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ABC Cultural

Críticas de los estrenos del 26 de enero: «J. Edgar», «Arrugas» y «Albert Nobbs»

La nueva película de Clint Eastwood llega a la cartelera para competir con el cómic de Paco Roca llevado a la gran pantalla y lo último de Rodrigo García

Críticas de los estrenos del 26 de enero: «J. Edgar», «Arrugas» y «Albert Nobbs» ABC

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POR OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

La invitación es apasionante: el hombre que lo supo todo, J. Edgar Hoover, visto por el hombre que lo sabe casi todo, Clint Eastwood. La figura que creó, organizó y exprimió el FBI durante medio siglo, varias guerras y más de media docena de presidentes de los Estados Unidos, en manos de un cineasta capaz de despellejar la ley, la justicia, la música, el poder, la venganza o el amor... Una biografía tan enérgica y resistente de la que, en realidad, sólo se saben retazos y quizás, los cuales Eastwood maneja hasta dejar no una imagen del personaje, sino su sombra: antisemita, racista, calculador, tozudo, homosexual, incansable y con la inteligencia y el valor suficientes como para ser al tiempo una amenaza y un seguro. Eastwood escoge dos caminos arriesgados; el primero es el de la pasión y el segundo el de la memoria. El propio Hoover, ya anciano, relata su historia y esa historia está apoyada esencialmente en su relación con su madre, con su colaborador y amante, y con su fiel secretaria. Dicho lo cual, es un milagro que a pesar de ello asome un retrato tan frío y sórdido del personaje. Y esto origina las dos grandes pegas a esta película (por otra parte, impecable) de Eastwood: se queda en segundo plano lo esencial (Kennedy, Nixon, Luther King...) y la necesidad de un maquillaje terrible, que banaliza la gran interpretación de Leonardo DiCaprio, pero, sobre todo, que llega casi al ridículo en el personaje de su amante, Clyde Tolson, que interpreta sin alma Armie Hammer. Judie Dench y Naomi Watts, en cambio, bordan su desmesurado trapo.

POR O. RODRÍGUEZ MARCHANTE

El equilibrio es algo extraño, pues a veces se consigue con lo contrario: un fondo desalentador en una forma animada. «Arrugas» acepta el reto de su origen (un tebeo de Paco Roca) y mantiene en dibujo animado lo deprimente de su trama: la vida de un anciano con alzheimer en un geriátrico. El director, Ignacio Ferreras, consigue no solo ese equilibrio imposible de que lo infantil de su forma se ennoblezca con la madurez del fondo, sino también que el sentido del humor, la tersura del dibujo y el ritmo del movimiento y el argumento se armonicen con el drama, la rugosidad y el tedio instalado en ese lugar desagüe. No hay descubrimientos en lo que oferta «Arrugas», pues ya hemos visto muchos dibujos y más aún los estragos del tiempo y el abandono en el ser humano, pero sí hay en esta película una mirada inteligente y cálida (también erizada) a la última planta de nuestra estancia en la tierra, además de una estimable voluntad de sortear lo melodramático gracias a la «personalidad» del protagonista, Emilio, y su relación con el pícaro Miguel, un anciano que es el manillar de la vitalidad, el analgésico del destierro y el espejo de la utopía. Probablemente Ferreras ha tenido la necesidad de moderar la fermentación ácida y agresiva de la realidad, como quitándole escrupulosamente ese efecto Marlowe del triste, solitario y final.

POR O.R.M.

La entrega de Glenn Close a esta película es en cuerpo y alma; ella encontró la historia en un relato de George Moore, ella hizo el guión, ella encontró al director, Rodrigo García, y ella ha encarnado a su protagonista, Albert Nobbs, un impecable camarero de hotel de lujo en la Irlanda de finales del XIX. Da la impresión de que Glenn Close le pidió el traje al Anthony Hopkins de «Lo que queda del día», y se enfundó en el equívoco de un personaje imposible, pero que sirve a un propósito: reflejar el papel mutilado de la mujer en aquel mundo de hombres y definir un paisaje donde la moral y la suciedad se trenzan con lo ceremonioso sin el menor escrúpulo. Rodrigo García le pone el clima Ivory a la escena y el punto de melodrama con tendencias autodestructivas (su camino hacia el final es pedregoso), y el resto consiste en el trabajo hercúleo de su protagonista para que su rostro almidonado exprese sin mover un músculo todo ese continente interior inexpresado por el personaje, al que no se llega a comprender del todo. Tal vez no haya conseguido Glenn Close todo lo que se merece este Albert Nobbs, pero sí, al menos, lo que se merece ella: su sexta nominación al Oscar.

POR J. M. CUÉLLAR

La pregunta que hay que hacerse aquí es: ¿se puede ir a ver una película solo para admirar la belleza de una mujer? Respuesta evidente: No solo es que sí, sino que es justo, necesario y obligatorio. Así que aquí vamos a ver a Kate Beckinsale, su ceñido mono de cuero y sus ojos azules ya que es una vampira. Ellas pueden, nosotros también. Es suficiente? Y sobra. Luego, lo de siempre: grandes efectos especiales, tiros y mucho ketchup. Uno no lo ve porque está a lo que hay que estar, pero si además caen palomitas sobre esta cuarta entrega pues mejor. Así se alimenta el espíritu y el corazón. Al fin y al cabo es Beckinsale...

POR A. WEINRICHTER

Joel Schumacher exhibe una larga y comercial carrera sin que se le aprecie un estilo personal digno de nota. Aquí se aplica al laborioso género del thriller claustrofóbico, variante familia encerrada en casa con unos intrusos quinquis de malas intenciones. Nicolas Cage se entrega a uno de sus papeles masoquistas, exigiendo por contrato ser él quien reciba todas las bofetadas hasta volverse un guiñapo reconocible sólo por su famoso tupé y su labio leporino. Todo ello en defensa de su hacienda y de su mujercita, que es una Nicole Kidman con cara de asustada y poco más que hacer. De verdad que no se nos ocurre nada más que decir de este ejercicio de (poco) estilo que algún día proporcionará siestas memorables cuando lo emitan de sobremesa.

«Ibiza occidente»

POR A. W.

En "¡Jo, que noche!" Scorsese presentaba una discoteca neoyorquina como un infierno dantesco. Quienes compartan esa visión de la escena discotequera tendrán problemas para conectar con esta película documental: precisamente si algo se puede reprochar a este retrato amoroso y tolerante del principal “cultivo” ibicenco es que su director Günter Schwaiger se deja secuestrar por la pasión que siente por la noche, la música y la gente de la isla, lo que le permite presentar sin ambages críticos a sujetos como un estelar dj que no consigue que entendamos lo especial de su trabajo. Otros personajes (una bailarina, una saxofonista, el señor de Pachá) resultan mucho atractivos y están más cerca de transmitir el entusiasmo que alimenta este proyecto. Pero preferimos al Schwaiger que trabaja a la contra, como en aquel memorable retrato de un nazi madrileño que trazó en "El paraíso de Hoffman".

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