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Reloj de arena

Juan Valdés: Cuando se hizo la luz

Alguna vez me dijo que si se fuera a una isla desierta se llevaría un único color: el blanco

Rocío Jurado y Juan Valdés Archivo personal de Juan Valdés

Félix Machuca

Su paleta, hasta entonces, había estado colonizada por los claroscuros, un eco sin dudas de un pasado tortuoso y penal, de esos que uno mira al cielo para invocarle que ponga los ojos en otro sitio y te permita respirar. Tuvo una infancia como la ... de algunos niños de Dickens, huérfano de padre y madre a cortísima edad, amparado por sus abuelos paternos y sobreviviendo en una España que intentaba olvidar tanto dolor y tantos paredones con las canciones para después de una guerra. Reflexionando sobre estas circunstancias le dijo, en cierta ocasión, a monseñor Amigo: «Si Dios se llevó a mis padres tan pronto fue porque quizás los necesitaba más que yo. Pero a mí me dio la facultad de ver lo que me tenía destinado y me puso en el camino de la pintura». Juan Valdés , con cuna en Badajoz y medalla de oro en Sevilla, se metió en ese camino pausado, lento, reflexivo y dado a los hallazgos más sublimes que es la pintura. Siendo su corazón verde Palmera se agarró a lo blanco como expresión liberadora de un destino adverso. Porque el cielo no dejó de mirarlo con un ojo tapado, reservándole adversidades tan indeseables como un accidente de tráfico a modo de los de las quinientas millas de Indianápolis y una enfermedad abominable. De ambos bajíos Juan salió gracias a la medicina y a sus, ¿cómo decirlo?… A sus timbales. Gracias a sus timbales…

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