actualidad
Críticas de cine del viernes 2
«Skyfall», «El profesor», «O apóstolo», «El ladrón de palabras», «Submarine» y «Sinister», estrenos destacados de la semana
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«SKYFALL» ****
OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE
James Bond es un estado de ánimo, una situación emocional en la que «Occidente» lleva cincuenta años de películas, y ahora llega el director Sam Mendes para introducirle unas sutiles variaciones: hemos cambiado nuestros sentimientos de fondo y quien nos ... lo hace ver es el agente 007, al servicio de Su Majestad, sí, pero también al servicio de un individuo y una sociedad que son distintos. Sam Mendes es el cineasta de la pesadumbre y el desengaño, y la atmósfera de películas como «American Beauty» o «Revolutionary Road» son un precedente en el que no cabría James Bond, tan vitalista, seductor, desconfiado y frescales, y al que Mendes arrastra aquí a su terreno para que veamos lo nunca visto: sus lágrimas, su infancia, su deterioro, su adaptación, su camaradería y hasta su preocupación por el paso del tiempo.
«Skyfall», título que es un territorio (el de Bond niño), es al tiempo un pulso físico y espiritual entre lo viejo y lo nuevo. Aunque también es una aventura sorprendente y espectacular, como todas las suyas, que mantiene los ojos del espectador muy abiertos por lo que ve y simbólicamente entrecerrados por lo que intuye y presiente. Podría ser «Skyfall»la mejor, o al menos la más profunda de las historias protagonizadas por el agente británico, tan llena de corpachón y de alma que hasta el villano de ella muestra un laberinto pasional que la hace aún más especial. La escena grande entre Daniel Craig y Javier Bardem, con su pálpito sexual incluido, le pone un tapón al estado de ánimo del siglo XX y descorcha el del siglo XXI..., pero de un modo natural, sin solemnidad, con el entorchado en chunga del pelucón rubio y el careto felón de un Bardem que ennoblece el Mal como un personaje de Sófocles con tics de telebasura.
El mismo esquema para que todo cambie: una gran escena de persecución por los tejados de Estambul y por su Gran Bazar, un ritmo que en esta ocasión no te impide ver el bosque emocional que contiene, un personaje invulnerable pero lleno de fragilidades y con escasez de armamento, en todos los sentidos (la familiaridad, el tajo y la navaja, como solución). Y Daniel Craig, que te pega al personaje hasta el punto de que parece decir: os llamáis Bond, James Bond.
«EL PROFESOR» **
O. R. MARCHANTE
La cantidad de sí mismo que pone el actor (y productor) Adrien Brody en esta película es admirable, aunque no por ello consigue quitarle ni un sólo cascabel de los que le sobran a esta historia escolar donde se mezclan con avaricia la educación y un sentido ¿huraño? de la filantropía. La ha dirigido Tony Kaye («American History X») con tal cantidad de material inflamable, desde la voz en «off» que se escucha a sí misma hasta una cierta lírica de recuelo, desde el paisanaje documental, hiperrealista, hasta el recurso de la animación, que obliga al espectador a sacar la manguera en defensa propia.
Varias historias se cruzan, y todas ellas pugnan por encontrar en el espectador la pasión y el apego que no encuentran en su protagonista, un profesor sustituto que ama tanto su profesión y al mundo que vive aislado y envuelto en un papel celofán transparente; hay personajes que están ahí para demostrarle que su pesimismo es una causa y no un efecto, como la chiquilla que se prostituye (una incógnita, pero magníficamente interpretada por Samy Gayle), el abuelo que se muere pidiéndole perdón aunque no recuerda por qué, o la estudiante gorda pero desnutrida de afectos. No cabe duda de que Brody se cree y entiende a su personaje amargado, y lo llena de una letra pequeña como más preocupada por producir eco que sugerencia, y en ese sentido consiguen aparecer mucho más carnales y naturales James Caan, Marcia Gay Harden, Lucy Liu o Christina Hendricks, que muestran los altibajos de un sistema educacional y de una película que debería pendulear entre la comedia y el drama.
El tono serio, rimante y casi, casi petulante de Tony Kaye, que subraya las grandes emociones de la vida con un lapiz con más ingenuidad que punta, vendría a ser justo lo contrario de «Profesor Lazhar», excelente película de Philippe Falardeau, que era un baño de sencillez, elocuencia y poesía sin alarde. En cualquier caso, «El profesor» ofrece varias escenas contundentes y memorables del modo de quitarle la «j» a jaula y convertirla en aula.
«EL LADRÓN DE PALABRAS» **
O. R. M.
Escribir no es fácil y lo demuestra el protagonista de esta película, un escritor sin pulso que encuentra la novela de otro y la publica con su nombre, y también los guionistas (y directores) de «El ladrón de palabras», que atan como pueden tres hilos narrativos que no acaban de hacer un nudo. Brian Klugman y Lee Sternthal proponen en su primera película un juego que consiste en dudar de la narración de principio a fin: un escritor lee en público su novela que trata de un escritor que se apropia de la novela de otro que cuenta en ella su propia experiencia en la segunda guerra mundial...
Acciones paralelas que se buscan en la pantalla sin encontrarse, la del escritor de éxito y su (tal vez) fantasía sobre un escritor de pega y un escritor frustrado. Los mejores momentos los protagoniza un avejentado Jeremy Irons como la presencia y conciencia de la falta de talento del usurpador, mientras que habla con cierta lucidez sobre el arte, la vida y el amor. La diversidad de tramas propicia a los directores la posibilidad de lucirse con la diversidad de climas y géneros, de la intriga a lo romántico. Bradley Cooper sabe cómo parecer un escritor sin ángel y Dennis Quaid se queda en escritor con diablillo
«O APÓSTOLO» ***
J. CORTIJO
Ahora que, bien por raza, bien por «marca España» (ese ente primordial y lovecraftiano), es tendencia tópica despreciar Halloween –que podría hacerse pasar por «Hollywood» en algún crucigrama– aterriza un producto inconfundiblemente de la tierra, o el terruño, y que también entronca con valores reivindicables como la paciencia, la constancia y la buena letra (y mejor plastilina). Porque estamos ante la primera producción stop-motion manufacturada en nuestro país con tal material («Gritos en el pasillo» recurría a cacahuetes y variantes).
Mezclando en un caldero mágico «Nosferatu», Tim Burton y el tío Camuñas, el filme no solo logra un elaboradísimo diseño facial y alta expresividad dramática de todos sus personajes, sino, sobre todo, una atmósfera cuajada de niebla y txirimiri tétrico que cala hasta el tuétano. Tal vez el argumento no trepe demasiado por el bosque encantado (tampoco se va por las ramas), pero el conjunto es tan brillante como virtuoso (véase también la escena de animación «bizantina» 2D con canción a lo Tom Waits de fondo). Un gran trabajo vocal (memorable el añorado Naschy como arcipreste retranquero) redondea una joyita por momentos sobrecogedora.
«SUBMARINE» ***
F. MARÍN BELLÓN
Arranca «Submarine» como un obús, como un poema leído a toda velocidad por un adolescente lanzado a tumba abierta al abismo de la vida, impulsado por la incomprensión de los quince años en un hogar de cariños anestesiados. Si no hubiéramos encajado 400 golpes ni conocido a Amélie Poulain, esta obra primeriza que adapta a un novelista novato (Joe Dunthorne) destacaría por su originalidad. Lo que en realidad ofrece Richard Ayoade es la facultad de recordarse a sí mismo y a todos los demás, los que no eran populares en el instituto ni entendían el dolor de atravesar el muro que se yergue ante la edad adulta. Cuando aparecen otros personajes, la cinta pierde impulso y los hallazgos empiezan a escasear. La ironía amenaza con sumergirse en la normalidad del drama, pero siempre es posible disfrutar la música de Andrew Hewitt y Alex Turner, sin sus Arctic Monkeys.
«SINISTER» **
J. M. CUÉLLAR
No sabíamos de Scott Derrickson desde «Ultimátum a la Tierra» y después de haberla visto mejor que desapareciera del mapa. Ahora ha reaparecido y se ha maquillado la cara. Una obra irregular esta «Sinister», pero que deja algunos trazos apreciables. El argumento está sabido y trillado: un escritor en crisis que descubre unas cintas de asesinatos y eso va alterando el clima y a toda su familia en sí.
Demasiados tópicos en la ejecución del minuto a minuto, música tramposa, los ruidos de siempre, sustos previsibles y demasiadas similitudes con otras películas, sobre todo con «The Ring». Pero hay un clavo al que se agarra Derrickson: las cintas en sí, tenebrosas, oscuras, dramáticas, una filmación dentro de la filmación que pone los pelos de punta y desasosiega, desasosiega mucho. En suma, un clavo salvador.
«RALF KÖNIG, REY DE LOS CÓMICS» **
J. C.
Conocido popularmente (al menos, entre el espectador de a pie) por las adaptaciones al cine de «El condón asesino» y «El hombre deseado», Ralf König es todo un ídolo en su país, Alemania. Al menos, esa es la sensación que machaconamente quiere dar este documental, a ratos publirreportajeado, donde se le presenta como icono del movimiento gay y una máquina de hacer euros para los ávidos productores cinematográficos.
Con estilo a ratos amateur, y con vocación minoritaria (no mentemos la palabra «gueto»), «Ralf König, rey de los cómics» (discutible título, sobre todo existiendo ya «El gran Vázquez» como aspirante al trono, entre otros) contiene algunos buenos momentos, como la «dramatización» de viñetas por parte del propio autor o las preguntas a ras de admirador que aborda con particular brillantez y clarividencia. Lástima que falte una sobre la adaptación de su «Lisístrata» hace una década, que dio lugar a una de las peores películas del cine español que este cronista recuerda haber sufrido. Y son unas cuantas.
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