TIRO AL AIRE
¿Quién mataría dragones por nosotros?
Son tantos ya por aquí los que dijeron que venían a matar dragones por nosotros. Que esto no iba a pasar otra vez. Pero ha vuelto a suceder
Aguaveranos
La Jumilla que no come cerdo
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Iniciar sesiónEl asfalto en agosto es territorio de dragones y sus lenguas de fuego. La meseta, también. Sales y te recibe su bocanada. Pagamos poco a los guerreros sin aire acondicionado que las amansan –las lenguas de fuego– cuando éstas se desatan. Los políticos ni quieren ... ni pueden dominar las suyas. ¿Cómo lo harán con las de seres invencibles? Se nos va el debate estos días con los que nos prenden fuego queriendo. Algunos merecen arder, pero estamos todos en la pira. Huérfanos de representantes que hayan aprendido algo. Por ejemplo, que en las catástrofes también nos representan. O que, sobre todo, es en las catástrofes cuando más nos representan. No necesitamos delegados que corten cintas e inauguren fiestas. Bien saben de eso los alcaldes. La diferencia entre festejar y trabajar, entre ser y parecer, entre hacer, estar e informar. Más arriba algunos no saben ni pedir ayuda. Como si fuera de cobardes cuando es de valientes.
A los soldados de espada digital y aire acondicionado se les va la fuerza piando en redes sociales. Como para esperar que pisen el terreno. Ese en el que hoy arden los papeles de asesorías de despacho. Pura gasolina. De tanto poetizar sobre el campo y el pueblo, lo vaciado y lo rural y, a la vez, demonizar sobre la mano del hombre hoy el lobo campa a sus anchas. Como las llamas. Las vacas, encerradas. Porque solo las macrogranjas pueden cumplir con solvencia tanta normativa. Los extensivos se asfixian. Como las casas donde no se deben abrir las ventanas.
Hemos visto pueblos caer por la furia de los dragones. Son muchos y no sabemos de dónde vienen. Los traen los rayos y los convocan los pirómanos y los incendiarios y el problema es que nadie los domina. Estamos condenados a convivir con ellos en verano. Este. El que viene. Al otro. Los seres de fuego se irán, se retirarán a sus cuarteles de invierno y regresarán. Más fuertes. De sexta generación (6.0). Ni Silicon Valley avanza tan rápido. Cuando vengan otra vez los calores, en el normal de los casos, no habremos legislado ni en frío ni en caliente. Si acaso, refriega mediática.
Porque los dragones no saben de color político. Ni de lindes. Más bien, de cambio climático. Por eso tienen hasta un ministerio. Y, aun así, a su paso solo queda humo y caos. Nada se ve bien. No se sabe cuándo volverá a brotar todo. Si lo hace. Los vecinos no saben ni cuándo volverán a sus casas. Si aún están en pie.
Son tantos ya por aquí los que dijeron que venían a matar dragones por nosotros. Que esto no iba a pasar otra vez. Pero ha vuelto a suceder. A lo mejor no hay que matar dragones, solo entrenarlos, como en la saga de DreamWorks. Pero para eso hay que salir al monte, conocer más al pueblo y dejarse de escondites, protecciones y estrategias revanchistas desde el asfalto climatizado.
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