Pásalo
Los secretos del mar
Sin moverte de la toalla levitas desde el corazón a tus asuntos
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Iniciar sesiónNo hay yogui capaz de relajar tu mundo como lo hace el mar. Lo tienes ahí delante, frente a tus narices, reinado sobre un universo de anémonas y naufragios, dejando que lo mires para ver si lo comprendes. Y tras un rato de observación atenta, ... no hay nada que ocupe tu mente, la has vaciado como la inflación los bolsillos de los consumidores, ocupando la música de su sal y de su son el lugar donde antes la cabeza la tenías llena de preocupaciones, quizás, prescindibles. Te has quedado abombado mirándolo y escuchando sus voces que resuenan como campanas de barcos que se fueron para siempre, sin que te interese nada de lo que pasa a tu lado. El libro del verano lo has dejado caer, como una derrota, sobre la arena; las voces que te invitan a abandonar la garita de la sombrilla las percibes como un incordioso moscardón, al que solo se espanta cerrándote más en tu plano favorito del mar. Mirarlo, cura. Entenderlo, te hace rozar la felicidad. Contemplarlo sin más pretensiones, te abisma en una suerte de terapia que te alerta que el estrés te engañará algún día pagándote con su peor moneda.
Conforme avanza su contemplación, ese mar de ojos verdes y encajes blancos, te va limpiando la cabeza, regalándote la sensación de un perfecto aislamiento, de un feliz instante, que toma conciencia en tu corazón. El pulso te late como si hubieras visto desnudarse a la luna y la calma gasta una clase de serenidad tan plena que te recuerda a un verso de la mística española. No es que te invite a levitar. Es que sin moverte de la toalla levitas desde el corazón a tus asuntos. Escuchas el romper de su bravura en las blancas espumas de las olas, tan altas y capaces cuando empezaron a regresar a la playa en busca de algo que el tiempo les borró de su memoria, para desmayarse en la elegancia de sus últimos momentos besando los pies de las chicas desnudas de preocupaciones y devorando los fosos medievales de los castillos de los niños que sueñan con vencerlo. El mar tiene yodo y otras sales que los antiguos aconsejaban para mejorar la salud de los que la perdían. Pero su mejor terapia está en verlo, escucharlo, sentirlo y ganarle su confianza para que te cuente al oído secretos que harán brotar tu risa.
Ese mar, una y mil veces el mismo, una y mil veces distinto, es el que te enseñó a tratar tus padres, cuando el mundo era de otra forma y los niños eran felices sin máquinas en las manos. Mirándote hoy a los ojos, pensándote en aquellos años donde no había carretera para ir a verte, recuerdo algunas fotos desconchadas de un viejo álbum, donde el mar reunía a la familia, en el litoral tartésico de Huelva. Hay en esas fotos niños que ya no lo son, padres que dejaron de serlos pero que lo son en la memoria y muchas inocencias por amortizar. También las lágrimas que nos estaban destinadas. Y los besos que la vida nos regaló para creernos, por un instante, inmortales. Miro el mar y le oigo sus historias, sus noches de estrellas fugaces, sus abominables tragedias, su irresistible seducción para que los enamorados se juraran amor eterno, alrededor de una fogata hasta el amanecer. Antes del tiempo ya eras el mar. No hay yogui capaz de convencerte para que le regales tu poder, ese que es capaz de hacernos sentir humanos solo con pensarte…
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