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Vaho en el espejo de Pasqual Maragall

El documental «Bicicleta, cullera, poma» presenta en el Festival de cine de San Sebastián la vida del ex presidente catalán desde que le fue diagnosticado Alzhéimer

OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

Bicicleta, cuchara, manzana… Esas tres palabras, o cualquier otras que se le ocurran, sirven como una prueba de algodón para saber si ha recibido o va a recibir la visita de Mr. Alzheimer, un tipo con guadaña que no viene a por su vida sino a por mucho más: viene a borrarle las huellas.

El médico te dice: bicicleta, cuchara, manzana…, y al instante te pregunta si recuerdas qué tres palabras te acaba de decir… Pasqual Maragall, ex alcalde de Barcelona, ex presidente de la Generalitat de Cataluña, uno de los personajes clave de la política española de finales del siglo XX, reveló hace un par de años que el Alzheimer le visitaría, sorpresa, revuelo, consternación, y decidió y anunció entonces que iba a hacer todo el esfuerzo del mundo porque esa visita le resultara a Mr. Alzheimer lo más incómoda posible. Vendrás, pero no encontrarás bandera blanca en el baluarte: Maragall ha puesto en marcha una Fundación que trabaja en todo el mundo para encontrarle remedio a esta enfermedad sin remedio, y se puso junto a su familia y delante de una cámara para hacer este documental, “Bicicleta, cuchara, manzana”…, tres palabras que tiene aún cogidas en su memoria.

Dirigido por Carles Bosch, el documental se presentaba ayer en la Sección Oficial del Festival, naturalmente fuera de competición, y tanto puede decirse que su éxito fue clamoroso como que su pegada emotiva en el cuerpo y alma del certamen fue arrasadora. Maragall le da tal paliza al Alzheimer que uno, impetuoso, imprudente, apostaría todo su dinero por él.

Pero en eso y en otras cosas, la película es rotunda: no hay solución para el Alzheimer, y lo único sensato es seguir investigando para encontrar la llave que le cierre la puerta. Carles Bosch hace un trabajo equilibrado: magnífica exposición de qué es y qué ocurre con la enfermedad, buena labor promocional de la Fundación en la que trabaja la familia Maragall y científicos y médicos de todo el mundo, pero especialmente afortunado es el retrato cercano, humano y frondoso del personaje Maragall, de ese político con cara de resaca y con el gesto obstinado de los castigados sin postre.

Mientras la memoria se sombrea, el retrato se colorea, se entinta con la personalidad de un hombre que acepta su cuesta abajo con un sentido del humor, con una desinhibición (gentileza, en parte, de Alzheimer) y con una mirada socarrona que probablemente complique sus días y los de su familia, pero que, en la pantalla, dosificado por una buena labor de cineastas, brota con insólita grandeza: alguien que se hace fotos en el espejo mientras se afeita para irse recordando…, alguien que visita su apartamento de estudiante en Nueva York del que recuerda hasta los más pequeños detalles…, alguien que baila un tango, se fuma un puro o se convierte alegremente en ratoncillo para el estudio.

Mientras la memoria se sombrea, el retrato se colorea, se entinta con la personalidad de Maragall

Y si grande es la figura que nace en esa pantalla de cine, majestuosa y espléndida es la de su mujer, Diana Garrigosa, plantada ante una cámara a la que mira y le responde: “ya lo ha hecho” a la pregunta de si está prepara para cuando él la mire como si no conociera, no la amase… Hay momentos en esta película, muchos, que se hacen bola en la garganta, y otros, aún más, que uno disfruta con el chispazo de Maragall, bailón, divertido, profundo, listo, encantador, sobón con sus hijos, pero “que va a su ritmo, sin mirar quien anda al lado”. “Bicicleta, cuchara, manzana” abarca el periodo desde que anunció Maragall su enfermedad hasta dos años después, cuando, al parecer, los destellos del Alzheimer se empezaban a hacer más visibles… Y esa era una de las preocupaciones aquí del público: ¿Cómo está actualmente Pasqual Maragall?... No acudió a la rueda de Prensa, dijo Diana Garrigosa, pero no porque se encontrara mal, sino porque prefería irse a pasear con su nieta.

La competición por la Concha de Oro trajo también un par de propuestas, la británica “Neds”, del actor y director Peter Mullan, y la amenazadora película de Raúl Ruiz, “Misterios de Lisboa”, que duraba casi una jornada laboral al completo, cuatro horas y casi media, y que afrontaba con estilo, buen gusto y gran texto el novelón de Castelo Branco, preñado de romanticismo y folletín, y en el que aparecen todos los temas que le son propios, los amores truncados, los hijos ilegítimos, la aristocracia sórdida, la burguesía oscura, el clero, las pasiones y desgracias… Ruiz filma al estilo, digamos, Oliveira, con planos largos y pensativos, con una voz en “off” a la que acabas apreciando y unas interpretaciones de escuela, y la romanesca trama se va untando con parsimonia como si la pantalla fuera una enorme tostada: pero uno se la come sin pestañear.

Y de vuelta a “Neds”, diametralmente distinta a la de Ruiz, pues es una película sin misterio y sin Lisboa: años setenta, en Glasgow y entre pandilleros de barrios marginales. En realidad, Ned significa algo así como “No Educados y Delincuentes”, y podría recordar al cine de Loach, con quien su director, Mullan, ha trabajado como actor en varias ocasiones. Se centra en el personaje de un muchacho, una oveja negra allí (estudia, tiene proyectos, futuro), y de lo que se trata es de ver cómo se puede devolver esta oveja negra al redil. La crónica de ambientes y familiar te lo aclara: no es difícil.

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