siempre amanece

Los huevos fritos de Don Juan Carlos

Todo lo demás viene por añadidura, todo lo demás viene después y casi no importa: la dinastía, la historia, cómo se portó él con España y cómo este país, de natural cainita, se portó con él: primero está el huevo como testimonio de linaje y patrimonio

Pedro el gafotas

En su biografía real, que tenemos que leer en Francia como los catalanes van a Francia a ver toros y antes íbamos a ver películas de pelambre, Juan Carlos I confiesa que una de sus pocas satisfacciones familiares consiste en disfrutar la compañía de su ... nieto mayor Felipe Juan Froilán, que llegó a Abu Dabi en 2023. Su Majestad da consejos a su nieto, entre ellos las lecciones sobre cómo hacerse un huevo frito. «Hazte huevos fritos, son buenos y fáciles. No olvides poner un poco de aceite de oliva cuando calientes la sartén», le recomienda en una invitación de la que han hecho chanza algunos analistas y que a mí me resulta fundamental.

Lejos de constituir una frivolidad, debajo de la recomendación emerge una realidad que toca fibras muy profundas y que apela, de manera no evidente como todo lo español, al deseo de permanecer, a lo que queda de las familias desestructuradas y a la figura del abuelo, que es un padre que ha bajado a Segunda, como el propio Don Juan Carlos. Yo me quedo en la frase del huevo y me parece más reveladora que cien mil chascarrillos de nueras o de amantes, pues en un hombre, por Rey que sea, anida el anhelo de enseñarle a un nieto cómo se hace un huevo u otra cosa.

Todo lo demás viene por añadidura, todo lo demás viene después y casi no importa: la dinastía, la historia, cómo se portó él con España y cómo este país, de natural cainita, se portó con él: primero está el huevo como testimonio de un linaje y de un patrimonio. El huevo como comienzo de todo, el huevo de Colón, el huevo de que te voy a cortar los huevos y la retahíla etimológica de los cojones que jalona el castellano de la cabeza a los pies.

No hay que aceptar 100 millones del Rey de Arabia Saudí como está visto, pues solo traerán problemas, pero en la vida de un hombre es fundamental aceptar las recetas de cocina de sus mayores, empezando naturalmente por el huevo, pues friéndose un huevo, el hombre puede acometer cualquier empresa que le ponga por delante la vida, siempre que se cocine aceite de oliva, por supuesto. Y que se haga con puntillas fruto de la cantidad generosa de aceite y del hecho de que este haya alcanzado, antes de verter el huevo, la suficiente temperatura.

Como es evidente y así se lo señala el Rey a su nieto, el huevo hay que aprender a hacerlo a la española con aceite de oliva en abundancia, de manera que el huevo flote en ella, que chisporrotee, que baile, que oscile sobre sí mismo, y esto es fundamental si uno no quiere caer en barbaries extranjeras que desconocen el arte del huevo con puntillas como el tristísimo huevo a la plancha, el huevo al plato con la yema cuajada en un rigor que siempre resulta decepcionante, por no hablar del huevo que se pasa por las dos caras a fuego lento, que es el inframundo del huevo.

Porque el amor de un abuelo aguarda en una receta por sencilla que sea y ahí mismo nace, como un pesebre de puntillas, un arco hereditario de transmisión patrimonial que, mucho más allá de los títulos y las jefaturas de Estado, reposa en la idea prepolítica y premonárquica de que España aguardará en el último rincón del mundo en el que un español se esté friendo un huevo.

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