dossier al BIE
Expo92: así fue el nacimiento de la candidatura de Sevilla en 1982
El informe con el que España demandó la organización de una muestra universal acuñó los 30 millones de visitas que luego se asumieron como previsión turística
El dossier que se entregó a la Oficina Internacional de Exposiciones presupuestó 6 millones de dólares de déficit, pero en realidad fueron más de 220 millones de euros
Los pabellones de la Expo 92 resurgen tres décadas después
Sevilla
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Iniciar sesiónEl documento está fechado al día siguiente del sonrojante debut en Mestalla (1-1 frente al combinado de Honduras) de la selección nacional como anfitriona del Mundial de fútbol de 1982 con el que España quería presentarse ante el concierto internacional como un ... país joven, atractivo y lleno de vitalidad. Esa idea fuerza impregna el informe de candidatura con el que el Reino de España quería reclamar la organización de una exposición universal en Sevilla durante el año 1992.
El Instituto de Cooperación Iberoamericana que presidía Manuel Prado y Colón de Carvajal, descendiente del Almirante de la Mar Océana, había dado los pasos previos para que se hiciera realidad el anhelo expresado por el Rey en su primera visita a América cuando en 1976 habló en Santo Domingo de esa posibilidad. El 3 de marzo de 1982, el Gobierno español había pedido formalmente a la Oficina Internacional de Exposiciones (BIE por sus siglas en francés) y el 31 de mayo de aquel mismo año, el ICI creó la marca Sevilla92 para dar cobertura a los trabajos.
La candidatura de Sevilla a albergar una exposición universal en 1992 con motivo del Descubrimiento de América entroncaba con esa aspiración de mostrar la nueva España que había dejado atrás la dictadura: «En 1492 (sic) se cumplirá medio milenio de este suceso singular. El Reino de España abriga la idea de celebrar esta fecha con un amplio programa. Los actos, escalonados a lo largo de los diez años que nos separan, culminarán con un importante proyecto: la celebración de una exposición universal que llevará el título Expo Sevilla92 'El nacimiento de un nuevo mundo', que servirá de colofón a las conmemoraciones del V Centenario del Descubrimiento de América.
Tal era la expresión en el prefacio del informe de candidatura presentado en junio de 1982, con Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno, en respuesta al movimiento de Chicago para organizar una exposición heredera de la que la ciudad del viento estadounidense había montado en 1892 por el cuarto centenario del viaje descubridor de Colón.
En aquella fase preliminar, el objetivo era convencer al BIE con sede en París de la capacidad y la determinación de España para albergar este magno acontecimiento a la luz de tres grandes ideas: «Lo que era Europa en 1492, así como lo que era América en aquel momento, y lo que lleva España a América y lo que encuentra España en América, lo que surge de aquel encuentro; y por último, cuál es el futuro de América».
El informe de candidatura de la muestra universal tenía que justificar no sólo la conveniencia de organizar la exposición sino cualquier aspecto. Así, se fijaba la fecha de apertura el 17 de abril, coincidiendo con el aniversario de la firma de las llamadas Capitulaciones de Santa Fe por la que los Reyes Católicos conceden carácter regio a la aventura colombina. A diez años vista, nadie cayó en que el 17 de abril de 1992 caía en Viernes Santo, por lo que hubo que convencer al BIE -una vez aprobada la exposición- para atrasar la jornada inaugural hasta el Lunes de Pascua para salvar el obstáculo organizativo de la Semana Santa.
Pero, sobre todo, la candidatura quería reforzar las razones para escoger la ciudad sede. Textualmente, se citaba: «Sevilla es, quizá, la ciudad española que más simpatías despierta en todo el país». Y se incluía motivaciones históricas dada su condición de metrópoli americana, razones culturales, la experiencia de la Exposición Iberoamericana de 1929 y lo que se llamó «factor regional» como expresión acabada del Estado de las autonomías consagrado en la Constitución de 1978. En cierto modo, la Expo92 se presentaba como oportunidad para reequilibrar el mapa territorial español. Esta idea, deslizada en el informe preliminar, daría muchísimo juego a lo largo de los años.
En el ambiente de 1982 flotaba la idea de que existía un cierto riesgo de involución dada la asonada fallida del 23 de febrero de 1981. El informe despejaba dudas: «No hay, pues, ningún temor respecto a (sic) la situación política del país, ya que cualquier cambio en la composición de los gobiernos no puede afectarla. La situación económica y social es en todo análoga a la que viven las otras naciones de Europa occidental dentro de la crisis general que afecta a todo el mundo.»
La encuesta del BIE a la que la candidatura sevillana debía responder era exhaustiva. Preguntaba por todo, también por las condiciones meteorológicas. El terrible estío sevillano se despachaba con el dato de los 26 grados de media en agosto y un calificativo de «cálido-suave» aplicado al clima general.
El emplazamiento elegido, la isla de la Cartuja, se justificaba por su condición virginal como terrenos ganados al río: «En su recinto se encuentra el monumento o conjunto histórico-artístico de la antigua cartuja de Santa María de las Cuevas, en cuyo interior se halla, no solo la capilla e iglesia del desaparecido monasterio, sino alguna instalación que pueda utilizarse en servicios de la Exposición. Otras, como es obvio, por su deteriorado estado y carencia de utilidad, deberían ser demolidas».
Pero es en el diseño de la exposición, no sólo urbanístico sino de contenidos, en el que el informe de candidatura presenta mayores diferencias con lo que finalmente se pudo ver. El hilo conductor de la muestra iba a tener cuatro grandes «unidades expositivas» que llevarían «por lema las siguientes cuatro preguntas»: ¿qué lleva España a América?, ¿qué encuentra España en América?, ¿qué surge del encuentro? y ¿cuál es el futuro?.
La mayor divergencia entre este primer bosquejo de la Expo92 y lo que realmente fue la muestra universal tiene que ver con los parámetros económicos. El equipo de Manuel Prado y Colón de Carvajal que formalizaba la candidatura previó un déficit de 6 millones de dólares para un presupuesto de 435 millones. En realidad, la Expo92 costó 1.100 millones de euros y dejó un déficit de más de 222 millones, resultado de convertir los 37.046 millones de pesetas que el Tribunal de Cuentas certificó como pérdidas.
No hay que buscar en esa discrepancia con la realidad ninguna razón oculta. Sencillamente, el dossier de candidatura correspondía a un estadío tan inicial que nadie podía prever muchas de las cuestiones que luego se suscitarían. Por ejemplo, el primer informe al BIE se contentaba con «una estimación realista» de cincuenta países expositores, cuando en 1992 se duplicó esta cifra batiendo así una plusmarca de participantes.
También erró ese primer informe de candidatura en el número de entradas que se venderían. Calculó 30 millones de entradas siguiendo esta proporción: dos millones de visitantes andaluces que entrarían a la Expo un promedio de tres veces; nueve millones provenientes del resto de España; dos millones entre portugueses y magrebíes; tres millones de iberoamericanos y diez millones de europeos, principalmente turistas. El propio documento señalaba este planteamiento como «muy conservador».
Pero en realidad, resultó incluso temerario. La Expo tuvo 18 millones de visitantes, pero con una recurrencia mucho más alta de lo planificado originariamente que dieron un total de 42 millones de entradas. El 55 por 100 de los visitantes eran españoles, por lo que ahí no erró el primer borrador. Pero los 15 millones de turistas se quedaron finalmente en poco más de 8 millones. La Exposición Universal la salvaron los sevillanos, que hicieron del recinto su zona de paseo durante aquel año de 1992 con una fidelidad apabullante.
En 1982, sin embargo, no se vislumbraba el 'boom' turístico que viviría la ciudad durante la Exposición Universal y a su término. El dossier reseñaba un precio por noche de 72 dólares para un hotel de cinco estrellas y de 20 para uno de tres estrellas. El aeropuerto era capaz para un millón de viajeros anuales, cuando hoy ronda los 7 millones y se ha remodelado con los 10 millones de pasajeros en el horizonte de 2030.
A esas alturas de la década, ni siquiera se había previsto unificar todas las estaciones de ferrocarril como luego sucedería con Santa Justa, calificada en el PGOU como estación central de viajeros. En el dossier se proyectaba Santa Justa pero mucho más atrás, a la altura del peine de vías junto al polígono Calonge, manteniendo las terminales de Plaza de Armas y San Bernardo.
El diseño preliminar del recinto era apenas un esbozo de una zona de pabellones dentro de un lago. La candidatura pensaba que habría que construir diez pabellones de más de 10.000 metros cuadrados, veinte países que ocuparían pabellones de 4.000 metros y otros veinte estados en superficies de 1.000 metros cuadrados. Se planteaba una edificación de 400.000 metros cuadrados en total, muy similar a la que finalmente se levantó en las 215 hectáreas acotadas como recinto.
Los dibujos y planos que acompañaban la candidatura desprenden un aire naïf como el detalle del parque de atracciones con montaña rusa incluida que se suponía instalar en un rincón del recinto frente al conjunto de pabellones internacionales que se habían previsto en una isla en el centro de los terrenos ganados al río. Ese diseño inicial tuvo tanto éxito que lo calcó -más o menos definido- Emilio Ambasz en una de las dos propuestas ganadoras del certamen de arquitectura para diseñar el plan director.
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