Berto Romero: «En España tenemos fantasmas de todo tipo»

—Comedia y terror, menuda mezcla.

—Me obsesioné como si me hubiera dado un golpe con una puerta. No sé qué me pasó, se me metió en la cabeza que podíamos encontrar algo poco explorado al mezclar la comedia y el terror, intentar que se miraran de cara, porque las comedias de terror son comedias que incluyen algo de terror en guasa, y las de terror, a veces tienen alguna escena en la que te ríes casi por desesperación.

—El equilibrio es difícil... porque donde entra la gracia termina el miedo.

—Es el proyecto en el que he asumido más riesgos. Uno de mis miedos fue que, si equilibrábamos tanto, igual nos quedábamos en un sitio que se llama mediocridad. Me daba miedo porque pensaba que no iba a funcionar ni la comedia ni el terror. Y al final pasa un poco, pero en el camino surgió el thriller paranormal, que funcionaba muy bien. El tono se volvió tan imposible, que de tan raro funcionaba.

—No falta Buenafuente. En sus inicios, él le reventaba los guiones y le forzaba a improvisar, ¿qué le hizo usted?

—En una suerte de ejercicio de venganza quince años después yo ahora le he llevado un sitio en el que no puede improvisar ni un gesto, porque es un guión totalmente cerrado. Esto es una broma absoluta porque es verdad que él me arrastró al fango de la improvisación, pero yo me he vuelto un adicto de hacerla con él.

—El personaje de Buenafuente representa un humor del pasado. ¿Antes era más libre?

—No creo que el humor fuera más divertido, era más tosco, menos evolucionado, quizá más aparente, pero no mejor. El personaje de Estrada no representa un humor libre sino otro tipo de humor que no es gracioso, lo gracioso es que choca con el discurso actual y eso era lo interesante. Representa el patriarcado feliz, que es el mundo de nuestros predecesores, en el que la gente era machista y muy orgullosa de serlo. El mundo era así y representarlo en la forma de una aparición que choca contra un hombre en pleno proceso de construcción de una masculinidad...

—Ahora, claro, el humor debe ser más correcto.

—La corrección política es una forma de decirnos a nosotros mismos que hay que pensarse las cosas antes de soltarlas, quita espontaneidad pero también añade reflexión. No sé si es mejor o peor, pero el humor se ha vuelto más sofisticado.

—Para alguien adicto a la improvisación, ¿reflexionar sobre el humor no lo oprime, lo encorseta? ¿Debe tener límites el humor?

—Las personas deben tener límites, todo debe tenerlos. La exhibición impúdica de los dramas debería tener límites mucho más marcados que los del humor... pero van cambiando, no son imposiciones de nadie, no hay una cátedra de comedia que diga dónde están los límites. La comedia, como cualquier narración o ficción o discurso, es fruto de la sociedad, así que se va modificando como lo hace la sociedad.

—¿Qué es más fácil, hacer reír o dar miedo?

—No sé, no hago bien ninguna de las dos cosas. Todo es extraordinariamente difícil hacerlo bien, hacer reír, dar miedo, hacer llorar...

—¿Somos propensos en España a ver fantasmas?

—Sí, y de todo tipo además. Va con nuestro carácter, somos mediterráneos, pasionales, eso nos impide despojarnos de nuestro pasado con facilidad. Somos muy emocionales, nos cuesta curarnos de las heridas. Tenemos fantasmas de todo tipo en el recuerdo, en la emoción, en la memoria.