –con las penurias imaginables para una familia numerosa con once hijos en la España de los años 70– los tres meses sin empleo ni sueldo con que la Inspección de Tribunales lo castigó por haber firmado «la solicitud de manifestación que Coordinación Democrática hizo al gobernador civil de Sevilla» en favor de la amnistía de presos políticos en octubre de 1976. «Su carácter orgulloso, su autosuficiencia y su sentido de la responsabilidad le impidieron recibir ayuda de sus amigos y compañeros», dice Lola Villar.
Fernández Viagas, andaluz de Tánger como se definió, era entonces magistrado de la sala de lo Contencioso Administrativo de Sevilla. Y empezaba a ser reconocido en los ambientes de oposición al franquismo a través de sus escritos –innumerables, como sostiene la doctora Villar Lama– periodísticos y sus manifestaciones públicas como fundador de Justicia Democrática y el primer juez que se atrevió a discrepar de la línea franquista a pecho descubierto .
Sólo porque creía en lo que hacía y en lo que decía. Su intervención en la manifestación por la amnistía de 1976 es una de las estampas más reconocibles del «magistrado militante» como se le nombra en la biografía. En vista de que la concentración no contaba con el permiso de la autoridad gubernativa, se encaramó al busto de Castelar en el Cristina –justo detrás de donde estaba la garita meteorológica– y a voz en cuello (el jefe de la policía le negó el megáfono) pidió a los manifestantes que se disolvieran . Y lo hicieron porque hablaba con autoridad , no la que le daban sus puñetas judiciales sino con la legitimidad de quien persigue con coherencia sus ideales de justicia social e igualdad de derechos.
El otro momento destacado de esa vida pública que lo llevó a la Junta de Andalucía sin proponérselo –«Yo no tengo ninguna vena de andalucismo, ni antes, ni ahora . Por supuesto me declaro no andalucista. Me molesta la palabra andalucismo [...]; lo que me interesa verdaderamente es lo que hay dentro de Andalucía , que es una cosa que se llama pueblo andaluz»– es el mitin de Alcalá de Guadaira en junio de 1977 , que Lola Villar Lama reconstruye a través de la crónica publicada en ABC y del testimonio de sus compañeros de partido.
«En ese acto electoral, Plácido Fernández Viagas reconcilió la militancia socialista con los sentimientos religiosos », subraya su biógrafa, cuando todavía estaba muy presente en la memoria colectiva los desmanes anticlericales que habían hecho naufragar la II República. Ninguno de los socialistas con carné sabía que Plácido iba a declararse desde el ambón del mitin en la plaza de toros «cristiano y socialista» . A la fe lo llevó su familia en Tánger y su educación con los marianistas; al socialismo lo llevó su sentido de la justicia social. A las filas del PSOE lo llevó Manuel del Valle , abogado del despacho de la calle Capitán Vigueras. «Se sentía muy socialista –refrenda la autora– pero sin dogmas y con una base cultural liberal . Durante los 60 había leído las memorias de Koestler y la literatura de los disidentes soviéticos . No era heredero de la carga ideológica de los socialistas de la clandestinidad. Más radicalizados y con un discurso, todavía, revolucionario».
José Rodríguez de la Borbolla recuerda aquel discurso «magnífico» y Alfonso Guerra confesó a la autora que «fue algo absolutamente telúrico» . Probablemente, se refería a que bajo los presentes, sin haberlo notado, se habían movido las placas tectónicas del frentismo guerracivilista liberando la energía sísmica que llevó a Felipe González a la Moncloa en 1982.
El exalcalde de Sevilla fallecido el año pasado, Manuel del Valle , rememoraba que «entusiasmó a la gente» . «No fue tanto lo que dijo sino cómo lo dijo. Porque lo dijo de una manera que no era la habitual en un político. Era una persona que estaba diciendo su verdad. Y para la gente que estaba allí lo que estaba diciendo era la verdad».
Probablemente, era lo más impactante del Plácido político. «Como otros muchos políticos de la Transición, tenían principios éticos muy sólidos y llegaron al consenso no porque fueran débiles sino porque vieron que era la única manera de fundar un Estado democrático», observa la autora del libro 'Plácido Fernández Viagas. Andalucía, una cuestión de justicia'.
Vistas con perspectiva, sus palabras –ya como presidente de la Junta de Andalucía en julio de 1978– suenan como el silbido del hierro candente cuando se enfría : «No he venido a Jaén para prometer nada. [...] No he venido con fines triunfalistas ; yo no puedo, como he dicho, dar soluciones carismáticas, para eliminar, por ejemplo, el paro. Creo, además, que nadie puede darlas, ni el mismo Gobierno».
En una entrevista en 'Triunfo' a los pocos días de asumir el cargo al frente de la Junta, aludía a la franqueza que tanto se echa de menos en la política actual: «Tengo el presentimiento de que no nos vamos a quemar si sabemos conectar con el pueblo, ir diciéndole la verdad, exclusivamente la verdad ». Y nada más que la verdad, le faltó rematar al magistrado que llevaba dentro.
Pero resultaba evidente que la vida política de Plácido iba a ser corta. Él mismo lo asumía con naturalidad en una entrevista en estas mismas páginas al día siguiente de su toma de posesión: « Ella [su hija Paloma, la benjamina de once años] cree que sí, que soy importante ; son las cosas de los niños, la edad... Pronto verá que eso no es así, porque, además, la ventaja que va a tener el cargo – eso de presidente que usted dice– es que va a durar poco, ¿no? ».
El libro tiene dos partes bien diferenciadas. La primera, más biográfica, incide más en la persona , sus ideas y su aficiones, su entorno familiar y su desempeño profesional como juez en la isla de La Palma, Tenerife, Cádiz o Sevilla. Ese relato narrado casi al ritmo de una novela del XIX a las que la autora es tan aficionada concluye abruptamente en un episodio que Lola Villar Lama expone con «exquisito pudor» pero que es clave para entender la integridad moral del personaje: el encarcelamiento de su primogénito, Plácido Fernández-Viagas Bartolomé , en la caída de una célula clandestina del PCE en Sevilla.
El magistrado se negó a ningún trato de favor para su hijo , como la biografía recoge, que los jefes policiales le insinuaron más de una vez. Eso le dejó las manos libres para seguir dictando sentencias en conciencia sin salirse del carril de la legislación. «A pesar de su carácter soberbio y orgulloso, por primera vez –porque era padre y amaba profundamente a su hijo–, se sintió vulnerable », explica en el libro sin entrar en detalles personales.
Sí sitúa, sin embargo, el momento en que Alfonso Guerra conoció en persona al juez Fernández Viagas en la puerta de la cárcel de Ranilla en la Nochebuena de 1971 : «Le saludé, comprobando que el aura que le rodeaba en las conversaciones de los universitarios politizados era real».
De ahí al Senado en las Cortes Constituyentes de 1977 hay un lustro de compromiso con la amnistía y con las causas sociales que lo llevó a presentarse como independiente en las listas del PSOE. La biógrafa es rotunda al respecto: « Borbolla, Alfonso Lazo, Alfonso Guerra, Manuel del Valle lo ponen en un pedestal. Saben la importancia que tuvo para el partido –recibió más sufragios que la lista del PSOE en 1979– pero no se sienten muy cómodos con la actuación que tuvieron en los últimos momentos de la presidencia de Fernández Viagas, una vez que se producen las elecciones y se empieza a cuestionar su papel, quizá, porque no había sido suficientemente andalucista . Es, entonces, cuando se da cuenta de que está fuera de juego. Aun así, lo respetaban y tenían un alto concepto de su figura –y lo siguen teniendo–, aunque creo que los socialistas de ahora (no digo andaluces) no sepan quién fue».
Manuel del Valle, que fue su jefe de gabinete , lo dejó apuntado sin ambages: « Plácido era una persona ingobernable, no era alguien a quien se le pudieran imponer consignas desde dentro del partido». Y el propio Fernández Viagas dejó dicho de sí mismo: «Estar en un partido no es hacer un acto de fe» . Estimó, por encima de todo, la coherencia con sus propias ideas y por ellas peleó hasta el final: «Soy autonomista, socialista y españolista. A mí no hay quien me encorsete. La independencia no consiste en militar aquí o allí, la independencia es una cualidad del alma».
Cuando vio que su misión política había llegado a su fin, recogió los bártulos y volvió a su plaza de juez (luego escaló al Consejo General del Poder Judicial y de allí al Constitucional): «Lo que debemos aspirar es a llevarnos con nosotros la tranquilidad de conciencia de haber obrado en todo momento como personas honradas ».
Su biógrafa cita al respecto un monólogo de 'Baco', de Jean Cocteau , una de las obras preferidas del juez erudito: «Yo no soy un hombre de partido, porque para serlo sería preciso traicionar a mi alma libre con nuestro partido o traicionar a nuestro partido con mi alma libre». Con esa libertad envidiable murió, a los 58 años, encomendándose a Dios y a Cristo el 8 de diciembre de 1982.
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