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PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA

Ni buenos ni malos

Vivimos un tiempo en que no hay criterios morales, universalmente aceptados, que permitan distinguir lo correcto de lo incorrecto

El huevazo

Tinta entre los dedos

Luis Herrero

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Imaginemos que aparece el cadáver de una persona brutalmente acuchillada en el vagón de un tren que no ha hecho ninguna parada. Nadie ha podido subir o bajar del convoy. El asesino, necesariamente, tiene que ser uno de los pocos pasajeros que tenían acceso al ... lugar del crimen. La lista de sospechosos ronda la media docena. Poco a poco vamos sabiendo que todos ellos tenían un buen motivo para deshacerse del muerto. Como algunos nos caen mejor que otros, empezamos a desear que el culpable no sea ninguno de nuestros personajes predilectos. Sin embargo, cuando llega el momento del desenlace, el creador de la intriga no nos da a conocer la identidad del culpable. El principal acusado queda libre porque las pruebas que pesan contra él no son lo bastante concluyentes. Es el espectador quien tiene que determinar si era culpable o no. Ya les digo yo que si Agatha Christie hubiera apostado por un final como ese en 'Asesinato en el Orient Express', la gran dama del misterio no se hubiera comido un colín en el mundo de la novela policiaca. La sociedad de su época no se lo habría permitido.

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