Reloj de arena
José Cárdenas Gómez: el otoño del patriarca
En una caja de madera de cerveza se apoyaba Pepe para llegar al mostrador. Y le hizo recados al cura, al barbero, al zapatero y al que lo pillara en la barra
José Romero Jíménez: un piano de pureza
Félix Machuca
Sevilla
Llegó de La Puebla de Cazalla siendo un chinorri que no alcanzaba la barra del bar de su tío Adolfo. No sumaba más de once años. Y venía al bar de la calle Pureza a aprender, a abrir el libro de la vida y ... a enterarse de la anatomía de la existencia. Miró, vio y calló. Y en ese silencio de aprendizaje se hizo un hombre tras el observatorio rudimentario de una taberna de barrio. De un bar de parroquianos y vecinos. De todos ellos aprendió cómo recomponer los huesos que te rompe la vida, qué crema recomendar para que la piel sensible del barrio brillara como una madrugá en Pureza y cómo los días de Navidad la calle se llenaba de campanilleros a los que les brindaba cocido y filetes gratis. Pepe Cárdenas sacó matrícula de honor.
Fue aprendiz de 'ibeme', de míster Proper y de primeros auxilios a los vecinos más tiesecitos. Y encontró a la vera de la catedral de Triana su paraíso, su cielo en la tierra. Cuando murió su tío Adolfo, Pepe se hizo cargo del negocio, todo un estandarte en la hostelería castiza trianera, donde ha trabajado casi sesenta años y que, a final de este, lo dejará todo, a cambio de venta, taco y a jubileo. Las pamplinas para las tapas de langostinos (pamplinas de gambas, se llama el bocado que tanto le demandan) que queda mucho por vivir, rememorar y celebrar.
En una caja de madera de cerveza se apoyaba Pepe para llegar al mostrador. Y le hizo recados al cura, al barbero, al zapatero y al que lo pillara en la barra para que fuera al kiosco a comprarle un paquetillo de Celtas sin estacas. Luego regresaba y se ponía a fregar platos y a empaparse de lo que era Triana. Pepe vino cazallero a Sevilla. Pero es trianero como una cerámica de Mensaque. Un bar son sus clientes. No uno que pasa por allí, pide un café y se va sin dejar en el ambiente un poquito de compás con azúcar. Y por ese bar han pasado clientes de una novela de Valle.
Inolvidable las incursiones del Chaque, uno que iba vestido de legionario y te dejaba los zapatos más limpios que la tapa de un piano. Un día, el Chaque, para rendirle honores a una ración de menudo que le sirvió tío Adolfo elevó la voz para proclamar: «¡me acaban de poner una tapa de menudo que es un sí a la Giralda!». Los parroquianos se miraron unos a los otros. Porque no alcanzaban a descifrar la metáfora. El Chaque lo hizo con pedagogía: «te subes a la Giralda, le gritas un sí muy grande a Sevilla y después te tiras, porque nunca más volverás a comerte algo tan bueno».
El bar de Pepe estaba situado cerca de en uno de esos epicentros mágicos de la ciudad. Y allí hizo fama un jipi de la época, El Godino
Entre el jiperío de los setenta y ochenta, la plazuela, como bien le cantó la lírica del nuevo flamenco de Lola y Manuel, se convirtió en caja de reclutas de jipis yerberos, reventas de papel Bolleré que quita las penas, gente de la música, el compás y bajadas botánicas al moro. La Lole y el Manuel cantaban aquello tan bonito de «Hay en Sevilla un tesoro que guarda mi corazón/la Plazuela/la Giralda/ mis amigos y el Tardón».
El bar de Pepe estaba situado cerca de en uno de esos epicentros mágicos de la ciudad. Y allí hizo fama un jipi de la época, El Godino. Al que se le escribió letra por la sandunguería de su persona: «De los gachó de Triana era el Godino el más vacilón/candela en el Altozano y en la Plazuela tomaba el sol/ Bailaba por bulerías en lo alto de una escoba/ y cuando el Godino quería la escoba bailaba sola». Parece ser que la letra es, como el poema del Mío Cid, de anónimo, un autor muy fecundo pero que nadie conoce...
En Triana, en cambio, todo el mundo conocía las mañanas soleadas de Nochebuena en las que unos chavales clientes del bar tocaban villancicos. Y los pastorcitos salieron de una reunión de amigos que, en sí misma, es el Coto Doñana: el Pollo, el Paloma, el Mono, el Gato, el Sapo... También andaba el Jorge y el Wino, compadre de Pepe, que cargó con los bautizos de los niños de algunos clientes más. Los campanilleros empezaron a tocar y, en pocos años, no se cabía en la calle.
Pepe sacaba la plancha y ponía al Pollo a hacer filetes. La cola era como toda cola que en Sevilla se proclame como gratis total. Y en la taberna se iba haciendo, a fuego lento, un cocido de los de mojar pan de Alcalá. El Pollo era muy suyo. Y mientras hacía los filetes miraba la fila y le decía a un colega: «se no los cata, es muy feo; ese de allí mira atravesao, tampoco los prueba». Y así hasta que encontraba uno que tuviera el tirón de Brad Pitt. A otros les espetaba que solo se pasaban por allí cuando era día del club y todo era válvula de Nochebuena.
El Pollo fue un enorme costalero. Salió con los profesionales. Y hoy es aguaó de la Esperanza de Pureza. A la cuadrilla los avisa antes de la salida para que no haya equívocos: «niño, aquí hay que venir bebíos». Pepe Cárdenas ha sido heraldo, rey mago en Triana, es trianero adoptivo, mayordomo en Madre de Dios y forma parte de la cuadrilla de capataces de las Tres Caídas. Su bar era la proyección de su personalidad, abierta, sincera, vecinal y solidaria.
Organizaba rifas para auxiliar a los niños de la colonia y para la bolsa de caridad de Madre de Dios y La Pastora. Le quedan dos meses para comenzar a vivir el otoño de su patriarcado trianero y dejar para el recuerdo tantas cosas vividas y celebradas. Como aquel día en el que El Vari contó que en su reunión rociera, en la que iba de jefe cocina, preparó una ensalada y los guasas le colocaron en el fondo del barreño un ladrillo de gafas. El Vari fue a aliñar la ensalada y se percató del tangazo. Y dijo, con toda la calle que tenía su escuela, aquello que se hizo fama más allá de la leyenda: «se habéis pasado con la melva…».
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