todo irá bien

Nadie que te lo diga

Si ni siquiera en su mejor versión nadie es imprescindible, imagínate si das algo menos, querido

Hambre de amor

Lo que el Papa ha hecho de mí

Aún es menor de edad y aunque su familia y entorno viven de él, no tiene a nadie que le explique cómo en la noche se han echado a perder grandes futbolistas. Mira con desprecio a los que le advierten, «mientras gane no pueden ... decirme nada». Deportistas, políticos y artistas perfectamente adultos, y estructurados, pagan cuantiosas cifras a toda clase de asesores y consultores cuyo trabajo acaba siendo protegerlos, la mayor parte del tiempo, de sí mismos. Existen los competidores, los errores, las crisis reputacionales. El mal existe y con mucho bien tratamos de compensarlo. Pero más que grandes escuderos, lo que solemos necesitar es un diván con la terapia concreta de que tú mismo tengas que escuchar el silencio que tras tus excesos has dejado. Confieso –por si no lo habían notado– que yo he necesitado este diván en momentos menos tranquilos de mi vida.

Los egos manejables y las vanidades resueltas alejan del abismo. Que tu manera de ser presumido sea trabajar y callar es muy ahorrativo. También que te agrade lo que eres y haces. Vivir sin urgencias históricas te libra de hacer el ridículo, por lo menos en lo que tienen que ver con estos asuntos. Toda prisa es oportunista. Toda lealtad es poca y es el único camino hacia la cima. Lamine Yamal no es una estrella desvinculada de su equipo, ni puede brillar sin sus compañeros, ni puede privarlos de brillar por no exigirse lo suficiente.

«Mientras gane nadie me puede decir nada», pensaron probablemente todas las estrellas antes de su declive. Antes de que el patrón les llamara una mañana a su despacho con el tono de voz que anuncia la catástrofe. Si ni siquiera en su mejor versión nadie es imprescindible, imagínate si das algo menos, querido. La vanidad, Narciso entre las flores, cada vez que en la embriaguez de un triunfo –meritorio, sin duda– crees que eres único e invencible. Mis problemas empezaron, Javier de la Rosa lo dice, una noche que de regreso a casa, solo en mi avión privado, me sentí por encima del bien y del mal.

No es la edad aunque la edad influye. No es la familia aunque una familia en condiciones ayuda. No es la disciplina artística. Somos todos nosotros aunque nuestros trabajos sean muy distintos; y el futbolista y el abogado y el periodista que todo el mundo cree que nada tienen que ver, están cosidos sin embargo por el mismo hilo asesino de su imprudencia, de su no saber mirarse con frialdad en el espejo para distinguir entre sus intereses y sus impulsos. Hay una confusión y esta confusión está casi siempre en nosotros mismos. Una confusión lenta, venenosa, imperceptible hasta que es ya demasiado tarde. La ves, no la ves. Se enrosca, te asfixia. No hay ambiciones desmedidas, hay maneras poco inteligentes de intentar conseguirlas. Y no tienes a nadie que te lo diga.

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