NI JUSTA NI SANTA
Sesión de taconeo
El agotamiento que en ocasiones se percibe en las oficinas –en empresariés, el burnout– emana de la sensación de derrota
Contaba John Galliano en una entrevista que fue su adicción al alcohol y a los ansiolíticos la que en el invierno de 2011 tomó el control de su lengua cuando calificó a un grupo de mujeres que cenaba en un restaurante parisino como «sucias judías». ... Metido ya en la trapisonda, el gibraltareño coló un «amo a Hitler». Le cayó una multa de seis mil euros y un despido. Dejó de idear colecciones para Dior y se encerró en un centro de rehabilitación. Había adoptado como costumbre, admitiría más tarde, la de atiborrarse de alcohol tras cada desfile. Cuando en una comida el entonces director ejecutivo de LVMH le llamó la atención por su comportamiento y le aconsejó pedir ayuda, Galliano se abrió la camisa y señaló sus pectorales. Aquel no podía ser el cuerpo de un drogadicto. En el fondo, confesó, sabía que sus atracones de pesas, insomnio, diazepam, entregas de bocetos y alcohol acabarían con sus huesos «en un centro psiquiátrico o a dos metros bajo tierra». El pasado enero, más de una década después, el entusiasmo por su colección para Maison Margiela provocó que los asistentes al desfile patearan el suelo desde sus asientos. Galliano volvía a coronarse.
Recogía la prensa local que Andrés Parrado, hasta hace unos días director de Educación del Ayuntamiento de Sevilla, había presentado su dimisión al alcalde por «motivos estrictamente personales». Su «necesidad de conciliar la vida laboral con la familiar», aclaraba, no resultaba compatible con la «ingente tarea encomendada».
Escribía en una columna la asesora Emily Ballesteros que el agotamiento que en ocasiones se percibe en las oficinas –en empresariés, el burnout– emana de la sensación de derrota. «No hemos construido una sociedad basada en las exigencias de los humanos, sino en las de los negocios. Se empiezan a observar ahora sus primeros síntomas. […] El chaparrón constante de noticias negativas tampoco ayuda a mantener la esperanza».
No sé si Parrado debe cuidar a sus padres, si ha de vigilar a sus hijos, si prefiere pasar tiempo con su mujer recogiendo amapolas en el campo o si ha decidido apuntarse cada lunes a clases de esgrima. Sospecho, no obstante, que si quien adujera la conciliación familiar como motivo para su dimisión fuera una mujer, la línea del comunicado no habría sido noticiable. Cuando a ellas las rodean los niños, señala el estudio The Child Penalty Atlas, aún se asume como natural una reducción de jornada o una renuncia a un ascenso. Pero no voy enzarzarme ahora con la molicie a la que a veces se entrega la humanidad, que en lugar de exprimirse hasta subsanar las sendas indelebles de la naturaleza –gestación, lactancia y crianza– opta por castigar el único sistema con el que cuenta para perpetuarse. Más brilla la esperanza. Que de cuando en cuando alguien cambie de marcha para escabullirse a tiempo de una minipimer laboral a mí, como a los espectadores de Galliano, me pone a taconear. Abdicar, a veces, también es una forma de coronarse.
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