Puntadas sin hilo

El patio trasero

La solución es policial, no hay política social que funcione en un barrio con gente que guarda un AK47 en su casa

A los periodistas nos encanta alardear –muchos con más imaginación que memoria– de que hemos sido testigos de momentos históricos y experimentado situaciones de riesgo. Los plumillas que aseguran haber estado en el Congreso el día del golpe de Estado del 23F llenarían no ya ... el hemiciclo, sino el Santiago Bernabéu. Y los compañeros que han cubierto conflictos armados parecen condenados a narrar una y otra vez, como en el mito de Sísifo, sus peripecias entre disparos y morteros. Personalmente tengo poco bagaje profesional con el que impresionar a mis contertulios; apenas puedo contar que presencié en directo el ataque de risa colectivo del Parlamento andaluz de 1994, que fue menos trascendental que lo de Tejero pero más divertido. Y en cuanto a hazañas bélicas, los más peligroso que he hecho fue recorrer las entrañas de Las Vegas, en las Tres Mil, junto a mi compañero Juanjo Borrero. Peligroso por el barrio, no por Borrero, aclaro. Hace veinte años de aquel reportaje y lo que realmente da miedo es que se podría volver a publicar mañana sin cambiar una coma.

Hoy como ayer, las Tres Mil Viviendas –o Las Palmillas en Málaga, o San Juan de Dios en Jerez, o Polígono del Guadalquivir en Córdoba– sigue siendo la asignatura pendiente del desarrollo social en Andalucía, el recordatorio de la distancia que nos queda para alcanzar a las principales capitales europeas. No será porque no se haya invertido dinero; el Polígono Sur cuenta desde hace años con un comisionado propio y tiene programas de integración de todos los colores. Pero el problema es fundamentalmente policial, porque ninguna política social puede funcionar en una barriada con gente que guarda un AK47 en su casa. Y la inseguridad ciudadana, lejos de mejorar, ha empeorado en las últimas dos décadas. Antes mandaban clanes gitanos con los que se podía hablar, porque existían patriarcas –como el tío Casiano– que actuaban de interlocutores y eran respetados en el barrio. Ahora campean a sus anchas bandas de narcotraficantes como 'los caracoleños' o 'los naranjeros' que están dirigidas desde el exterior. El problema, a escala minúscula, es similar al de algunas zonas de Colombia o México; mientras la microeconomía del narcotráfico permita ver ferraris en Murillo o Martínez Montañés ningún programa integrador tendrá éxito en las peores zonas de las Tres Mil.

Hay otra clave del problema, y es precisamente la ausencia del problema. La ciudad ha asumido que tiene un parque temático de la droga con la misma naturalidad que la existencia de Isla Mágica, y la marginalidad en estas zonas le preocupa bastante menos que la normativa de los veladores o el recorrido de la Magna. El sevillano se indigna cuando aparecen vídeos como el del tiroteo de esta semana o si le revientan el coche, pero el mosqueo es efímero y enseguida pasa a preocuparse de verdad por la lesión de Lo Celso. Seamos sinceros, a nadie le molesta lo que pase en el patio trasero mientras sea el patio trasero.

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