Reloj de arena
Francisco González Bravo: Las riendas de la noche
Fue uno de los jóvenes, junto con los Calvo, que inventaron una noche distinta en la Sevilla del otro lado del río
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Iniciar sesiónAl final de los setenta, Los Remedios , le cogen el traspaso de la noche sevillana al centro viejo de la ciudad, ampliando la peña itinerario y nuevas barras donde celebrar su particular Cuba libre, en una transición generacional muy evidente. En su libro ... ‘El rock de la calle Feria’ , esa sinfonía rastafari en la que Paco Gallardo se convierte en nuestro Jack Kerouac revelándonos el camino de los sueños utópicos y desbocados de aquella romántica generación, hay un pasaje de una foto de colores derretidos en la que vemos cómo las tribus juveniles se saltan la valla del centro y pasan al otro lado del río. Hasta entonces acostumbraban a campar por las praderas céntricas del Arenal, la Alfalfa y la Puerta Real. A partir de entonces, la madrugada alta se convertía en caravanas peregrinas buscando nuevos oasis, echándose la noche y el colocón en lo alto y marchando a pie desde el patio de San Laureano a la calle Betis. Hombro con hombro. Corazón con corazón. Risa fácil tras una bocanada de espeso humo. Triana y Los Remedios eran nuevos horizontes, nuevos espacios donde buscar lo que jamás se encontraba, quizás la ampliación del paraíso donde nadie renegaba a hacerle caso a la serpiente y morder la manzana. Pese a que sus calles estaban y están dedicadas a las advocaciones marianas.
La Canasta pasa por ser el primer local que acogió en Los Remedios a esas tribus juveniles que bebían en Sevilla y se mojaban en Los Remedios. Francisco Gonzalo Bravo tendría por entonces veintipocos años. Y secundó a La Canasta en Virgen de la Cinta abriendo un local llamado Las Riendas. Todo el mundo lo conoció y lo sigue conociendo por Curro España por su amor a los símbolos nacionales, sin que tan patriótico apodo tuviera nada que ver con las cadenas de la calle Harinas ni con gomina sospechosas encubriendo ideales infumables. Curro era un chaval de su tiempo, ucedario para más señas, generoso y muy perro jugando al fútbol. Pero con las ideas muy claras de lo que hacer con un pequeño local en la calle Virgen de la Cinta. Y esa idea no fue otra que coger las riendas de la noche y gobernarlas en beneficio de su industria y de sus amigos . En no mucho tiempo se hizo dueño de la manzana abriendo nuevas barras: Mafalda , que ocupó una desfasada barra americana previa; La Mela, aquel espacio donde instaló un mini golf y, más allá, se hizo cargo de un garaje para poner a punto el motor de los todo terrenos de la noche y de cuyo nombre no logro acordarme. Las Riendas le dieron fama y sitio . Y junto con los hermanos Calvo figura como uno de los jóvenes emprendedores de aquellos años que se inventaron una noche distinta en la Sevilla del otro lado del río.
En las paredes de Las Riendas abundaban los cuadros con las fotografías de los protagonistas de alguna noche sonada. La fantasía consistía en entender la pared como un gran álbum y las fotos como instantes imborrables de una noche de etiqueta negra, si bien hay que recordar casi llorando, que un cubata costaba 75 pesetas y la cerveza tres duros. En aquellas paredes se desvelaban los anonimatos y muchos, al verse, lo celebraban como si fueran portada de la revista Hola. Gonzalo Viguera Coronel , que trabajó con Curro España, me recuerda que Las Riendas fue uno de los primeros locales sevillanos que echaron mano de la música vintage para darle sello de singularidad. Y junto con los éxitos del momento se rescataban del baúl de los recuerdos a Fórmula V , Los Pekeniques , Los Payos , Los Diablos … Su cercanía a la Feria lo convertía en un potrero donde Caballo Loco, vestido de corto y sombrero cordobés, entraba montado en la cabalgadura hasta la misma barra; y en las sillas de la acera de enfrente, otros derrochaban tanto afecto, que el mirarla cara a cara se quedaba corto y auxiliado por Durex. Curro España tenía la mano floja y el corazón tierno . Rociero, muy vinculado a la Hermandad de Triana, apoyó siempre las iniciativas que te exigían generosidad, algo de lo que iba bien despachado su carácter. Por aliviar, alivió, incluso, al equipo de futbito de Pineda, que digo yo que es como ayudar con subvenciones al presidente qatarí del PSG…
Algo tenía aquel local pionero de Curro España porque desde José Manuel Soto a César Cadaval , desde Rafa Almarcha a Abdul Jeelany , desde Carlos Alberto Pintinho a Canito , lo frecuentaban como solo se frecuenta lo que te gusta a rabiar. Barra libre, como no podía ser de otra forma, tenían Silvio y Miguel Ángel Iglesias , que eran fijos de la cerveza con anís y a los que Curro tenía prohibido cobrarles. Quizás en la sabia certidumbre de que nunca iban a pagar una copa. En una lejana Nochebuena, Gonzalo Coronel Viguera, Fernando Núñez Ollero y Eduardo Pichi Reina le propusieron al jefe tocar un tema tabú: abrir en una noche en la que el gallo y la reunión familiar eran intocables. Curro les dejó la iniciativa a sus muchachos, les cobró solo el importe de las bebidas y el resto sería ganancia de tan espabilados chavales. Tocaron a repartir a cuarenta mil pesetas por cabeza, para que algunos, emocionados, entendieran que aquellas riendas daban de sobra para recogerle la cara al caballo de la noche al otro lado del río…
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