Taponazo de talento embotellado
Hoy se estrena «Buried (Enterrado)», del español Rodrigo Cortés
E. RODRÍGUEZ MERCHANTE
La conmoción y el entusiasmo que esta película ha causado en todos los festivales donde se proyectó la convierten ahora en algo fiable y apetecible para el público de sala, a pesar de que todo su envoltorio y argumento digan justo lo contrario.
Es decir, ... nadie sensato se metería a ver una película que transcurre entera en el interior de un ataúd, con un solo personaje allí encerrado y con la esperanza de salir. Ni la claustrofobia, ni la angustia, ni la intriga, ni la curiosidad parecen sentimientos suficientemente poderosos para someterse a semejante prueba que se prevé un martirio y un aburrimiento... Pero, lo cierto es que casi de inmediato, a los pocos minutos, uno sabe ya que está ante un ejercicio de talento cinematográfico que asombraría al propio Hitchcock, y que en vez de aburrirse empezará a sudar la camiseta como Indiana Jones.
El reto que asume el joven director, Rodrigo Cortés, es prodigioso: coge al personaje en ese espacio diminuto y con tan sólo un par de elementos (un mechero y un móvil que se desangra de batería) construye el edificio de una trama; sin salidas falsas (recuerdos, flash-backs, personajes externos, voz en off...), sin otros recursos que la luz, la oscuridad, las palabras, los silencios y la mitad de unas conversaciones telefónicas.
La limitación de los encuadres no le impiden a Cortés construir una puesta en escena de película de aventuras, pues entra allí en formato de sensaciones el mundo entero, desde la guerra, a los servicios secretos, la vida familiar, la empresa, el aparato burocrático..., todo ello tratado con un sarcasmo trágico y un punto exagerado que resulta tan entretenido y visual como una carga de indios en un western. Y la dosificación de la intriga se ajusta de tal modo al ideal del género, que pasamos de no saber nada de ese personaje a saberlo prácticamente todo, sin apenas trucos de guión chabacanos: sus charlas, súplicas, amenazas y nervios alimentan la trama y la convierten en una versión sublimada, imprevista e inmóvil del cine de acción.
Tal vez no tenga mayor importancia, pero, como curiosidad, está bien apuntarlo: el único actor, Ryan Reinolds, que realiza, como se pueden figurar, un trabajo sobrehumano y subterráneo, contenido e incontenible, emocionante y cínico, alcanza aquí su cumbre interpretativa tras una larguísima filmografía y deja aún pequeña su anterior gran obra: casarse con Scarlett Johanson.
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