Luis Ybarra: «Seguramente hago la Bienal porque soy joven. Con 50 años no me cogéis»
El director de la Bienal descubrió el flamenco con los discos de Manuel Vallejo, estudió cante en la Fundación Cristina Heeren e incluso debutó: «Me molesta quienes quieren reducir el conocimiento del flamenco a lo inmediato»
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A Luis Ybarra (Sevilla, 1996) le han sobrado, dice, dos agostos. El del año pasado, cuando acababa de ser nombrado director de la Bienal de Flamenco de Sevilla y éste, a escasos días de que todo su proyecto se vuelque en los teatros y las ... calles de la ciudad. Periodista, crítico, escritor, máster en gestión cultural y, sobre todo, apasionado del flamenco, el joven afronta el reto con arrolladora ilusión.
-¿Cuáles son sus primeros recuerdos del flamenco? ¿Cómo le entró la afición?
-Yo no vengo de una familia flamenca, pero sí que escucho flamenco desde que soy niño. Mis primeros recuerdos flamencos, la ilusión del hallazgo, fue con los discos de Manuel Vallejo. Yo empiezo a paladear algo único y mis primeros recuerdos del flamenco son íntimos, como los de la poesía. Yo empiezo a disfrutar del flamenco escuchando discos, investigando, leyendo y era tanto lo que a mí me motivaba, que de ahí voy directamente a la Fundación Cristina Heeren a ponerme a cantar flamenco sin ningún talento, pero con muchas ganas. Y también a recibir clases de cante y de teoría del flamenco y demás. Y después a ir a los teatros, a las peñas y los festivales. Empiezo a tener amigos con estas mismas inquietudes y un poco pues me voy metiendo en esa rueda. Esos son mis primeros recuerdos del flamenco. Con 11, 12 años yo empecé ya a disfrutar del flamenco en directo y empiezo a quedar fascinado por algunas grandes figuras. Me molesta muchas veces cómo en el flamenco queremos ser reduccionistas y reducir el conocimiento a lo inmediato. Decir «mira, tú no conociste a Antonio Mairena, yo he estado de fiesta con Antonio Mairena, yo puedo hablar de Antonio Mairena, tú no. Tú como tienes 28 años, tú qué vas a hablar de». Y me parece un disparate. Es como decirle a un historiador que no hable de la desamortización de Mendizábal porque no estuvo allí. Yo hablo de Manolo Caracol porque es una figura histórica y yo no lo conocí por desgracia, como es natural, pero lo disfrutaré, lo investigaré y lo viviré como lo vivirán dentro de un siglo. Si reducimos el conocimiento a lo inmediato, ya no podemos hablar de Antonio Chacón ninguno, ni de Silverio, ni de la Macarrona, ni la Niña de los Peines, ni de nadie. Entonces eso me parece peligroso y que se le critica mucho a la juventud este tema de las vivencias y demás. Y bueno, la juventud tendrá otras vivencias diferentes a las que se tenían hace 50 años, lógicamente. Pero el flamenco es contemporáneo de su tiempo e irá en otras direcciones. Así que es muy importante reivindicar que el flamenco no es de unos pocos. El flamenco es de todo el que quiere que sea.
-En flamenco, ¿la juventud es un grado?
-Seguramente hago la Bienal porque soy joven. Esto lo hago yo porque tengo 28 años, porque ya con 50 para esto no me cogéis, ya con 50 dejo de coger tanto el teléfono y me acuesto un poquito antes y no me despierto tan temprano para ir corriendo a este pueblo a ver a este cantaor. Yo me he pateado muchos pueblos, muchas casas, muchos cafelitos, mucha cenas, muchas comidas. Entonces el propio festival incluso tiene mucha intensidad. Se critica a la juventud, pero a lo mejor un exceso de veteranía también puede ser un inconveniente. Yo en este sentido creo que la juventud es un valor. Lógicamente agradezco tener a veteranos en el equipo, como puede ser José María Sousa, que administrativamente conoce bastante bien la Bienal porque lleva desde los años 90 y para mí es un pilar también fundamental de esta Bienal, del equipo en el que me apoyo. Pero la juventud es otro grado, por decirlo de alguna manera.
-¿Le ha ayudado su trabajo de periodista?
-Sí, porque todo es un gran acto de comunicación en el fondo. Yo cuando tomo una decisión no me condiciona, pero soy muy consciente. Programar el Teatro Central a las once de la noche generará cierta aspereza. Este lema seguramente hay quien lo malentiende y se lo lleva por aquí y polemiza. Programar a este artista va a suponer esto, esto y esto. Y soy muy consciente de la repercusión que puede tener en prensa, pero es que es inevitable. Todo es un acto que tiene una repercusión y hay que tomar decisiones. Esto es una maquinaria que va muy rápido, un tomar decisiones de manera continua, toda frase que digo puede ser malinterpretada y todo, pero es que te tiene que dar igual porque lo veo desde el ámbito de la comunicación y tanto para lo positivo como tener a Sara Baras, tener a Miguel Poveda, tener a artistas que yo sé que son muy positivo a nivel de comunicación, como otras cosas que no son tan positivas, pues soy consciente de ello. A mí me ayuda, por ejemplo, la calidad de la programación yo lo valoro también como crítico y digo, ¿qué pensaría yo o qué escribiría yo de este espectáculo? Entonces trato de vehicular proyectos que estén muy resueltos escénicamente y que sean cosas muy atractivas.
-Ha dicho que estudió en la Fundación Cristina Heeren, ¿quiso ser cantaor?
-De pequeño cantaba y 'debuté' en el Festival de Verano del Alamillo cantando una farruca. Después canté también allí otra vez, alguna vez en mi colegio e hice alguna cosita en alguna peña y festival muy pequeñito. Una cosita mínima y, por supuesto, sin ninguna pretensión, sólo como aficionado. Eso es otra cosa que tenemos que copiar de la niñez y también de la juventud, que muchas veces los niños hacen cosas sin ninguna intención. Cuando eres adulto esto se pierde un poco, pero yo empecé cantando y a interesarme por el flamenco y a investigar sin la intención de investigar ni de tener ningún hallazgo, simplemente porque me lo pedía mi propia inquietud. Y esto es algo que yo no quiero perder nunca. Yo cantaba porque me apetecía cantar, que en ningún momento pensé en dedicarme a cantar, simplemente, cantar por cantar. Eso es un lujo.
«Tendríamos que copiar de los niños hacer cosas sin pretensión alguna, sólo por inquietud»
-¿Con la literatura le pasó lo mismo?
-Me pasó algo muy parecido. Yo jamás pensé en publicar y mucho menos publicar poesía. Si escribir poesía es como desnudarte, publicar es hacerlo en público. Por una cosa y otra terminé publicando. Pero para mí la literatura es algo además muy íntimo. Yo ni siquiera he ido a demasiados encuentros de jóvenes poetas ni recitales. Yo he vivido la literatura de una manera mucho más íntima y con conversaciones de tú a tú, de tomar una cervecita, un café, seguramente más cervecitas que cafés, para charlar de algún tema en concreto como es el flamenco o la literatura. Pero lo viví de una manera íntima, por así decirlo y sin ninguna pretensión. Yo sigo escribiendo poesía. Tengo una novela escrita, la novela es incluso mala dicha por su autor, así que nunca se publicará. Pero bueno, ahí está escrita y me divertí escribiéndola. Tengo muchísimos poemas que nunca se publicarán. Tengo muchísimos relatos y microrrelatos que tampoco se publicarán. Tengo otra novela corta que hice de niño, pero es que no lo hacía con la intención de publicarlo, sino de disfrutar un poco del proceso. Y creo que eso también hay que reivindicarlo, es una casualidad que haya acabado de director de la Bienal, pero creo que todo lo que he hecho, sin pretenderlo, iba en esa dirección. Estudié la carrera, estaba estudiando un máster de gestión cultural no por gestionar nada, simplemente porque me llamaba la atención cómo funcionan los museos, cómo funciona la industria editorial, cómo funcionan algunas programaciones a nivel administrativo.
-La dirección de la Bienal cambió sus planes.
-Me tuve que venir para Sevilla en favor de querencia porque yo en Sevilla estoy muy bien. De hecho estaba entre Sevilla y Madrid, llevaba tres años así. Pero como dice Manu Sánchez: 'A Madrid hay que ir, pero no hay que irse'. Yo tenía en mente también bajar. Hubiese bajado dentro de 1, 2, 3 o 4 años, lo que la vida hubiese querido. Pero es un gusto, la verdad. Hacer esto en mi ciudad es un regalo que me da la vida y que me da la profesión y que me llevo para mí, que recordaré siempre.
-El estreno de la Bienal reivindicando la figura de Paco de Lucía en el 10º aniversario de su fallecimiento estaba clara pero, ¿qué otros artistas que ya no están le hubiera gustado programar en esta Bienal?
-A mí me gustaría tener una nave del tiempo e irme a distintas épocas y poder meterme en los cafés-cantante, en los cuartos de cabales, en los tablaos de los 60. Hay muchísimos. Hay dos épocas que me fascinan del flamenco además del presente. Una es el flamenco de los años 20-30, cuando coinciden figuras del siglo XIX como Antonio Chacón. Y Manuel Torre con las nuevas figuras, con La Niña de los Peines, Vallejo... Todo lo que se llamó la ópera flamenca y no solo la ópera flamenca, sino artistas que no eran partícipes de la ópera flamenca como Tomás Pavón, que seguramente será mi cantaor. Me iría con él, pero también me iría con Enrique Morente, con Paco de Lucía, con Montoya, con Sabicas, con tantísimos. Pero como Tomás Pavón grabó poco más de 25 cantes y dejó un legado valiosísimo, pues seguramente me iría sobre todo con él. Y después, la otra época no presente que me fascina del flamenco son los años 60, 70, donde eclosionan todos esos festivales, donde tenemos figuras tan creativas como Camarón de la Isla, Enrique Morente, Lebrijano, Paco de Lucía, Lole y Manuel y José Meneses, que son una verdadera revolución. Esa época es maravillosa. También me encanta la época de las compañías, haber estado con Pilar López y coincidir con Farruco, con Mario Maya, con el Güito, con Gades... Pero me conformo con vivir en el flamenco presente y ver todas las figuras que estoy viendo, que no son pocas.
-¿Qué le pide a esta Bienal cuando llegue octubre?
-Yo lo que le pido a la Bienal de verdad es que dentro de unos años mire hacia atrás y esté orgulloso y satisfecho con lo que se hizo. Se hará un balance inmediato y diremos todas las entradas que hemos vendido, que van a ser muchísimas. Veremos las críticas, la cantidad de público extranjero, la cantidad de público nacional, la cantidad de público local, el impacto mediático que hemos tenido... Todo eso lo veremos pronto, los datos son los datos. Después hay cosas más subjetivas, haré también una valoración personal y ya empiezo a estar satisfecho con muchos objetivos que se han cumplido.
Pero para mí el gran balance vendrá con los años. Mirar atrás y poder decir: Menos mal que le dimos su sitio a José de la Tomasa y a Aurora también. Menos mal que apostamos por este joven talento. Menos mal que pusimos el cante en primer plano, porque es verdad que en los grandes festivales el cante había quedado muy empequeñecido y le dimos toda esa importancia a muchísimos cantaores.
Menos mal que contamos con el baile, con la música instrumental, que creamos esa Big Band y ver a esos artistas que empezaron o que estaban empezando y que le dimos continuidad. Y también haber formado a muchos espectadores o haber quedado en sus retinas. Yo quiero que muchos niños y jóvenes vayan a la Bienal y se lleven ese recuerdo para siempre. Lo que uno vive en un teatro es para siempre. Al final lo único que tenemos es la memoria, es nuestro principal patrimonio. En mi patrimonio está cuando Joaquín Grilo, en el Lope de Vega, se apoyó en mi butaca. Yo era muy jovencito, no recuerdo en qué año sería. Era un espectáculo de artistas jerezanos y le dijo a Moraíto: 'Morao, ¿me dejas bailar?' Y salió por el pasillo y se puso a bailar la falseta del Morao. Me fascinó, al igual que descubrir a Juana la del Pipa en la Bienal, con esa voz de tono varonil y salvaje que tiene ella sumamente áspero. Tengo muchos recuerdos que me impresionaron de todo y de todas las bienales. Como cuando en la pasada Bienal se cayó el telón y de pronto La Tremendita dio un golpe punki y rockero a su espectáculo. Eso fue un momentazo. Eso queda para uno y es lo principal.
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