Episodios locales
La cabalgata de la niebla en Sevilla
El recorrido del cortejo de los Reyes Magos del año 1966 estuvo marcado por una espesa bruma que limitaba la visión de los espectadores entre una y otra carroza
Guía de la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla 2025
La imagen de una de las carrozas en medio de la niebla
Los mayores de sesenta años la recuerdan con el remoquete con que un Antonio Burgos de 22 años la bautizó en la crónica que firmaba con iniciales en ABC: «La de ayer quedará en la historia y en la tradición hispalense como la Cabalgata de ... la Niebla. Por mor de las nubes que bajaron sobre la ciudad, en la tarde magna de ilusión infantil, Oriente estuvo más cerca de Sevilla».
La cabalgata de la niebla correspondió al año 1966 en el que José Lasso de la Vega, marqués de Saltillo, encarnó a Melchor; el presidente del Círculo de Labradores, Rafael Esquivias Salcedo, hizo de Gaspar; y el rejoneador Álvaro Domecq Romero, de Baltasar. El locutor radiofónico Agustín Embuena daba vida al Mago Puntolín y Rosa María López Lozano hacía de Estrella de la Ilusión. «Mientras avanza el cortejo, a uno le parece que está contemplando una cabalgata en Londres», escribía Francisco Amores.
Al día siguiente, cuando se levantó la niebla, el cardenal Bueno Monreal inauguró el monumento a Sor Ángela de la Cruz delante de la fachada de San Pedro. Entonces, la cabalgata salía de las instalaciones de la Feria de Muestras junto al Casino de la Exposición y rondaba la antigua muralla para entrar por Puñonrostro y Santa Catalina al Centro. El cortejo lo componían treinta carrozas con mucho espumillón y se lanzaban seis toneladas de caramelos (el año pasado la cifra iba por 20 y subiendo), pero aquel año no se hablaba de otra cosa que de la niebla.
Hay que decir que era una niebla superlativa. No una neblina sino una espesa bruma que impedía ver la siguiente carroza del cortejo de la ilusión del Ateneo. Decía Quintaval en su recuadro de 'Sevilla al día' el 6 de enero: «Pero mire usted por dónde, los Magos eran esperados en la ciudad por una niebla de hiperbólica facha, la cual, sin que nadie la llamara, quiso sumarse como ornamento a la gran fiesta. Yo no recuerdo de año alguno en que los Reyes aparecieran ante la multitud clamorosa con tan extraña de cendales».
«Los Reyes no venían por el Arenal –como reza la voz popular de los campanilleros de Pascuas–, sino que surgían de la nada, a menos de veinticinco metros de las retinas infantiles ávidas de mágica fantasmagoría. (...) De entre nubes surgían las carrozas, los tronos de los Magos, el papel de plata, los tules, la purpurina, los tambores y los caramelos. Y entre nubes, entre vagarosos perfiles de ensoñación, estaba también expectante la ilusión de los niños», componía Burgos en su crónica.
Además de la cabalgata, el Ateneo organizaba el día de Reyes un festival infantil cómico-taurino en la Maestranza «dedicado a todos los niños de Sevilla». Presidían las niñas del Hogar Municipal San Fernando y la Residencia provincial San Luis con la actuación de la agrupación taurino-musical Guadalquivir, los acróbatas hermanos Benítez, los payasos Paqui y Abelardini además del profesor Francis «con sus perros y gatos comediantes». El fin de fiesta corría a cargo de Gordito de Jerez, Gordito de Sevilla y Cacharrito que lidiaban y estoqueaban un becerro.
Por la noche, el día 6, los Reyes Magos del Ateneo se dejaron ver –ya sin niebla– en la cena en el Círculo de Labradores donde el doctor Leal Castaño les impuso la insignia de la Hermandad de ex Reyes Magos. Ese año, habían repartido ilusión sin que se les viera. Y, desde luego, no era frase hecha.
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