TRIBUNA ABIERTA

A las claras

Es la «claridad» una «noción-racimo» que se configura como una nutrida familia léxico-gramatical

ABC

Antonio Narbona

En el breve tiempo transcurrido desde su constitución en junio de 2022, a la Red Panhispánica de Lenguaje Claro y Accesible (Red-PHLCA) se han ido adhiriendo centenares de Instituciones, Organismos y Asociaciones de todos los sectores (incluidos el político y el financiero). Pese a ... ser iniciativa de la RAE y la ASALE, la denominación no resulta muy atinada. Es la «claridad» una «noción-racimo» que se configura como una nutrida familia léxico-gramatical (claro, claridad, claramente, aclarar, clarificar, esclarecer…) que abarca campos semánticos y referenciales tan diversos como la «luminosidad, brillantez, transparencia, diafanidad, limpidez, llaneza, sinceridad, franqueza…», entre los que el trasvase es constante. De ahí que admita calificativos tan dispares, que -sin salir del ámbito de los sentidos- se haya tildado tanto de sonora como de callada, de «salada» –así bautizó M. Machado la gaditana- y «dulce»… Del adjetivo «claro» figuran en el Diccionario académico 35 acepciones (hasta los ojos con que vemos las cosas más o menos claras, pueden ser «claros, serenos» en el famoso poema de Gutierre de Cetina), casi otros tantos antónimos («turbio, oscuro, opaco, lóbrego, confuso, ambiguo, inconcreto, ininteligible…»), y, convertido en adverbio (a menudo, repetido: «claro, claro»), sirve para expresar acuerdo, asentimiento, conformidad, aceptación…, y forma parte de numerosas combinaciones más o menos lexicalizadas, como «tener claro», «poner en claro» [algo]...

Así que no es fácil saber lo que se entiende por «lenguaje claro» o por «hablar claro» (o «claramente»). En rigor, la «claridad» no siquiera puede predicarse del lenguaje ni de las lenguas en que necesariamente se plasma tal facultad específicamente humana. Carece de sentido plantear si es más claro el español que el inglés, o al revés. Sólo de los usos idiomáticos cabe decir que son o no «de fácil comprensión», última acepción de «claridad», y reservada para la «meridiana». Lo que pasa es que, al ser tantos y tan variados, nada se puede precisar si no se concreta (aclara) a qué usuarios y qué tipos de actos comunicativos nos referimos, empezando por la necesidad de no igualar los hablados (hablantes somos todos) y los escritos (hay lenguas sin escritura, y cientos de millones de analfabetos hablan lenguas que sí las tienen). Tanto al hablar como al escribir (y nadie puede escribir como habla ni debe hablar «como un libro», si no quiere correr el riesgo de ser «rechazado» por los receptores), en virtud de factores muy diversos, lo que es clarísimo para unos en un contexto determinado, puede resultar confuso o/e inadecuado para otros, e incluso para los mismos en una situación distinta.

Y que la citada iniciativa académica no puede tener alcance panhispánico es fácil de comprobar. Ni los más cultos peruanos comprenden una frase tan clara para un peninsular como «me da apuro bajarme aquí las bragas».

No se debería haber recurrido al sustantivo «Red», pues hoy las denominadas «redes sociales» todo lo invaden (otra cosa es que algunos nos «en-red-emos» en o con ellas), y las hay peligrosas, como las de ciertos traficantes.

Como la preocupación por comprender lo que se oye (o lee) y por ser entendido sin dificultad es universal, lo primero que hay que preguntarse es qué ha llevado a impulsarla ahora, y en apenas un año se haya celebrado la I Convención de la Red (más de cuarenta participantes), se hayan publicado sus 'Principios de organización', una 'Guía panhispánica', el 'Libro de estilo de la justicia', además de los 'Fundamentos del lenguaje claro', de S. Muñoz Machado, director de la RAE… Ahí mismo encontramos la respuesta. En los tiempos actuales, caracterizados por las «transformaciones sociales y la dimensión digital», se espera que adopten los «estándares de lenguaje claro, comprensible y accesible» que se vayan proponiendo quienes «redactan los documentos en los distintos organismos del Estado» o «se comunican con los ciudadanos desde instituciones y entidades públicas y privadas». Está «claro», pues, que la «Red» no está pensada para los intercambios verbales prácticos y cotidianos en situaciones comunicativas de proximidad o confianza, en los que –por más que no siempre decir las cosas «a las claras» sea siempre el modo de hacerlo con la claridad que conviene- se da por hecho que «entenderse» apenas tropieza con obstáculos (como suele decirse, se puede hablar «más alto», pero no «más claro»), sino, sobre todo, para los ámbitos del lenguaje jurídico y de las diversas Administraciones, en cuyas actuaciones orales y, sobre todo, documentos se considera necesario y urgente acabar con lo (mucho) que dificulta su accesibilidad a los ciudadanos. Invitado hace años por altos cargos de la Delegación de Hacienda en Sevilla (preocupados por la mala recepción de sus farragosas circulares), no me costó mucho hacerles ver que los interminables y envolventes párrafos podían «allanarse» con facilidad. Así, dejé reducido «Considerando el interés que, de cara a los objetivos marcados para el presente año, pudieran tener los resultados obtenidos, una vez concluidas las actuaciones, un resumen de los resultados de las mismas deberán remitirse a la Delegación Especial, con vistas a la elaboración de un informe global a nivel regional para su traslado a los servicios centrales de la Agencia» a una línea y media: «Cuando estén terminadas [las actuaciones], entregará un resumen a la Delegación, para elaborar el informe regional que ha de ser enviado a los servicios centrales», sin que nada relevante hubiera desaparecido con la eliminación del 66´3% del texto. Por supuesto, no se me hizo el menor caso, y todo siguió como antes.

Pero no se crea que sólo en tales clases de comunicaciones se echa en falta la claridad. Ni mucho menos. Se verá en la próxima tribuna.

SOBRE EL AUTOR
Antonio Narbona

Catedrático Emérito de la Universidad de Sevilla y Vicedirector de la RASBL

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