Opinión
El abrazo del Faraón
Curro y Morante repitieron cartel ayer en La Algaba
Aquella noche fumaba sin parar en el pasillo de su casa. Carmen había salido a cenar con unos amigos para celebrar lo bien que había estado el festival. Y de repente Curro le dio sentido a la palabra que acabaría convirtiendo en el santo y ... seña de su sencillez: sanseacabó. Aquel 22 de octubre del cambio de milenio en La Algaba había visto la voltereta del Zalduendo a Morante, entonces un chiquillo, hoy un mito del toreo, y Curro se asustó: «Si con la edad que yo tenía me llevo un viaje como ese, no lo cuento». Ambos habían toreado mano a mano aquella mañana para los niños con cáncer de Andex, para regalar un futuro a quienes cargaban la cruz de una esperanza incierta. Y horas después, el Faraón, con 67 años, le dio sus avíos a Gonzalito, el mozo de espadas, para que los guardara para siempre.
Ayer se rememoró esa humilde retirada en la placita de los carros y con Romero estaban Espartaco, Tomás Campuzano, Rafael Torres, Cepeda, Dávila, Escribano, Aguado, Serna... y José Antonio Morante. Desde aquel festival han pasado muchas cosas. El chiquillo del cartel es hoy un mito y el maestro es una leyenda imperecedera. Han pasado casi 23 años y muchos silencios.
Los aficionados han brindado los toros de las tabernas mientras discutían sobre la era después de Curro. ¿Quién es el heredero? Morante fue ayer a La Algaba. Tábula rasa. Hacía el mismo sol que el día de la voltereta y de la despedida. Se acercó al Faraón, que estaba sentado porque las piernas ya le flaquean, y se dieron un abrazo suave, como un lance de esos que sólo ellos comprenden. El resto de la historia se queda en el callejón. Como escribió Lorca para el eco de Camarón, «sobre la misma columna, abrazados, sueño y tiempo, cruza el gemido del niño la lengua rota del viejo». Y sanseacabó.
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