Ni la música de Verdi levanta los ánimos en la apertura del curso del Liceu
Leo Nucci y Desirée Rancatore ofrecieron el lunes una clase de canto verdiano ante un público gélido
peblo meléndez-haddad
La música de Verdi, de la mano de la Simfònica liceísta y bajo la batuta de David Giménez, inauguraba la nueva temporada liceísta con una gran crisis institucional como telón de fondo. El curso no arrancó con una ópera escenificada a lo grande, como manda la tradición, ... sino con una serie de ocho galas líricas -hasta el 21 de octubre- en cuyos cuatro programas se revisarán selecciones de las casi treinta óperas concebidas por este padre de la lírica que es Giuseppe Verdi precisamente en el mes que marca el bicentenario de su nacimiento.
Hubo mucha expectación a la llegada de público e invitados: la prensa, que montó un verdadero enjambre de cámaras y flashes debido al ambiente mediático creado por los problemas de la institución que se han aireado recientemente, tenía altas expectativas de cazar a “vips” y a políticos, pero una vez más el talante local hizo acto de presencia: solo acudió a apoyar al Liceo en sus horas bajas el conseller de Cultura, Ferran Mascarell... El presidente del flamante Patronato liceísta, Joaquim Molins, no dio para convocar a nadie más.
Está claro que Verdi se merecía un trato infinitamente mejor por parte del Liceu, más sensible y cuidado. La grandeza del legado de este padre del género, uno de los compositores más populares entre el público local, estuvo ausente de un programa que estaba llamado a convertirse en una fiesta verdiana y que, al final, resultó ser una velada rígida, incluso aburrida debido al menú musical escogido, un programa que evitó al Verdi más querido para centrarse en selecciones para eruditos y con solo un par de concesiones, todo muy interesante musicológicamente hablando, pero algo soporífero y con auténticos deslices, como esa espantosa aria alternativa de Fenena (“Nabucco”) que se rescataba para la ocasión pero que no aportó nada. Todo lo contrario.
Sobre el escenario, la belliniana obertura de la primera ópera del genio italiano, “Oberto”, abrió la propuesta, llevada con mano firme por uno de los pocos representantes locales en este homenaje, David Giménez, experimentadísimo operista y sabio en el campo de las voces. La soporífera primera parte, un “descubriendo al Verdi más aburrido”, según un espectador, contó con el esfuerzo del tenor rossiniano Antonino Siragusa, con una voluntariosa Lola Casariego en su nueva etapa como soprano, con un Coro liceísta con carácter y buenas voces, con una gris Elena Mosuc en un repertorio que no le sentaba nada bien y con un sonoro y poco verdiano John Relyea.
El verdadero Verdi llegó de la mano de ese sabio fraseador que es José Bros, el otro barcelonés de la noche, quien estuvo a cargo de varios momentos muy bien escogidos (que se nublaban cuando subía a los agudos), por una virtuosa Desirée Rancatore (soprano italiana que debutaba en el Liceu) y por un inmenso e incombustible Leo Nucci, maestro de maestros que pasado el umbral de los 70 años mantiene intactos tanto sus agudos como una proyección vocal sobresaliente. Estos dos últimos intérpretes despidieron la gala con un dúo de “Rigoletto” que causó sensación y que tuvo que repetirse ante la única demostración de auténtico goce catártico de los asistentes. Ni una flor se llevaron los solistas. Los recortes hace tiempo que espantaron del Gran Teatre a las floristas de La Rambla...
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