Reloj de arena
José García Rodríguez: Un oasis para respirar
Por su negocio pasaban las primeras figuras del espectáculo de la época y las chicas más alegres que pudiera soñar Bukowski
Félix Machuca
Fue el vergel del chachachá, la huerta de la rumba y un Oasis de verdes manzanas de pecado nada originales de la Sevilla de los 60, donde pesaba la sotana y la sacristía. Y en la que se desfogaba los instintos más básicos en lugares ... con licencia para mojar. Oasis fue la sala de fiesta top de aquella década. Currinchi , que así se apodaba su creador, la abrió muy cerca de la Shell, donde descargaban los petroleros el crudo de los ricos beduinos. Y los marineros de aquellas embarcaciones, hartos de arar el mar, saltaban a tierra con meses de vigilia y abstinencia para saciar el apetito carnal.
Alguna que otra vez se amotinaban. Y no se parecían en absoluto a los del spot publicitario de Jean Paul Gaultier . Por unos tragos de más y unos centímetros de menos en la pechera de las chicas de alternancia, montaban pollos como los de la cantina de las películas de oeste. Solían solucionarse con extrema pulcritud y la mano izquierda de los camareros. Eran profesionales completísimos: lo mismo te servían un vaso largo que te ponían un ojo a la funerala…
Currinchi fue un tipo cordial, afable, de afectuoso trato en cercanía y muy serio para sus asuntos laborales. Lucía siempre bronceado como un millonetis de la Costa Azul y tan elegante como un personaje asiduo a las fiestas del Gran Gatsby . En la pista de baile se levantaba un escenario en el que actuaron Raphael, Alberto Cortez, Luís Mariano, Rocío Jurado, Rita Pavone, Rafael Conde «El Titi», Teddy Bautista y los Ídolos, Los Payos . Y un Emilio «El Moro» que llevaba la gracia como el hachís de Ketama : en los cañamones de su desahogo.
Oasis
«Currinchi, su propietario, la convirtió en la sala de fiestas más potente de la década de los 60, con actuaciones de primer nivel»
Tenía un número que tiraba a la gente. En un momento de su repertorio, cuando veía que la afición estaba calentita y la tenía en el bolsillo de su chilaba, anunciaba un solo de guitarra. Abandonaba el escenario y la guitarra se quedaba sobre la silla sola, muy sola. Hasta que la gente estallaba en carcajadas y comenzaban a llamarlo para que volviera. Eran uno solos de guitarras magníficos. Para oídos finos y sensibles.
Currichi entendía muy bien el azaroso mundo en el que vivía. Dicen que fue uno de los bragados que se alistaron en la División Azul para conocer de cerca el frío ruso. Y es posible que eso le reportara los suficientes conocimientos y contactos como para tener hilo directo con diferentes departamentos del poder local. Un día, se cuenta, le dieron un aviso de que la policía iba a cerrarle el local. Currinchi se vistió de falangista como si fuera al cumpleaños de Girón de Velasco , se paró en la puerta de entrada del Oasis y espero que llegara la madera. Cuando llegaron los grises le dijeron: «Currinchi, venimos a cerrar la sala». Aseguran que el veterano soldado de la División Azul les contestó: «A ver si tenéis huevos de entrar».
Marineros
«Situado cerca de la Shell, los marineros que llegaban en los petroleros para descargar solían desfogarse en el local»
Es posible que los tuvieran. Pero decidieron no emplearlos en cerrar el Oasis. Para el verano abrió, junto a la sala de fiestas, una zona ajardinada bellísima, con encanto de cabaré a cielo abierto, iluminado con luces de verbena napoliotana, donde siempre había una orquesta para bailar los ritmos del momento. Una de esas orquestas fueron Los Bombines de Gino Font , que endulzaba las noches y acercaba las mejillas de los amantes cantando baladas por Mina y Celentano . Cuentan que Raphael , en uno de sus mejores momentos profesionales, cantó en el Oasis y el gobernador de la época solicitó su correspondiente entrada, acompañado de su esposa. Currinchi tenía más horas de vuelo en el negocio que un piloto de una compañía de low cost. Y en ocasiones tan principales intentaba no mezclar churras con merinas. A las niñas de las piernas tentadoras y los escotes palpitantes les pedía que retrasaran su hora de incorporación al trabajo, concretamente cuando la atracción potente finalizara. El escándalo era un tema de Raphael . Nunca lo fue del Oasis.
En aquella inolvidable sala de pollos peras y pechugas frescas había una serie de personajes fijos, de plantilla podríamos decir. Que eran referentes casi familiares para la clientela. En el guardarropa estaba Mami, una señora mayor de magnífica presencia y modales exquisitos que, si se terciaba, hacia más fácil el acceso de algún rodríguez a las rumbosas caderas de las niñas; Fernando Matey era el fotógrafo de recuerdos del cabaré y cantante de corte romántico. Matey, años después, se dedicó con relevante éxito a la prensa del corazón.
Policía
«Aseguran que su propietario estuvo en la División Azul y que se vistió de falangista impidiendo que la policía le cerrara el local»
Suyas son las fotos de la pena negra de la Pantoja tras la tragedia de Pozoblanco. Y por último, Santi el mariquita brillaba como una chaqueta de pedrería sin falso orgullo gay, cortés y amable, con dotes sobradas para las relaciones públicas y que grababa en los mecheros de los clientes sus nombres a base de arte y punzón. Currinchi le dio un oasis a Sevilla cuando más sed de libertad y vida crapulosa necesitaba. Un oasis para el chachachá, para las rumbas y para morder la verde manzana del amor de pago.
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