la suerte contraria

El nuevo Movimiento Nacional

Nadie sabe qué defiende ni en torno a qué base doctrinal se articula

Y ahora la prostitución homosexual

Un zahorí en Génova

A finales de los 50, Franco comprendió que necesitaba dotar a su régimen de un aparato ideológico. Para ello utilizó a Falange, pero ocupándose de que no recibiera demasiado poder. Lo hizo así porque Franco nunca fue falangista, pero, sobre todo, porque, detestaba la retórica ... revolucionaria de sus líderes, de los que siempre desconfió. Y hacía bien: a algunos los vimos después acomodados en el PSOE. Pero Franco, a pesar de aquello, era consciente de que necesitaba unir a todas las derechas bajo su mando para poder gobernar sin que ninguna familia ideológica le impusiera condiciones. Nace así el Movimiento Nacional, el pegamento institucional del franquismo, que se articulaba en torno a la figura del Caudillo y cuyos principios fundamentales eran líquidos, inconcretos y perfectamente inútiles.

Lo mismo sucede con el sanchismo, el nuevo Movimiento Nacional. Nadie sabe qué defiende ni en torno a qué base doctrinal se articula, pero la idea de Sánchez es la misma que la de Franco: el sanchismo actúa como un nuevo Movimiento, como un grupo de partidos incompatibles entre sí donde encontramos a la derecha, a la ultraderecha, a la izquierda y a la ultraizquierda, que no se ponen de acuerdo en nada, que no piensan lo mismo en nada y que no votan lo mismo nunca. Lo mismo que Franco, que logró imponer una ficción de unidad en la que convivieron sectores enfrentados entre sí: falangistas de inspiración fascista, tradicionalistas carlistas, monárquicos alfonsinos, juanistas, militares africanistas, católicos y tecnócratas del Opus. Esos proyectos políticos eran irreconciliables entonces, como lo son hoy. Si antes compartían su adhesión al poder personal de Franco, hoy lo hacen al de Sánchez; si antes les unía su rechazo al liberalismo, hoy les une el rechazo a la alternancia. Pero a nada más puede aspirar un movimiento que abarca desde conservadores hasta progresistas, desde neoliberales hasta comunistas y desde revolucionarios antisistema hasta representantes de los empresarios.

Hay que reconocer a Franco cierto talento por haber logrado que carlistas y falangistas convivieran sin liarse a tiros. Del mismo modo parece milagroso que Junts y PNV vayan de la mano de Sumar o de Podemos. En cualquier caso, hoy, como ayer, en lugar de fomentar el debate interno, la pluralidad y la crítica constructiva, el Movimiento impone el silencio, la obediencia y la sospecha hacia el disidente, que es tratado como traidor. El nuevo Movimiento, al igual que el antiguo, ha acabado por convertirse en un bloque emocional más que ideológico, en una identidad de resistencia contra un enemigo mitificado, que antes fue la izquierda y que hoy es la derecha. Y ahora que la ficción sanchista llega a su fin, el PSOE clama por la unidad igual que en su momento lo hizo Franco. Si el antiguo Movimiento se disolvió desde dentro, el nuevo acabará del mismo modo. Aunque hay algo mucho más inquietante que un Movimiento impuesto y es la vergüenza de uno al que se apuntaron de modo voluntario. Gran final para el año Franco.

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