EL ÁNGULO OSCURO
La progre que nos enamoró
Diane Keaton tenía algo de rebelde del 68, tan rebelde que hasta se hubiese rebelado contra el 68, por nostalgia del amor tranquilo y la lectura con gafas
Postureo para cretinos enviscados
Peinado los peina
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Iniciar sesiónEn realidad, ni siquiera sé si Diane Keaton era progre, pero tenía pinta de serlo, o a mí así me gustaba imaginarla, resignada o morbosamente. Creo que Diane Keaton me gustaba sobre todo porque no acababa de ser guapa o sólo lo era a ... regañadientes, tal vez porque no le apetecía serlo, porque le aburría serlo, pudiendo ser una mujer inteligente, una mujer divertida, una mujer fuerte, una mujer vulnerable, una mujer locatis, una mujer sensata, cualquier otra cosa mucho más interesante que una mujer meramente guapa. Diane Keaton tenía ese tipo de atractivo desdeñoso de la belleza que atraía mucho más que la mera belleza al aprendiz de escritor feo, católico y sentimental que era yo entonces.
Aunque, en honor a la verdad, mucho menos feo que Woody Allen, que había logrado enamorarla. Cuando preguntaban a Allen si Diane Keaton era una creación suya, solía responder que lo cierto era lo contrario; y tras aquella aparente boutade había un fondo de trágica verdad, porque siempre es la musa la que hace al artista, siempre es Galatea quien esculpe a Pigmalión. La prueba más evidente es que, una vez desgajado de Diane Keaton, el cine de Woody Allen fue perdiendo neurosis, caos y poesía, para hacerse cine de manivela, que a cada giro suelta un churro o un pedo repetido.
Nos enamoramos de Diane Keaton en 'Annie Hall', donde interpretaba a una aspirante a cantante tan excéntrica como irresistible en su mezcla de chifladura e inocencia. Diane Keaton salía despeinada de risas y de llantos, embarullada de terapias freudianas y corbatas con el nudo mal hecho, tremolante de chalecos y pantalones de pata de elefante. Se ponía a llorar cuando tocaba reír, se ponía a reír cuando tocaba llorar, en un desorden de mocos y carcajadas, a la vez muy hecha añicos y muy recompuesta. Y nos explicaba que, durante el acto sexual, su alma se separaba de su cuerpo, flotando por la habitación como un observador desapegado, lo cual le impedía alcanzar el orgasmo. Y a esta escisión la llamaba «subluxación orgásmica». Uno quería entonces ser el quiropráctico que le curase esa subluxación, antes de que Allen soltase otra perorata judeoneurótica.
Diane Keaton tenía algo de rebelde del 68, tan rebelde que hasta se hubiese rebelado contra el 68, por nostalgia del amor tranquilo, el fuego del hogar y la lectura con gafas. Más recientemente la recuperé en la genial serie de Sorrentino 'El joven papa', donde interpretaba a Sor María, una monja muy estricta y manipuladora, pero también muy tierna y maternal, que se enseñoreaba del Vaticano y puteaba a los cardenales con gran desenvoltura y sarcasmo. Había una secuencia en que la sobresaltaba un alboroto en pleno conticinio; y entonces descubríamos que dormía con una camiseta que lucía la siguiente leyenda gamberra: «I am a virgin, but this is an old shirt». Inevitablemente, me acordé de su «subluxación orgásmica» y volví a enamorarme de ella, aunque ya fuese viejita (o precisamente por ello).
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