TIRO AL AIRE
Salvad al caracol
En algunos lugares de España va a ser difícil que tanto salvador de caracoles pueda hacer lo mismo
¿Quién mataría dragones por nosotros?
Aguaveranos
El olor a monte mojado me lleva siempre a aquellas antiguas excursiones familiares para coger caracoles. Los niños recolectábamos pocos. Íbamos más de juerga que otra cosa. Salir al campo juntos era una fiesta que se desfasaba cada vez que localizábamos un ejemplar. ¡Un caracol, ... un caracol!, gritábamos llenos de júbilo, como unos buscadores de oro en California. Los adultos nos reñían. Estábamos alertando al resto de caracoles que correrían a esconderse. ¿Correr? No es que dudáramos de ellos. No les hacíamos ni caso. A la siguiente concha volvíamos a estallar en júbilo: ¡Un caracol, un caracol!
Competíamos por ver quién lograba un mejor botín, pero realmente, nos interesaba más el ambiente que los caracoles. Con tanto jaleo, parecía que íbamos despistados, pero no. Gracias a aquellas cacerías caracoleras nos conocíamos de memoria todos los caminos de las fincas que recorríamos. Teníamos la vista campera más que entrenada. Mis primos identificaban todas las especies de árboles y pájaros con los que nos cruzábamos. Sabíamos qué flores no merecía la pena ni cortar porque se marchitaría ipso facto. Qué setas no había ni que tocar, por venenosas. Nos podíamos imaginar con bastante precisión a qué animal pertenecían las huellas aún frescas. Lo que no nos hubiéramos imaginado jamás es que aquellas incursiones en monte un día estaría prohibidas.
Desde 2007 en España lo está recoger caracoles en el campo. Algunas comunidades y localidades han aprobado normativas menos restrictivas y permiten, con limitaciones, su recolección. La normativa se aferra a varios argumentos. Por un lado, que la mano del hombre puede reducir la población de caracoles y además alteramos su hábitat natural. Por otro, que dado que muchos cultivos utilizan productos químicos, los caracoles pueden estar contaminados. Así que todo sea por la salud de los caracoles, por la salud del campo y por la nuestra propia. Me acuerdo de la prohibición cuando escucho a los expertos sobre incendios lamentando que hemos abandonado el campo. O nos han echado, podríamos añadir. Los caminos y los cortafuegos también son mano del hombre y nos ayudan a convivir mejor con la naturaleza. Respecto a su posible contaminación, me acuerdo de la bodega de 'El barón rampante'. Allí estaba el barril en el que se sometía a ayuno a los caracoles para que se desintoxicaran. En todas las casas se hacía. Cosimo Piovasco di Rondò y su hermano decidieron liberarlos haciendo un agujero en el fondo del barril. ¡Sois libres pequeños caracoles, huid! La inocente trastada fue castigada y provocó no sólo que el personaje más emblemático de Italo Calvino aborreciera los caracoles. También que se decidiera a vivir el resto de su vida encaramado a los árboles. En algunos lugares de España va a ser difícil que tanto salvador de caracoles pueda hacer lo mismo. De salir a recogerlos, ni hablamos.