Iglesia en Sevilla
«En Haití vamos a quedar las monjas, los malos y los que no puedan irse»
Valle Chías, sevillana de 35 años, es la única médico para catorce pueblos en el noroeste de Haití
Religiosa de Jesús-María, esta doctora lleva cuatro años viviendo en el país antillano
«Si sólo vas a hablar una historia sufriente para tener espectadores, mejor no hables», se plantea desde Sevilla, a donde ha venido con Manos Unidas

Todavía no sabe si podrá volar a Haití de regreso. Su comunidad de religiosas de Jesús-María tiene que enviar un coche -cuidando de evitar a las bandas armadas- a recogerla a Cabo Haitiano, en el norte de La Española, a tan sólo 153 kilómetros ... por carretera aunque se precisan ocho horas para recorrer tal distancia. «Ya me preocuparé la semana que viene, en Haití hoy es A y mañana es B», dice resuelta y confiada en la Providencia.
Estudió en Portaceli, se graduó en la Facultad de Medicina, lleva el nombre de la Virgen de su hermandad y se asoma de vez en cuando al suplemento Alfa y Omega que los jueves se reparte con ABC. Pero ahora la vida de Valle Chías (Sevilla, 1988) está en Jean-Rabel, un municipio del noroeste de Haití, en el puesto 163 de 191 países en el índice de Desarrollo Humano de la ONU que mide el nivel de instrucción de la población, la expectativa de vida, la salud y un nivel de vida digno. «Está en el peor momento de su historia, ni con el terremoto estuvieron las cosas tan mal», reflexiona con calma.
Ella es la única médico que atiende catorce poblaciones con su clínica móvil y un equipo de seis personas: su cupo, naturalmente sin cartillas, está en 4.000 consultas por año. Por eso le da rabia cuando enferma y los pacientes la esperan -después de caminatas interminables- en balde.
Estos días los ha pasado en Sevilla, con su familia, azacaneada de la mano de Manos Unidas que ha sufragado la traída de agua de manantial a las poblaciones que atiende ante la imposibilidad de perforar un pozo por falta de maquinaria. No pierde la sonrisa cuando habla, aunque suene fuerte su discurso: «No hay futuro, no hay nada en la capital donde podías encontrar un trabajo mejor, había alguna que otra empresa, las dos compañías de teléfonos móviles, había hoteles para turismo de cooperación… pero ahora mismo, con la situación de los bandidos es que no pueden ir a Puerto Príncipe, y para la gente que se queda en las zonas rurales ni siquiera hay el trabajo que daban las ONG. No tienen ningún futuro: lo mejor que les puede pasar es encontrar trabajo con nosotras porque aunque sean funcionarios, el Estado no está pagando, hacen huelgas los profesores pero nadie los escucha, en el hospital prácticamente no les pagan…»
-Un estado fallido en toda regla…
-Sí, pero ¿qué se hace con los estados fallidos?, ¿cómo se arregla esta situación? Los que saben de política te dicen que una intervención militar tampoco es la solución, ya hubo cascos azules después del terremoto de 2005 hasta 2017, los años dorados de Haití, cuando se podía hacer turismo. Ahora lo único que hay es un crucero que parte de Miami, los llevan a una playa cercada y se vuelven a subir en el barco.
Su comunidad, ahora mismo sólo dos hermanas, atiende siete escuelas, el taller de la mujer, lucha contra la malnutrición, clínica móvil, laboratorio, proyecto de baloncesto, casas, agua… En una de sus intervenciones de estos días por las parroquias suspiraba por el «derecho a no tener que migrar»: «Todo el que puede 'pega el salto': en los aviones que cada día vuelan a Miami, atravesando México o con un barco hasta donde los lleve la corriente después de cuatro días en alta mar». ¿A merced de las mafias? «Todo Haití es una mafia. La gente sale, no sabemos cómo, pero sale; a este paso, yo creo que nos vamos a quedar allí las monjas, los malos y los que tienen alguna discapacidad y no les da para moverse», sigue contando.
Por eso le choca que en España vaya creciendo un discurso de odio contra el migrante, que experimentó de manera muy fuerte una época en República Dominicana, el país vecino con el que comparte isla. «Cada vez es más frecuente porque cada vez nos meten más miedo, es verdad que la vida se ha encarecido y la gente ve cómo se disputan las ayudas». «No sé de política, lo único que me duele es ese desprecio hacia la gente a la que no le queda más remedio que irse de su país», reflexiona.
«Sobre todo, porque no es real. Si eres joven, no sirve de nada que estudies y te dan una pistola y te dicen que matando vas a comer… Es muy fácil juzgar desde fuera, pero si te pones en su papel, no lo apruebo para nada en absoluto, pero considero que tienen pocas opciones para salir de la espiral de la violencia si además han crecido entre armas y tiros», explica la religiosa sevillana.
¿Qué hace entonces en Haití? «En mi congregación el tema del perdón es superimportante, pero todavía no hemos sabido meterle el diente, para mí, el sentido de que estemos ahí tiene mucho que ver con eso. A una compañera [Isa Solá] la mataron hace ocho años. Intuyo que Dios me quiere allí pero si decido irme, no va a haber ningún problema. También me tengo que liberar del deber, como la culpabilidad, porque una vez que tocas esas realidades no puedes vivir tranquilo en ninguna parte, pero todos esos son escrúpulos porque tengo la confianza en que Dios se lo da a sus hijos mientras duerme: ahora mismo cuenta conmigo, pero si yo me piro, ya Él, como es más grande que todos nosotros, hará lo que sea. No va a desatender a aquella gente, Dios no es indiferente a su dolor. Como me ha movido a mí, que no soy una persona valiente ni… Decidimos quedarnos para que el perdón vaya calando, aunque no sé cómo se hace».
Confiesa sentirse apenada cuando el foco de la atención mediática se posa por unos instantes en Haití: «Que han secuestrado a seis religiosas, que han asesinado al presidente y todo el mundo te escribe, mil reportajes, entrevistas, todos se preocupan entonces pero la gente allí sufre a diario y no sólo en Haití sino en un montón de sitios, nos dejamos llevar por la novedad, pero no olvidemos las historias y que la semana que viene, cuando se haya apagado el eco de Barbate, nos acordemos de esa viuda y nos sigamos acordando de los de Gaza, los de Ucrania, los del Congo…»
La conversación vira hacia el papel de los medios de comunicación y la agenda internacional: «Que tomemos más sagradas las vidas de las personas, si solo vas a hablar de las historias sufrientes para tener espectadores, mejor no hables, porque son sagradas».
También tiene unas palabras para la Iglesia de Sevilla, que ha auscultado en estas dos semanas: «Me ha sorprendido muy gratamente, en contacto con las parroquias, la vida, no veía una parroquia llena de gente, pero que la fe no se quede en el intimismo de Dios nos quiere sino que concretemos ese amor al prójimo también, no solo a mi familia y a los míos, sino salir fuera y que cada uno vea cuáles son sus fronteras y la gente que está al borde del camino, no hace falta irse a Haití ni África para encontrarlos aquí en Sevilla. Que esa relación con Dios les lleve a poner por obra».
Hay un contraste inevitable con Haití: «Allí vivo la fe más personal, aunque sea en comunidad, porque la manera de celebrarla tiene un salto cultural gigante: tienen muchas oraciones, algunas traídas del protestantismo, y una adoración va acompañada de exorcismos y cosas que me cuestan mucho. Participo de la vida de la parroquia, pero no hay nada en la calle, no hay piedad popular. Hay mucha mezcla entre las diferentes iglesias cristianas (católicos, baptistas…) y luego es que la magia está participando de todo, es su cultura. De hecho, los católicos llamamos a Dios 'Bondye' [del francés Bon Dieu], que es como ellos llaman a su dios. Su primer líder de la independencia fue religioso, no político y siempre ha estado muy mezclado el tema de la religión con la historia de su pueblo».
-En ese contexto tan sincrético, ¿cómo evangelizáis?
-No hay una evangelización directa, tampoco voy a llegar yo con lo que he aprendido en Europa y con una manera de experimentar la fe a cambiarlo todo, es más como Jesús, el trato diario en la consulta, en lo cotidiano. Tienen que hacer su recorrido pero cuando perciben un Dios vengativo que los castiga y les manda enfermedad ahí sí les digo que ese no es el Dios de Jesús. Es un salto cultural grande.
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