el ángulo oscuro
La literatura no interesa a nadie
Hoy el Premio Planeta, para resultar rentable, tiene que concederse a un famoso televisivo
Quimeras racistas y abstracciones universales
La progre que nos enamoró
Me han resultado llamativas las reacciones de rechazo provocadas por la reciente concesión del Premio Planeta a Juan del Val, en las que siempre termina asomando la patita de la rabieta ideológica. Al parecer, este Juan del Val ha adquirido celebridad en diversos programas ... televisivos como 'azote del sanchismo'; y esto ha enfurecido sobremanera a los 'palmeros del sanchismo', que por lo demás son señoras, señoros y señores rigurosamente ignaros en preceptiva literaria.
Por supuesto, en todas las reacciones de rechazo que he tenido ocasión de leer se descubre una apelación más o menos tácita a los bajos instintos de la chusma, en la que se desea provocar envidia por el dineral que se ha embolsado este Juan del Val. Pero lo cierto es que ese dineral no lo pagamos los contribuyentes (a diferencia de los dinerales que cada día reparten nuestros gobernantes entre sus palmeros); y, además, una porción nada exigua de ese dineral se la llevará Hacienda, que podrá invertirla en diversas partidas (incluida la muy copiosa partida que llena los bolsillos de los palmeros de nuestros gobernantes). Por lo demás, la concesión del Premio Planeta a este Juan del Val ha sido denostada por gentes que, si mañana el premio se concediese –pongamos por caso– a Silvia Intxaurrondo aplaudirían con las orejas; pues sus reacciones indignadas no las provoca ninguna consideración literaria, sino el afán por enviscar a los españoles en banderías ideológicas.
Así se nos escamotea la posibilidad de un debate mucho más inquietante y aflictivo. Hoy el Premio Planeta, para resultar rentable, tiene que concederse a un famoso televisivo, pues de lo contrario no sería adquirido por el 'gran público'. Hace no tanto tiempo, apenas un cuarto de siglo, el Premio Planeta se podía conceder a un joven escritor desconocido para el 'gran público' que carecía de cualquier reclamo que no fuese su propuesta literaria; y existía un 'gran público' dispuesto a atender ese reclamo puramente literario y darle una oportunidad a ese joven escritor. ¿Qué ha ocurrido en España entretanto para que algo que hace un cuarto de siglo era completamente normal se haya convertido en una quimera impensable? Ha ocurrido una monstruosa ingeniería social, en la que convergen un deterioro educativo rampante (son ya varias las generaciones incapaces de degustar los primores literarios, porque carecen de la formación necesaria para hacerlo), una chabacanización orgullosa del gusto estético, una infestación tecnológica que incapacita para una lectura mínimamente exigente y una infame polución ideológica que, a la vez que ha embotado las sensibilidades, ha exacerbado las pasiones más viles –empezando por la envidia–, disfrazadas de 'virtud cívica'. Toda esta degeneración social es la que nos entristece y desalienta; pero de esta degeneración nadie habla, entretenida en debates ínfimos que promueven gentes ignaras, para azuzar a la chusma.