Televidente
'La isla de las tentaciones': jalear los celos en la España del pospiquito
«Por lo que sea, las campañas del Ministerio de Igualdad no han cundido en la 'Isla'»
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Iniciar sesiónEn esta España del pospiquito 'La isla de las tentaciones' estrena séptima temporada y celebra su supervivencia tras la purga de Mediaset, que venía a salvar Telecinco de la telebasura y parece destinada a hundirla en la irrelevancia. Así que la 'Isla' se refuerza en ... su condición de programa de otro tiempo mediático, tal vez más feliz, más inconsciente, más cruel. Allí, en República Dominicana, no ha llegado ni la deconstrucción del patriarcado ni el cuestionamiento del amor romántico, y la monogamia existe e insiste, aunque sea sucesiva y trepidante, y el poliamor son cuernos todavía, y los celos algo incuestionable, como la gravedad. Por lo que sea, las campañas del Ministerio de Igualdad no han cundido en esa orilla.
El 'reality' parece escrito por el mismísimo diablo, por su concepción original y sus novedades, que retuercen el ridículo y el dolor hasta límites insospechados. Hay cinco parejas que se separan para poner a prueba su amor, y la prueba, claro, consiste en encerrarse en una villa paradisíaca con tentaciones del sexo contrario y muchos litros de alcohol: es la evolución de los 'shore', su moralización. Donde antes solo había desenfreno y juventud, ahora también hay culpabilidad, gresca. Después de las fiestas, los protagonistas se sientan para ver los destrozos de la noche y, sobre todo, para gritarse. En fin, los romanos tenían el Coliseo y nosotros la 'Isla', y ahí hay un progreso que va de aplaudir la muerte a jalear los celos. La tele siempre nos devuelve a nuestro lugar.
La vuelta de la 'Isla' se la comió Andrea, de dieciocho años, que casi abandona el programa a la primera de cambio tras ver que su Álvaro (y este 'su' es un pronombre muy posesivo) perreaba con una tentación. Es una historia de amor que empieza en la sección de Recreo y podría terminar en la de Sucesos, quién sabe. Después de tres infidelidades, él le demostró su lealtad tatuándose su nombre en el pecho y luego su cara en la pierna izquierda. ¡Pero es que los tatuajes se los hizo ella! O sea, que era un autorretrato y, a la vez, un contrato de propiedad. Esa negociación de perdón sí fue dura y no la de la amnistía.
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A Guzmán, que se presentó como médico y aspirante a cirujano plástico (igual iba allí a buscar clientas), lo arrasaron en las redes porque hablaba lentito, como en diferido. Y había quien decía que el humor de Arévalo había muerto con él.
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