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Complemento circunstancial

A mí me gusta la fruta

A veces adornamos nuestros discursos con citas literarias y, a veces, no hay más remedio que decir las cosas de una manera más clara, aunque sea menos elegante

Yolanda Vallejo

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A todos nos pasa. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais, o algo parecido, que decían en Blade Runner, aunque no estoy muy segura de que la cita sea literal. Yo he visto a catedráticos de Literatura replicar en sus redes sociales un «testamento» ... de García Márquez —más falso que una moneda de cinco euros y más empalagoso que un algodón de feria— y quedarse tan tranquilos; he visto a gente citar a Blas de Otero con una canción de Víctor Manuel, y he caído —cómo no— en la tentación de decir más de una vez aquello de «ladran, luego cabalgamos» como si hubiese salido de la pluma de Cervantes. A todos nos pasa, al hablar o al escribir, porque estamos convencidos de que metiendo una cita literaria se nos ve menos el pelo de la dehesa. Lo hacemos para impresionar, para alardear o para dárnoslas de intelectuales y lo hacemos en el trabajo, en la barra del bar y hasta en el Parlamento. No es nada nuevo, ni exclusivo de las redes sociales, no vaya a pensar que también en esto hemos inventado el mundo, porque desde que el mundo es mundo, se vienen repitiendo las citas falsas o las, llamémoslas, atribuciones literarias. Basta recordar que Gerald Krieghofer ha llegado a reunir más de 500 citas falsas de conocidas personalidades, que siguen repitiéndose sin solución de continuidad.

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