Una historia de amor y viceversa
Abbas Kiarostami dirige «Copia certificada»
E. RODRÍGUEZ MARCHANTE
El cineasta iraní Abbas Kiarostami primero buscó la tierra en películas tan decantadas, tan situadas como “Y la vida continúa” o “A través de los olivos”; luego se empezó a despegar suavemente de ella a la altura de un cerezo y a buscar el ... aire y en ocasiones el humo en obras como “El viento nos llevara”, “Five” o “Shirin”...
Ahora estrena la última, “Copia certificada”, en la que llega a una especie de síntesis, pues busca el fuego y también el agua que lo apaga: de un modo sencillísimo, transparente, delicado, Kiarostami esboza mediante apenas unos trazos toda la trayectoria sentimental de una pareja, desde el encuentro, el encanto y la promesa nutritiva en el intercambio de sus miradas (el escaparate está lleno) hasta la contraportada, el escaparate ya vacío, el hastío, el mal gesto, el desagüe del amor...
Las plumas del enamoramiento
Lo curioso de la película no está en el qué, sino en el cómo: Kiarostami nos cuenta este tan habitual como tortuoso proceso de agostamiento de un plumazo, en lo que se percibe como un solo día de una pareja, una primera parte mullida por las plumas del enamoramiento y por los imanes bien colocados, una escena bisagra y luego una segunda parte de rechazo, con los imanes vueltos.
Todo está confabulado para que lo que no se aclare, se sienta, se presienta
Lo crucial es la bisagra: la escena del café, al que entra la pareja enamorándose y una ingenua confusión (premonición) de la dueña los convierte en un matrimonio desvencijado. Los actores, maravillosos, Juliette Binoche y el barítono William Shimell, se convierten ahí en ese nuevo papel que la dueña del café y la historia les asigna: pero, ¿están representando dentro de la representación o acaban de convertir lo visto hasta ese momento en un inesperado “flash-back”, en la prehistoria de su fracaso?
Es igual, sea lo que fuere, la sensación que produce este giro es desoladora y provoca en el espectador (aunque ignore qué está pasando) una salivación amarga, desalentadora, de nostalgia de siglos, como la que producía “Te querré siempre”, la película de Rossellini que inevitablemente evoca esta historia en la Toscana. Kiarostami nos lo cuenta todo y, además, nos ahorra el viaje, aunque lo filme de modo encantador en un coche y una mañana soleada. El buen gusto, la luz, la luminosidad, el detalle, gesto o mirada..., todo está confabulado para que lo que no se aclare, se sienta, se presienta... Incluso esa idea del tiempo comprimido, elidido, que cuelga del cuello de ella en un broche con forma de libélula.
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