Un bodegón barroco en Triana

Ahora que nos asomamos a un final de los tiempos, sería bueno pensar en el 'carpe diem' y en los goces mundanos. Pasear por los mapas del buen comer en la ciudad de la gula y otros dulces pecados. Recorrer los mercados de abastos, los escenarios del arte de la gastrosofía: plazas de la Alfalfa, del Pan y del Salvador, o la calle Feria. Y, sin lugar a dudas, el mercado de Triana, que cumple dos siglos.

Este altar del arte culinario es también nuestro mercado de Les Halles, el «vientre de París», que escribió Zola, donde cuelgan vacas degolladas de Rembrandt y Baltasar del Alcázar poetiza cenas jocosas. El mercado de Triana inicia su historia en 1823, en la España del Trienio Liberal. Claro que ningún lugar es inocente en la ciudad de los abismos históricos, porque todo guarda la imborrable huella de lo que ocurrió siempre antes. ¿Quién puede olvidar que fue un lugar siniestro de nuestra Historia? El mercado se levantó sobre el solar del castillo de Triana, la fortaleza almohade que se construyó en tiempos de Abu Yaacub Yúsuf, y que siglos más tarde se convirtió en sede de la Inquisición.

Siempre he pensado en el contraste entre el vocerío feliz del mercado y el silencio oscuro de los bajos del antiguo castillo de San Jorge. Es un lugar en el que se ha sufrido y algo viscoso permanece en la atmósfera.

Hasta hace poco estaba allí el Centro de Interpretación de la Memoria para recordar el sufrimiento de nuestros heterodoxos. Aún quedaba intacto el horror. Por eso la conmemoración de estos dos siglos de los bodegones del buen yantar nos sirve para celebrar la vida y todos sus placeres mundanos. «Hoy comamos y bebamos, que mañana ayunaremos…».