«Visionarios» divide el festival: los que vieron a la Virgen y los que no
Gentes que, engañadas por alguna luminaria, fatamorgana o desajuste cerebral, ven visiones; lo que noes se aprecia como si lo fuera, y lo que es pura aspa de molino viejose torna en bracear de villanos descomunales. Pues así anduvouno ayer, de visionario, apreciando cualidades en la película de Gutiérrez Aragón y, lo que espeor, en la holandesa «Magonia», ambas a concurso.
De vuelta de La Habana y de las cosas que allí se dejó, decide ahora Manuel Gutiérrez Aragón hacer una película no ya en el borde del precipicio, sino un par de metros más allá; o sea, como esos dibujos animados que tardan unos segundos ... en percatarse de que no hacen pie; pues así, nada más que durante dos horas, se fragua la historia que cuenta Gutiérrez Aragón en «Visionarios». He aquí el maderamen que ha de sujetarla en el vacío: finales de la Segunda República, o sea, albores de la Guerra Civil; apariciones de la Virgen en un pueblo vasco; pequeño grupo de visionarios que son alertados por la Virgen de las batallas que se avecinan; historia de amor entre la que ve las visiones más claras (Ingrid Rubio) y un maestrillo que elige el director como «punto de vista» de la narración (Eduardo Noriega). Nuestro narrador, el maestrillo, ve la Concha y el hotel de Londres, pero no ve a la Virgen, luego nosotros, tampoco. Nuestro narrador no acaba de saber con certeza qué hay de verdad y de mentira en todo aquello, luego nosotros, tampoco. Pero no importa, porque ése es sólo el falso misterio, el «macguffin» de Gutiérrez Aragón para contarnos otras cosas sobre el poder, el querer, el creer, además de algo realmente interesante: el hecho de que sea un impostor quien anuncie las desgracias no nos libra de ellas, en el caso de que se avecinen.
«Visionarios» se le queda a su director absolutamente «gutierrezaragonada», es decir, preñada de su estilo, otras veces bendecido y ahora, por lo visto (oído, en ralidad), cuestionado. Un estilo raro en el que cabe exceso de sobriedad y al tiempo exceso de aliño dulzón, no tanto en sabores como en colores, con esos tonos enmielados tan propios de él y que han sido resueltos a la brava por los entendidos con un fácil «realismo mágico». Tal vez se le quede corta a Gutiérrez en «Visionarios» su mirada sobre algunos personajes que se apuntaban más interesantes o inquietantes, como el del padre Laburu (Karra Elejalde), Carmen Molina (Emma Suárez), y le dé en cambio cuerdecilla a otros que no acaban de arrancar, como el del propio protagonista, nuestro «punto». Pero en todo caso, «Visionarios» es película de Gutiérrez Aragón de arriba abajo, para bien y para mal, y además está la incuestionable verdad de que allá donde esté la magnífica actriz Ingrid Rubio, en cierto modo, se aparecerá la Virgen, o al menos ella mirará como si de verdad la estuviera viendo.
Si bien uno se sintió ya algo visionario en el modo de mirar y ver la película de Gutiérrez Aragón, cuando al poco se proyectó la holandesa «Magonia» y, contra vientos y mareas, aún vio allí cualidades cinematográficas y creativas evidentes, la certeza y la seguridad dejaron paso a una razonable preocupación. «Magonia», película de la que el público salió con ese «tumbao» del que va en pijama de madrugada a la cocina, uno la percibió como el colmo de la originalidad y de la sensibilidad (aunque en este apartado, el de la sensibilidad, una buena máquina de podar imágenes le hubiera ido muy bien). La directora, Ineke Smits, cuenta las fascinaciones de un hombre recluido en un manicomio al que su hijo, un niño, va a buscar un día a la semana; el hombre le construye unas historias (que nosotros vemos como película) exóticas, poéticas (la última, un poquito peñazo también) y alegóricas que surgen de los propios sueños de sus colegas de manicomio.
Es cierto que eso de cruzar la locura con la poesía y la sensibilidad hay que, para no despreciarlo, tener el día un tanto visionario, pero qué mejor día que el de ayer, que llegaban en tropel: los de la película de Gutiérrez Aragón, los de «Extranjeros de sí mismo», la película de Rioyo y Linares sobre divisionarios azules y brigadistas rojos que se proyectaba en la sección «Spanish´01», o la mujer de corta y rasga que interpreta Isabelle Huppert en «La pianista», de Haneke, amenazante desde la sección Zabaltegui. En fin, el día del «veo, veo».
Zabaltegui proyectaba como perla del día «La pianista», película que ganó el premio especial del jurado y el de interpretación femenina (Isabelle Huppert) en el último Festival de Cannes. Su director, Michael Haneke, ya está acostumbrado a que besen por donde él pisa, por lo que un poquito de caña no le viene mal. «La pianista» profundiza a unos grados de perversión y de soledad completamente insoportables, lo cual no le impide a Haneke (viéndole la cara, uno se lo explica todo) impulsar y alentar toda esa sordidez con un impresentable sentido del humor; o sea, haciendo coincidir el asco o la repulsión con la risa y la sensación de ridículo. Hay, además, dos o tres escenas de Isabelle Huppert con su madre (Annie Girardot) que están tramadas con tanta mala leche y tanta inquina hacia quien mira y lo que mira, que no queda otro remedio que admitir que Michael Haneke será muy listo y muy buen director de cine, pero tiene pintas en el lomo.
Por lo demás, si a este director de cine se le ocurriera alguna vez una idea «normal» sobre alguien «normal» no lo diría en una película sino en un diván. Ya en picado: se sale de «La pianista» con un rechinar de dientes en plan Bach y con la sensación de que nos han vaciado dentro y de golpe la caja de herramientas.
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