de rabia y miel
Chano
Es el notario, el sociólogo y el testaferro de una Sevilla que aún cobija a los sevillanos
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Iniciar sesiónBien temprano cruza el puente que separa el arrabal de la ciudad, la frontera que lo aleja de su casa y lo acerca a su sala de operaciones. Podría decirse que es uno de esos personajes mitológicos que pone las calles de Sevilla, que las ... estrena rumiando un silencio en el que grita la belleza oscura de esas horas limpias y tranquilas en las que los adoquines son las alfombras de una casa sin más dueño que un amanecer que da pataditas en la barriga de la noche, deseando derramar su conjuro de rocío.
En el Pica Antonio trastea y dispone un callejón que desde la calle Sierpes, aún remolona, se asemeja al zumbido luminoso de una luciérnaga, un faro escorado del que emana un calorcito que huele a elixir de grano molido. Él saluda y se acoda en su mesita de fuera, a la espera de recoger de la barra su café, su copita y su bollo de aceite y jamón. Trinca el periódico y comienza su jornada laboral brujuleando por las páginas, empapándose de la actualidad, recabando información para que nadie pueda pillarle en fuera de juego.
Es parte de su oficio el no quedarse nunca en blanco, el tener siempre un comentario con el que dirigir la conversación, con el que llevarla hacia lugares agradables en los que hacer que el que habla se sienta más inteligente de lo que es. El postre del desayuno siempre es un cigarrito, al que le da esas caladas antiguas y elegantes que solo saben darles los hombres que han desentrañado con éxito las brumas de la vida.
Aquel velador está a escasos metros de su oficina, esa consulta que hace esquina, ese local que se mantiene erguido como un estandarte de personalidad, haciéndole frente a las cadenas frías e impersonales que no han conseguido comerle ni un palmo de terreno. Porque él conoce los nombres de sus clientes, sus pesares, sus manías, los quiebros de sus miradas. Porque ha fraguado con sus manos una lealtad inquebrantable que es inmune a las modas, a los tiempos y a las circunstancias. Prepara sus enseres y abre las puertas de su minúsculo templo, esperando a que lleguen los primeros peregrinos a sentarse frente al espejo, a poner sus posaderas en el confesionario de los pecados veniales.
Pasa la mañana descifrando cabezas, ordenando ideas, podando los rastrojos de las caras a las que les acierta el alma. Sus tijeras bailan el tango de la costumbre, la hoja de su navaja es el bolígrafo con el que escribe en el aire sus reflexiones. Rebaña con el dedo gordo la espuma, pide perdón cuando suena el teléfono y coge una cita que apunta en la enorme libreta que reposa en el mostrador, calcula con precisión milimétrica cuánto ha de esperar el que desde la puerta le implora un hueco. Al adulto le pregunta por los niños, al niño que le pide el corte modernito le dice que no quiere problemas con su madre luego. Es el notario, el sociólogo y el testaferro de una Sevilla que aún cobija a los sevillanos. Hoy mis rezos, mi cariño y mis letras van para él. Mi barbero, y el de tantos otros que saben que pelarse es mucho más que quitarse pelo. A Manuel Chano.
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