El laborioso ejercicio final de Isaki Lacuesta en «Los condenados»
«Los condenados», del catalán Isaki Lacuesta, es la última curva antes de llegar mañana a la meta de los premios ; una película seria, o más aún, circunspecta, que da la impresión de querer tratar algo grave , agotador, y que se ... desenvuelve en un terreno más metafórico que real (de hecho, no se sabe en qué lugar concreto del cono sur americano ocurre, aunque haya un cierto y delator acento argentino en los actores)... El argumento reúne a dos generaciones (los ex guerrilleros de entonces y sus hijos de ahora) en la selva y a la búsqueda de los huesos enterrados de un mítico compañero al que mataron los «milicos»... Aunque la mejor línea del guión es el rostro en primer plano de Daniel Fanego , probablemente la única cuerda tensa en esa historia entrecerrada y sin ningunas ganas de abrirse o ser abierta. Alrededor de ese rostro que no necesita texto para ser oído y entendido, hay poco más que la voluntad del director en abrumarlo todo (así termina) y en que la ceremoniosa cámara busque sin encontrar más cosa que desinformación; hasta tal punto, que uno de los personajes, obviamente mal informado, considera que los asesinos de ETA son el pueblo vasco que resiste.
Tal vez Lacuesta quiera darle una vuelta a ese viejo asunto de la lucha armada, a los cuándos, cómos y porqués, o tal vez lo que pretenda sea acomodar entre esos huesos que no aparecen la idea de la memoria histórica, pero se queda en el mero husmeo o merodeo de lo que pretende , sin entrar ni en ésta ni en otras tumbas, siguiendo a unos personajes que sólo al final se dignarán a desempolvarse, a resolver una intriga que apenas si había conseguido intrigarte. Sí tiene «Los condenados» un momento de riesgo, y lo protagoniza la hija del ex combatiente enterrado, cuando en un largo y creíble plano nos cuenta a todos el sabor que esos huesos le han dado al caldo turbio de su vida. Es la tercera película de Isaki Lacuesta («Cravan versus Cravan» y «La leyenda del tiempo»), y la primera que en esencia es de «ficción» aunque a veces parezca sobrarle el término.
La coreana «I came from Busan» , de Jeon Soo-il, se reducía a unos largos paseos de la cámara tras (o delante) una joven que da a luz en las primeras escenas y cede al bebé para que lo adopten. Los soliloquios del personaje con fondo de puerto o mercado coreano, un final grotesco y poco más.
Arrimar la Concha a la oreja
El director francés Laurent Cantet es el presidente del jurado que mañana concederá los premios. Por nacionalidad y filosofía de festival no sería raro que las películas de Bruno Dumont («Hadewijch») o de Christophe Honoré («Making plans for Lena») estuvieran en la brega por la gloria del palmarés , habiendo sido probablemente las más flojas de toda la sección oficial. No hay, en cambio, muchas posibilidades de que «El secreto de sus ojos», de Campanella, que ha gustado a prácticamente todo el mundo, satsifaga lo que busca un jurado con su gran premio: inventar. «El secreto de sus ojos» está ya inventada y ningún jurado podrá darle lo que ya tiene ella de antemano. «Yo también», el título de Álvaro Pastor y Antonio Naharro, es igualmente una de las favoritas , o lo deberían ser al menos sus protagonistas, Pablo Pineda y Lola Dueñas. Ricardo Darín, el anciano turco Mithat Esmer, el argentino Daniel Fanego, Soledad Villamil o la francesa Isabelle Carré podrían subirse a algún peldaño del palmarés, junto a la espectacularidad en blanco y negro de la china «Ciudad de vida y muerte».
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