PASO A NIVEL DE MADRID A SALAMANCA
La modernidad costaba 7 duros
El escritor Pedro Antonio de Alarcón experimentó en 1877 la aventura de viajar con sus amigos una noche en tren
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Los viajes en ferrocarril han sido fuente de inspiración de numerosos e ilustres escritores españoles. Galdós, por ejemplo, se detiene en el viaje de novios entre Juanito y Jacinta desde Madrid a Barcelona en el que describe los vagones pasando por «la angostura» de ... Pancorbo, a punto de llegar a Miranda. Uno de esos escritores fue Pedro Antonio de Alarcón, que narró el viaje que realizó la noche del 9 de octubre de 1877 entre Madrid y Salamanca con tres amigos.
Alarcón cuenta que el billete costaba siete duros. Hoy serían unos 20 céntimos de un euro. Pero entonces era un precio al alcance de unos pocos porque el escritor y sus colegas viajaron en primera clase en un compartimento para ocho personas. Se tardaban 12 horas en recorrer el trayecto. El ya célebre autor de 'El sombrero de tres picos', nacido en Guadix en 1833, que había sufrido destierro en 1865 y partidario del duque de Montpensier, narra el transcurso de la fría noche en la que se suben en un correo con destino a Medina del Campo, donde hacen un transbordo para recorrer los 77 kilómetros hasta Salamanca.
El relato aparece en sus 'Viajes por España', libro publicado en 1883, ocho años antes de su muerte. Alarcón señala que la vía que unía Medina con Salamanca acababa de entrar en servicio, por lo que los viajeros tenían la impresión de ser los pioneros de una modernidad que provocaba una mezcla de rechazo e inquietud entre la burguesía madrileña.
Para vencer las reticencias del grupo, uno de los amigos de Alarcón proclama: «Nadie diría que somos aquellos celebres aventureros al vernos vacilar en ir a la conquista de la inmortal Salamanca. La locomotora la ha puesto a las puertas de Madrid». La apelación les convenció y, al día siguiente, a las nueve y media de la noche, se subieron al tren, que llegaría a la ciudad charra cumpliendo el horario previsto: a las nueve y media de la mañana.
Alarcón testimonia que no había más de 30 personas en el correo. «Íbamos casi solos. Los españoles tenemos pocos asuntos fuera de casa y los que tenemos no nos interesan. Nuestra filosofía moruna o ascética da por sí una magnánima indiferencia», reflexiona.
Los cuatro amigos se quedaron dormidos antes de llegar a El Escorial. El escritor apunta que se despertaron en una parada en Sanchidrián, a 25 leguas de Madrid. Solamente les había despertado durante unos segundos los gritos de una mujer que clamaba desde un andén: «¡Leche de las Navas!». Como hacía mucho frío al bajar la ventanilla, el mozo les informó de que la temperatura era de seis bajo cero.
Eran las tres de la madrugada y decidieron ponerse a cenar. Llevaban una cesta con vino, bocadillos, café y otras viandas. Disponían de velas para iluminarse. Dos horas después, a las cinco, llegaron a Medina del Campo: «¡Parada y fonda! ¡Cambio de tren para los viajeros a Salamanca!». Alarcón señala que no pudieron soportar la algarabía de la cantina y que esperaron a la intemperie hasta las seis de la mañana para realizar el último y novísimo tramo.
Era un terreno árido, «una llanura sin verdor», donde se podía divisar a algunos agricultores labrando el campo, «habitantes de la Luna vistos desde la Tierra». Escribe: «Ni un árbol, ni una vivienda, ni un chorro de agua, ni la más leve ondulación del terreno».
A las siete y media, el correo paró en Cantalapiedra y se volvieron a quedar dormidos hasta que avistaron las iglesias y torres de Salamanca mientras se cruzaban con «toros de mil libras mirando la vía con más colera que espanto». La aventura había terminado.