Esto no es Hollywood
Letizia, la curiosidad con bronceado
Se me escapa de dónde remata su propio bronceado justo, tan enredada como va de agendas, pero ahí la tenemos, como si viniera de una semana en las Bahamas
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La Reina Letizia, en Palma
La reina del verano no sé yo si es la Reina Letizia, pero quizá sí. Durante estos días últimos, compone un naipe luminoso en medio de los coros de ilustres gentes bronceadas que se congregan en los encuentros de Mallorca, donde a veces ... asoma tenuemente una abuela, de nombre Sofía, y las dos hijas sonrientes, doradas y prósperas de la propia Letizia. Se me escapa de dónde remata Letizia su propio bronceado justo, tan enredada como va de agendas, pero ahí la tenemos, como si viniera de una semana en Las Bahamas, cuando sólo puede venir de algunas Bahamas interiores.
Esto del bronceado de Letizia no es recurso frívolo de cronista de fin de semana, porque lo veo yo como un afán bien cumplido de las exigencias del oficio de Reina, que necesariamente incluyen la cosmética, o la estética. La piel es lo más profundo, escribió alguien, y la piel de nuestra Reina la veo yo ahora como un extra profundo del aire más bien radiante que pone últimamente en todo, desde los modelos aéreos de los Premios Cavia hasta la sastrería floreada que le hemos visto en los últimos momentos, donde nunca se aprecia bien si ella está escoltando a las hijas, simétricamente floreadas, o bien es al revés.
Para mí nunca ha acabado de apagarse en Letizia la periodista, aunque ya es una mujer ilustrísima que lleva mucho tiempo viviendo en Zarzuela, previa boda con diluvio. Si nos pusiéramos licenciosos, diríamos que hay dos Letizias, la particular, hasta el matrimonio con Don Felipe, y luego la Princesa, que ya es Reina. Pero en rigor, sólo hay una, que yo creo que se ha conseguido un consenso, en su oficio, con lo que ya no es Letizia, así en general, sino Doña Letizia, con la reverencia de majestad. De la tragedia de la dana, en los meses pasados, sacaron ella y el Rey un crédito largo al prestigio que ya manejaban, porque él quedó como el mejor de su generación, que más o menos es la que ajetrea en la política, y ella como una mujer sentida y conmovida que no quiere que el olvido llueva más sobre los desdichados. Es Letizia un cruce, a menudo, de curiosidad y protocolo. Y a veces puede más la curiosidad.
No se me escapa que ha vivido con zozobra los episodios difíciles y casi letales de la monarquía, desde el show de Urdangarin hasta las tarumbancias de Don Juan Carlos, pero ahí está, con empaque de mujer de carácter firme y forjado. Lamento no escatimar el elogio, o los elogios, pero es lo que uno va viendo. Cuando llegó a lo que llegó, escuché no pocas veces que con ella, si asistía la suerte, iba a llegarnos al fin la República. Los soltaban los progres, y los irónicos. Pero resulta que ha traído solvencia a la institución de la Corona, y un pulcro anclaje que anuncia en el horizonte a una princesa, Leonor, que ya está en el tajo. Naturalmente, luego está en la hemeroteca de Letizia la zona de 'corte y confección', claro, ese rato de escaparatismo que incluye su empleo, que no es un rato sino la vida entera. Por ahí, le endosaban a veces el afán de alumna del estilo de Rania de Jordania. No llegaría uno a decir tanto, pero tampoco toca hoy el discutir las semejanzas, que sospecho que a Doña Letizia no le hacen demasiada gracia. Ninguna gracia. Ese pasado, no tan remoto, yo creo que ya ha sido extinguido.
Está a lo suyo y ha logrado una convencida lámina, entre la distinción y el nervio, entre la alhaja justa y el color blanco del verano anchísimo. Es un cruce serio de protocolo y curiosidad, una curiosidad que ahora asoma bronceada. Siempre nos gustó más que sus detractores. Aunque detractores ya le van quedado pocos.