TODO IRÁ BIEN
Lo que el Papa ha hecho de mí
Todos tenemos un modo de vivir a cada Papa y yo he vivido a Francisco desde esta humildad introspectiva
Esto fue lo que le hicieron
El fantasma de Harvard
Hace dos años escribí un artículo crítico con Francisco y al cabo de unos días otro en el que prometí que nunca más volvería a criticar a un Papa en público: en parte porque me di cuenta de que me había equivocado y que la ... Iglesia se basa en la fe y no en la opinión; y en parte también, y no me duele admitirlo, por la ansiedad y el pavor que me produjeron las muy penosas consecuencias que tuvo para mí haber abierto aquella caja. Quedé deshecho, calcinado. Nunca es tarde para aprender la exacta medida de tu insignificancia. Y aquella medida me hizo bien, me ayudó a tener una visión más realista de mí mismo. Me ayudó a reconocerme en mi miedo, en mi precio, en el alto valor de cosas que daba por descontadas y que me destrozó ver que las perdía. Todos tenemos un modo de vivir a cada Papa y yo he vivido a Francisco desde esta humildad introspectiva, desde mis límites, desde esa mortalidad en la que te descubres cuando en lugar de librar a la heroica guerras que sabes que van a matarte, las esquivas.
Me gusta lo que el Papa difunto ha hecho de mí: un hombre más prudente, más temeroso, más condescendiente con las debilidades de los demás, aunque sólo sea por comparación con las mías. Me gusta la paciencia que me ha dado –algo perezosa, es cierto– para templarme en lo que antes, en mi osadía y mi extravío, me habría hecho reaccionar, y muchas veces por encima de posibilidades. Y así me produce ya sólo ternura, y un cierto candor, asistir al tremendo espectáculo de cómo a los católicos nos están perdonando la vida desde el lunes, como si antes de Francisco hubiéramos sido no más que una banda de fanáticos y desalmados. «El Papa que abrió la Iglesia al mundo». ¿Es que llevábamos más de dos mil años encerrados? Es lo mismo que los abusos sexuales. Que haya habido casos no nos puede hacer olvidar que criminalizar sólo o principalmente a la Iglesia por esta lacra, o culpar al celibato, es negar la cruda, estadística, científica verdad: los que más abusan de sus hijos son los padres de familia. Hay más abusadores entre los lectores de las noticias sobre abusos en la Iglesia que entre los religiosos. El reproche más original que se le ha hecho a Francisco ha sido el de Arcadi y es que no haya demostrado la existencia de Dios, aunque a mí entender, lo verdaderamente notable, tal como han ido las cosas durante su papado, es que no haya quedado probada su inexistencia.
Ha muerto un Papa amado en grado superlativo por los que no creen. Lo que nos trasciende –lo que nos salva– ha comparecido en las reacciones a su muerte, que a todos nos ha desbordado y todos nos hemos visto obligados a vivir a través de ella. Nadie ha podido continuar sin más con lo que estaba haciendo y hemos parado un momento para mirar adentro. También los que desprecian a Dios, o la idea de Dios, y han usado a Francisco para vehicular su desprecio.
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