Reloj de arena
Eduardo Rodríguez Rodway: Orgullo trianero
El único sobreviviente del grupo Triana es un hombre leal que aún alcanza el éxtasis componiendo canciones para su nieta
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Iniciar sesiónEscueto de carnes, fibroso como un San Jerónimo en el desierto, alto y maqueón, los amigos le llamaban el canijo o el vinagre. Lo del canijo parece obvio. Lo del vinagre formaba parte del aliño personal de un carácter firme, fuerte y sin ojana. El ... único sobreviviente del grupo Triana no es hombre de pasar muchas, de tragarse los sapos que otros se tragaban con gusto en función de tal o cual interés. Eduardo Rodríguez Rodway fue bendecido o maldecido, vaya usted a saber, por el destino con principios que nunca se embarullaron en su alma. Fue más leal que un escudero de novelas de caballería. Y sigue siendo tan directo como un crochet en el mentón . Hace años lo entrevisté para ABC. Y le salió ese carácter que lleva dentro y que los años no han oxidado. Por el contrario, su lengua sigue tan suelta como las ideas que se forman en su cacumen. Y entre otras muchas cosas me confesó que arrastraba la frustración de, en su día, no haberle dado la respuesta que merecía la movida madrileña, aquella del supermercado y el bote de Colón, remataba con guasa y desdén. Me insistió en que la música no lo había abandonado y que alcanzaba cierto éxtasis personal componiendo canciones para su nieta y su perro Roque . Era la respuesta del viejo roquero, del soldado que dejó en mil batallas por la paz parte de su vida, tras haber pasado por el mundillo musical arrasando en sus dos versiones más potentes: con Los Payos y, después, triunfalmente, con Triana.
Antes de triunfar con María Isabel o de confesarnos que sabía de un lugar, Eduardo, se dio un baño de multitudes en Torremolinos, donde tocaba por pura gastronomía en un pub irlandés, donde iba incluida la rosca sueca y el pimiento inglés. Los ecos lejanos de su guitarra en la plaza de Doña Elvira aún deben de andar sonando por las esquinas sentimentales de muchas de aquellas chicas europeas que llegaban a España buscando amor, sangría y flamenco. Eduardo iba sobrado de las tres artes y solo con su guitarra en Torremolinos o con aquel grupo llamado los Flexor´s empezó a recorrer el largo camino que lo llevaría desde las playas rumberas con los Payos hasta el patio más famoso de Triana. Josele Moreno recuerda que Los Payos nacieron, precisamente, en Torremolinos , donde coincidieron con Eduardo y con el Pibe, un musico de los Bombines que Pulpón enviaba a Suramérica formando parte de las orquestas de los trasatlánticos que amenizaban la travesía. Pibe, Josele y Eduardo se encargaron de revolucionar el panorama musical español de la época, hasta el punto de que fue el propio Eduardo el que llevó toda la gestión con el representante de Bob Dylan para hacer la versión en español de ‘Adiós Angelina’. La letra la tradujo Eduardo Pérez Orozco. Le enviaron la maqueta al hombre que buscaba las respuestas en el viento y le encantó. Por lo que cuenta Josele Moreno, Dylan se encarnaba con el flamenco y Eduardo le dio al tema un aire rumbero sin que perdiera la fibra de la balada. Realmente quedó redondo y no desmerecía en nada de la versión que cantó Joan Báez.
En Torremolinos, una amiga sueca del gran Rodway, le consiguió un contrato muy atractivo por tres meses para tocar en un pub de Estocolmo. Estaba todo hecho. Pero Eduardo Pérez Orozco los amarró en Madrid, con siguiéndole un compromiso en firme para actuar en la Bodeguita Andaluza . De la Bodeguita al piano bar que tenía Jaime de Mora y Aragón no había mucho trecho. Todo lo contrario. Recuerda Josele que tocaron en aquel piano bar, rompeolas de la crema capitalina, donde el hermano de la reina Fabiola los presentó al público como tres emigrantes. Yo hubiese dado dinero por ver la cara que se le puso al vinagre al oír aquella indecorosa presentación. ¿Se la imaginan? De aquel piano bar le salieron infinidad de fiestas privadas donde Los Payos tocaron para Carmen Hohenlohe, Lucía Bosé o Natalia Figueroa , entre otros nombres que jamás pasaron necesidades a final de mes.
Gonzalo García Pelayo ha sostenido en público que el valor añadido de Eduardo en Triana fue saber quedar en un segundo plano para que Jesús de la Rosa liderara, por su carisma y capacidad, el grupo. Otros entienden que Eduardo fue la máquina administrativa de aquel ejército de tres hombres que llevaron al rock andaluz a convencer en todos los frentes musicales de la nueva onda. Subieron tan alto que se hicieron clásicos. Hoy, una chica de 23 años, puede escuchar ‘ Tu frialdad’ o ‘Señor Troncoso ’ en su casetera camino de los Caños como si fueran un grupo de su generación. José María Pachón fue mánager de Triana. Y Eduardo lo bautizó como el sobrino. Y sobrino se le quedó. Porque dos años después de hacer la mili, con melenas a lo John Mayal, bigote a lo Zapata y gafas Lennon, se presentó en la oficina de los trianeros y al verlo le dijo: tú debes ser el sobrino de Zapata, ¿verdad? Pachón no olvida aquel día que fueron a Barajas, a las tantas de la madrugada, a recoger una guitarra que había encargado en Nueva York. Concretamente una Obation como las que utilizaban Al Di Meola y John McLaughlin . En la aduana la Guardia Civil vio lo que no era y no había forma de sacar la guitarra. Uno de ellos puso a prueba a Eduardo y le dijo que la tocara. Y Rodway se marcó varias rumbas que pusieron al cuerpo de guardia listos para irse a Caripén. En los ochenta se retiró a escribirle canciones a su nieta y a su perro a los Caños de Meca, lejos del bisnes musical y fiel a la memoria irreplicable de Triana, sin haber dejado nunca de ser todo un carácter… incluso ante los tribunales.
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